Por Joaquim & I’naru Guatu’
Ayer se cumpleron 3 meses sin identificar culpables de la violación en ganga en Añasco. Además, durante la madrugada de ayer varios hombres atacaron violentamente a Nicole Pastrana, una mujer trans, en Río Piedras. El pasado 20 de septiembre un agente de la policía asesinó a Marilyn (su ex-pareja), a Jaimette (una vecina) y un compañero de trabajo del feminicida y de la víctima. El 27 de septiembre encontraron el cuerpo sin vida de Rosimar. El 30 de septiembre reportaron el homicidio de Michellyn, una mujer trans. Esta semana les arrebataron la vida a Elizabeth y a Nashaly. El Observatorio de Equidad de Género de Puerto Rico ha reportado 21 mujeres desaparecidas. Asimismo, señalaron 44 feminicidios a lo largo del año, de los cuales 7 han sido transfemicidios. La Policía, la Procuradora de las Mujeres, el Departamento de Justicia y todas las ramas y agencias de gobierno han sido cómplices y responsables directos de la ola de violencia machista que pretende apoderarse de nuestro país.
La inacción de todas las administraciones coloniales repercuten en la invisibilización del problema y la normalización de la violencia de género. Cada momento ignorando las necesidades y los reclamos de las mujeres nos cuestan vidas. Nos quieren obligar a sobrevivir aterradas de la violencia machista. Nos quieren susceptibles, en estado de alerta constante, distraídas con el miedo y la impotencia. Las mujeres somos atacadas por el (cis)tema, lo experimentamos en la cotidianidad y lo rechazamos. Mientras continúe el atropello y la injusticia, vamos a resisitir las conductas que siguen sosteniendo y desencadenándose por la violencia de género. Estos eventos no son aislados, sino que están interconectados y su raíz es la misma: el sistema del capital-patriarcal-racializado.
El (des)orden social del capitalismo genera contradicciones irremediables entre la burguesía y el proletariado, y entre las relaciones de género. De esa manera, la lucha de clases está íntimamente relacionada a las luchas de género. No se trata de una «guerra de los sexos», sino de una guerra de poder donde las mujeres y personas de la comunidad LGBTTQ+ estamos más desaventajadas. La violencia de género es cualquier tipo de agresión motivada por la identidad de género, ligadas a una relación desigual de poder socioeconómico.
Estas transgresiones se manifiestan de múltiples maneras; emocional, económica, física, sexual y otras con el fin de atacar la dignidad de una persona. La violencia de género se recibe con brazos abiertos, con impunidad, dejadez y olvido por parte de aquellxs que representan la «ley y el orden». El derecho burgués organiza estas estructuras para proteger un estatus quo que NO responde a los intereses de todes. El (cis)tema legal patriarcal, con sus métodos ineficientes, ni siquiera asume la responsabilidad de llevar acabo investigaciones bien hechas en los casos por violencia de género, crímenes de odio y agresión sexual.
Una de las mayores opresiones a la que nos someten es la violencia sexual. La cultura de la violación, como una expresión de la violencia de género, promueve la imposición de la voluntad de otre sobre el cuerpe de une. Según lo analiza la camarada Angela Davis en su libro «Mujeres, raza y clase» (1981), la violencia sexual ha sido institucionalizada como herramienta de terror contra las diversidades étnicas y raciales. En el contexto de la esclavitud, las mujeres esclavizadas eran sometidas a actos sexuales violentos perpretados por sus dueños blancos. De esa manera, los hombres blancos y ricos utilizaron su pene como un arma de terrorismo político masivo.
Las violaciones se ejecutaron con el fin de establecer un exterminio absoluto de la voluntad física, mental y emocional necesaria para resistir los abusos de la esclavitud. Asimismo, la violencia sexual se tornó socialmente aceptable durante la guerra imperialista de Estados Unidos contra Vietnam. En ese entonces, los comandos militares estadounideses fueron animados a registrar a las féminas con sus penes, y motivados a violar mujeres y niñas antes de asesinarlas. En aquel contexto, las mujeres hacían enormes contribuciones a las luchas de liberación de su país. De esa manera, el pene fue concebido como un arma de represión política y dominación contra las mujeres vietnamitas, quienes rompieron los estereotipos de género occidentales al sumarse al trabajo de la organización política y de la guerra.
Las violaciones son ejecutadas para reafirmar una ilusión de poder, al imponer una voluntad no consentida sobre otra persona. Lxs violadores no están enfermxs, están conscientes del daño que provocan. Esta manifestación violenta y tergiversada de la sexualidad se sostiene sobre inventos y mitos de instituciones sociales patriarcales, racializadas, capitalistas. Algunas de estas instituciones —como la escuela, la familia, y la iglesia— promueven estereotipos y roles de género binarios que promueven las masculinidades tóxicas y apoyan su hegemonía, lo cual entorpece la construcción de relaciones justas y equitativas. Los roles de género se utilizan para determinar conductas, actitudes y normas. Uno de estos inventos de género binario es la idea de los hombres como naturalmente violentos, y las mujeres naturalmente sumisas. Es así cómo la sumisión y debilidad se asocian con les femme, mientras que el control y la dominación se asocian con las masculinidades.
Desde que nacemos nos condicionan y socializan para pensar que somos de nuestrxs padres, de nuestras parejas, del estado pero nunca nuestres. Estas enseñanzas fortalecen la noción de nuestres cuerpes y existencias como objeto y propiedad. Nos criaron para ignorar nuestra intuición y someter nuestra voluntad. Nos enanejaron de nuestra propia sexualidad al privarnos de información científica y adecuada. Nos enseñaron que el deseo es unilateral, y que no se trata de consentimiento sino de imposición. Nos objetivan y sexualizan al nivel de que ya ni somos personas; somos culxs, totxs y tetas para la explotación y el consumo. La deshumanización y la objetivación de las cuerpas femeninas y divergentes es una lucha histórica que continúa vigente.
Al conceptualizarse “la» feminidad como objeto sexualizado del hogar, las mujeres somos confrontadas cuando decidimos contrariar esa norma. De esa manera, nos cuestionan cómo vestimos, caminamos, nos proyectamos, qué ingerimos, dónde estamos y hacia dónde queremos ir. De ahí vienen reacciones como “¿qué hacía caminando a esa hora por ahí?, ¿por qué estaba compartiendo sola con hombres?, ¿quién la manda a vestirse así?», y otras barbaridades que, aunque son completamente irrelevantes al caso, secuestran la atención del problema primordial: ¿cómo erradicamos la violencia de género? Además, ¿dónde está le violadorx? ¿dónde está le femicida? Si una mujer sale a una barra a conocer hombres es vista como una “presa fácil”. Si un hombre sale a barras a conocer mujeres, se entiende que está siendo el “macho cazador”. Ahora bien, si las mujeres, personas no binaries, trans o las masculinidades alternas queremos hacer otras cosas con nuestras vidas y salir de los roles de género nos castigan con la violencia sexual, incluso la muerte. Nos intimidan porque solo los hombres «cis» nacen «haciendo y siendo» lo que quieran.
El problema de la violencia de género no solo está imbuido en lo estructural, sino que yace en lo sistémico, por lo que leyes «más fuertes» no lograrán deshabituar la violencia de género de una vez y por todas. Hay que estar clarxs que mientras continúe existiendo el modelo capitalista, las leyes contra esta violencia no conducen a la erradicación. El gobierno burgués es el culpable de exponer a la violencia machista a cientas de mujeres en su cotidianidad, al cabildear proyectos de ley para políticas públicas que promueven odio y la explotación de una minoría sobre la mayoría. El capitalismo, inherentemente patriarcal y racializado, naturaliza y normaliza estas construcciones sociales, lo cual nos hace creer que estos modos de relaciones sociales son la única alternativa. La ciencia y la historia de los hombres cis-hetero, blancos y ricos se sostiene sobre estos prejuicios y discrimen por género. Sin embargo, por tratarse de construcciones sociales es que podemos transformarlas si nos organizamos.
Es por esto que organizarnos alrededor de la exigencia por el Estado de Emergencia contra la violencia machista debe ser una prioridad para la clase trabajadora. El estado tiene la responsabilidad de reconocer el estado de emergencia en el que vivimos la mayoría de las personas en el país. Una de las propuestas para atender la violencia de género es implementar la educación con perspectiva de género. Planteamos la necesidad de una enseñanza libertaria, que cuestione las bases materiales y culturales de la violencia de género. Sin embargo, bajo el orden social del capitalismo no se podrán erradicar estas contradicciones ni será garantizada nuestra seguridad. Lxs feministas revolucionarixs convocamos a la organización obrera para provocar un cambio contundente a las condiciones materiales que perpetuan esta violencia. Proponemos un cambio radical en la educación, en la crianza, en el entorno cultural para que se sostenga sobre el consentimiento, no sobre la imposición ni la coerción. Debemos transformar las condiciones que provocan esa visión y comportamientos.
Históricamente, nuestros derechos han sido un juego de papa caliente en las agendas políticas de la burguesía. No podemos conformarnos con sus reformas ni políticas sin garantías. Debemos organizarnos y luchar contra estas opresiones y por la destrucción de las clases sociales excluyentes, elitescas, conservadoras, prejuiciosas e idealistas. La prevención que otorgarían las medidas del Estado de Emergencia son necesarias para sobrevivir la cotidianidad. Simultáneamente, el proletariado debe organizarse para erradicar la violencia de género en su totalidad, transformando la base socioeconómica capitalista que sustenta la desigualdad de género. Lxs comunistas acompañamos el reclamo, mas entendemos que no podemos depender de reformas que apuestan a que el Estado del capital pondrá fin a estas violencias. Lxs comunistas nos organizamos por la emancipación absoluta de los géneros oprimidos y las masas explotadas.
La violencia de género originada de la desigualdad material se atendería, repararía y revertiría plenamente en un sistema socioeconómico socialista. La lucha por el socialismo en Puerto Rico nace del reconocimiento de que el estado y todas sus instituciones son parte de la consola de juego de lxs capitalistas que se apropian de nuestro tiempo, energía, recursos, tierras y cuerpes. Luchamos por un sistema socialista, organizado a partir de la misión de satisfacer las necesidades humanas y ecológicas. Un sistema donde las necesidades básicas de todes serán cubiertas por el estado. Entiéndase, hogar, educación, salud, transporte, recreación garantizados, accesibles y diseñados para atender las particularidades y las diversidades del proletariado. Queremos una sociedad donde cada integrante que la compone goce del máximo potencial de bienestar de vida. Queremos vivir libres, sin miedo y lucharemos hasta que nos sintamos segurxs en nuestra propia piel.