El 2020 promete una continuación de los movimientos de protesta popular

Por Carlos Borrero

El año 2019 cierra con varios informes ilustrativos de la tendencia prevaleciente que ha definido toda la década pasada. La semana pasada, Bloomberg informó que la riqueza de los 500 individuos más ricos del mundo aumentó en un 25% durante el año pasado. A su ya obscena acumulación de riqueza, este puñado infinitamente pequeño de personas, el cual incluye figuras ya conocidas tales como Jeff Bezos, Bill Gates y Warren Buffett, entre otros, incrementó su fortuna colectiva por $1.2 trillones (en inglés) para ascender a $5.9 trillones en total. 

Al mismo tiempo, dos informes recientes destacaron la dura realidad para las masas de personas que se levantan por la mañana para sostenerse y a sus familias con el sudor de la frente. El Instituto Brookings recientemente publicó un informe preparado por Martha Ross y Nicole Batemen en que resalta que el 44% de la fuerza laboral entre los 18 y 64 años en EEUU, unas 53 millones de personas, son trabajadores de bajos salarios con un salario promedio de unos $17,950 anuales ($10.22 la hora). Es preciso destacar que la suma total de todos los ingresos anuales de estos 53 millones de personas el año pasado fue superada por los $1.2 trillones que los 500 más ricos a los que aludimos arriba vieron incrementar su riqueza durante el mismo período de tiempo. 

Además, otro informe preparado por la firma de consultoría financiera y revista cibernética Bankrate, ente que nadie puede acusar de ocultar intenciones subversivas, llama la atención al hecho de que más de la mitad de los trabajadores asalariados en EEUU, 3 de cinco, no recibieron ningún aumento salarial durante el año pasado.

A pesar de esta asombrosa muestra de creciente desigualdad, las estadísticas oficiales en EEUU, y todas las otras potencias capitalistas, pintan un cuadro muy diferente. Por ejemplo, como bien señaló recientemente el economista Jack Rasmus, la data oficial, la cual recientemente destaca un supuesto aumento de 3.1% anual en salarios, es una farsa total. Muy convenientemente los portavoces del capitalismo publican su data sobre los salarios sin ajustar para la inflación, en sí una métrica manipulada, usan sumas agregadas en promedio las cuales distorsionan los supuestos “logros salariales” en general al incluir el diez por ciento superior de asalariados, y excluyen a los 60 millones de personas que no tienen empleos por tiempo completo, es decir, los subempleados, aunque este es el sector de la fuerza laboral con más crecimiento en muchos países en la actualidad. 

¿A qué se deben estas distorsiones deliberadas?

Pues, son el desenlace lógico de una realidad en que la clase dominante no puede ofrecerles nada progresista a las masas trabajadoras. 

Si analizamos bien las políticas implementadas por los gobiernos en los centros del capitalismo mundial durante la pasada década, siendo el estadounidense el ejemplo más importante, lo que vemos es un sistemático esfuerzo para compensar por la creciente crisis de rentabilidad en la esfera productiva con la combinación de trucos monetarios, medidas fiscales regresivas y la intensificación de ataques contra las conquistas históricas de las masas trabajadoras. 

Las políticas de los bancos centrales de mantener a niveles anormalmente bajos las tasas de interés durante períodos prolongados han permitido a las corporaciones más grandes acceso fácil al crédito barato el cual se ha usado no para la inversión productiva sino la masiva recompra de activos orquestada por los ejecutivos corporativos mismos para inflar el valor de mercado de sus empresas y forrar sus propios bolsillos además de una nueva ola de fusiones y adquisiciones.  Este proceso parasítico ha cobrado un carácter tan frenético en los últimos años que resulta actualmente en la descomunal inflación de índices bursátiles a través del mundo cuyo valor se estima en $86 trillones.  Mientras tanto, en el lado fiscal, hemos visto recortes devastadores al gasto público en los servicios sociales junto con jugosas concesiones tributarias al gran capital. 

Al mismo tiempo, la clase capitalista en países como EEUU ha perseguido una política de cambio fundamental en las relaciones laborales mediante el establecimiento de una plataforma de bajos salarios basada en la informalización del trabajo en que las conquistas históricas como la seguridad laboral, las pensiones y los convenios colectivos se están desmantelando.  En términos sencillos, los capitalistas están intentando cambiar las nociones mismas de lo que es un empleo y cómo se gana la vida con todas las ya conocidas consecuencias desastrosas, tanto psicológicas como físicas, para los seres humanos.   

Las consecuencias sociales explosivas de las políticas impuestas por los capitalistas sólo han comenzado a manifestarse.  Las masivas y prolongadas protestas a través del mundo que definieron el año pasado fueron tan sólo los iniciales síntomas externos de una crisis aun más profunda con raíces en la lógica misma del sistema capitalista.  (Qué no se engañe nadie con la fantasía de que una ley antipopular determinada, un nuevo impuesto, la corrupción descarada, y mucho menos las obscenidades en un chat, para ofrecer algunos ejemplos, son suficientes en sí para lanzar a decenas o hasta centenas de miles de seres humanos a la calle en protesta.)  La creciente desigualdad social y el giro hacia la reacción política son aspectos inherentes de la sociedad basada en las relaciones de propiedad y el afán de lucro capitalistas.  Desde Francia a Hong Kong, de India a Haití, desde Irak y Líbano a prácticamente toda Sudamérica, y por supuesto, en Puerto Rico mismo y más allá, las condiciones sociales han puesto a las masas trabajadoras entre la espada y la pared.  Son estas mismas masas trabajadoras en todo el mundo indudablemente quienes intuyen la necesidad de unos cambios políticos y económicos profundos.  Las clases dominantes, por su parte, no pueden ofrecer soluciones más allá de la contrarrevolución social a nivel interno y la guerra.

El lado social positivo de toda esta explosividad potencial radica en el hecho de que coloca en el orden del día la cuestión de una total reorganización de la sociedad.  Hasta el momento, las masas que han tomado las calles y las plazas públicas en oposición a sus gobiernos no han trascendido la ira reflexiva para articular un programa político coherente y estrategia revolucionaria. 

Aun siguen gateando.  Empero, como todos sabemos, hay que gatear antes de caminar. 

Si bien el año 2020 presagia una continuación de las protestas masivas a través del mundo, también aumenta la urgencia de una reorganización política de los sectores más conscientes y comprometidos con la revolución proletaria mundial en lugares como Puerto Rico.  Tal es la tarea más apremiante de quienes alzamos la bandera de revolución socialista en nuestro rincón del mundo. 

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