Fichas para discutir la historia de nuestra clase trabajadora – Parte VII

El movimiento obrero en Puerto Rico en el contexto mundial (1)

España, Estados Unidos, su Sugar Trust y el imperialismo de Wall Street

Los grupos de trabajadores en la colonia española de Puerto Rico a fines del siglo diecinueve promovían sus periódicos y sus grupos de estudios; éstos operaban en un mundo que se transformaba a diario como resultado de las crisis cada vez más profundas que causaban las oscilaciones cíclicas de expansión y contracción del sistema capitalista mundial. La publicación del Manifiesto del Partido Comunista, escrito por Carlos Marx con la ayuda de Federico Engels en 1848, presentó el resultado histórico de las luchas de la burguesía industrial contra los vestigios del aparato feudal y su ordenamiento continental del Antiguo Régimen; la supremacía del capital industrial en Inglaterra y el nacimiento del proletariado industrial y sus proyectos de comunismo revolucionario.

Poco tiempo después de la publicación del Manifiesto Comunista se desató en Europa, con la participación militante del proletariado, una cadena de revoluciones burguesas y democráticas que sacudieron el orden político del continente (Marx: Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850; Engels: Revolución y Contrarrevolución en Alemania; Engels: El reciente proceso de Colonia). Veintitrés años más tarde, en 1871, habiendo fracasado las burguesías de Europa en derrocar y enterrar para siempre el orden monárquico continental con el cual, por lo contrario, se acomodaron miserablemente (sobre todo por su temor a la democracia radical promovida por la clase obrera) les tocó a los trabajadores de París encender nuevamente la antorcha revolucionaria. Los obreros se apoderaron de la capital francesa, arriando la tricolor imperial de Luis Bonaparte e izando la bandera roja de la revolución socialista. Implantaron la Comuna de París, el primer gobierno obrero en la historia y ejemplo todavía vigente de las tareas que confrontamos los trabajadores cuando nos proponemos fundar nuestro propio gobierno proletario (puede estudiarse este evento, crucial para los trabajadores del mundo en La Guerra Civil en Francia, de Carlos Marx).

Estos dramáticos acontecimientos espantaron a las monarquías y sus séquitos aristocráticos y los obligaron a cederle espacio a la clase capitalista europea y compartir con los burgueses el poder mediante la ampliación de las instituciones parlamentarias y los pactos de monarquías constitucionales. Así la burguesía expandió su dominio económico y avanzó tímidamente en su consolidación del poder político en cada uno de sus respectivos estados nacionales.

En esas potencias capitalistas desarrolladas por la explotación burguesa de la clase trabajadora, desde la segunda mitad del siglo diecinueve, la descomunal acumulación de capitales impulsó el desarrollo de nuevas formas de organización del capital en gigantescas empresas que monopolizaban sus respectivos mercados nacionales. Esta centralización de los capitales nacionales se montó sobre la forma corporativa de propiedad mediante las ofertas de acciones de las empresas, cotizadas en las bolsas de valores y el libre comercio de esas acciones en los mercados financieros nacionales. Los bancos, las bolsas de valores y el capital financiero que se alojaba en esas instituciones fueron transformando los estados nacionales de las grandes potencias en formidables bastiones militares rivales, impelidos a consolidar su dominio sobre cada vez mayores extensiones territoriales y poblacionales del planeta.

El capital industrial, desde este momento, representó sólo una fase particular del circuito de acumulación capitalista —la fase de producción, donde se genera el plusvalor— subordinada a la actividad financiera, mecanismo de distribución del plusvalor dentro de la clase capitalista y donde se especulaba (y se especula) con esos valores que producimos los trabajadores.

Los monopolios y el imperialismo

Estos gigantescos monopolios, manejados por los grandes bancos como empresas financieras, con los bancos británicos en la vanguardia, se lanzaron al mundo a capturar mercados y fuentes de materias primas, pero principalmente, a buscar “clientes” para el capital financiero excedente. Los bancos no podían encontrar oportunidades rentables de inversión dentro de sus propias fronteras nacionales. Tenían que ir más allá de sus fronteras para invertir las enormes acumulaciones de ese capital que, si se mantenían inactivas, se les desvalorizaban rápidamente, lo que ponía todo el sistema en riesgo del colapso.

A las jóvenes burguesías de las nuevas repúblicas recién independizadas, en América Latina por ejemplo, se les ofreció dinero, mediante el mercado de bonos y empréstitos, o a través de inversiones directas, para que llevaran a cabo fastuosas obras de modernización que sumían sus gobiernos en deudas onerosas.

Esas deudas —las cadenas y grilletes con que las potencias imperialistas todavía subordinan a las repúblicas del llamado mundo en desarrollo en Asia, África y América Latina— las convertían (y todavía las convierten) en estados vasallos del capital financiero rentista de los grandes centros de especulaciones, encabezados hoy por Wall Street.
Se lanzaron también, durante el siglo diecinueve, sobre África y Asia, donde en muchos casos no existían estados nacionales, o donde éstos no eran suficientemente robustos para combatir la penetración europea, y se repartieron millones de millas cuadradas de territorios, con sus inmensamente abundantes recursos naturales y sus millones de habitantes, ahora sujetos a las potencias conquistadoras.

Aquella orgía de expansión del capital y su conquista del mundo marcó la maduración de la fase imperialista del poder burgués segmentado en las rivales economías nacionales y los poderosos estados de Europa, Estados Unidos y Japón. La consolidación del imperialismo abrió las compuertas a monstruosas guerras y a su contraparte, en la forma de titánicas revoluciones socialistas y anticoloniales.

Marx describió las primeras etapas de esta transformación en El Capital, y en sus muchos artículos periodísticos, pero les tocó a Hobson y a Lenin describir la consolidación del capital monopolista. En su monografía titulada Imperialismo: fase superior del capitalismo, escrito durante 1916 y publicado en 1917, Lenin le resumió a los sectores revolucionarios de su época las formaciones económicas y financieras de las grandes potencias imperialistas; sus carreras desesperadas por el control de los mercados financieros; sus alianzas entre las esferas militaristas y financieras dentro de cada estado nacional; sus pactos secretos y sus rivalidades guerreristas de potencial catastrófico, que ya se estuvieron experimentando desde 1914.

Otros autores en la izquierda europea como Hilferding, Bujarin y Luxemburgo adelantaron perspectivas en ocasiones divergentes, que enriquecieron el debate y la lucha ideológica dentro de la izquierda durante aquellos años.

Más recientemente, Baran y Sweezy, con su libro El capital monopolista, y sus discípulos de la escuela del Monthly Review, adelantan interpretaciones que revisan algunas proposiciones centrales del marxismo como la tendencia en el capitalismo a la reducción de la tasa de ganancias, tendencia que sus teorías proponen que se sobrepasa con la organización monopolista del capital que permite modular la competencia, fijar los precios y dirigir el excedente hacia actividades improductivas como, por ejemplo, la producción militarista, la mercadotecnia y los gastos publicitarios.

Estudiosos marxistas como David Harvey analizan las adaptaciones del capital financiero a la nueva ecología globalizada y la crisis del neoliberalismo como primer ajuste del capital a la expansión mundial del mercado de las finanzas.

España y Estados Unidos al comienzo de la época imperialista

España fue una nota al calce en el mundo económico del naciente imperialismo en Europa.
El una vez majestuoso imperio español, el primero verdaderamente global en la historia, que se constituyó en una temida gran potencia militar entre los reinos de Europa, el terror de las aspiraciones burguesas (como ocurrió por largos años en las Países Bajos) y un vasto sistema de extracción de riqueza mineral donde “nunca se ponía el Sol”, no logró sobrevivir el imperialismo del siglo diecinueve.

Temprano en el siglo, los criollos en México y América del Centro y del Sur expulsaron a los españoles de casi todo el Hemisferio. España pudo leer la escritura en la pared y logró venderle la Florida a la joven república de Norteamérica antes de que se la quitaran. Los independentistas suramericanos trataron de expulsar a los españoles de Cuba y Puerto Rico, pero no lograron su empeño. Estas dos islas, junto a sus colonias asiáticas, fueron los residuos de un gran imperio que en su momento le daba la vuelta al mundo.

Llegada la última década del siglo diecinueve, España era una monarquía constitucional, de la casa real de Borbón, gobernaba por dos partidos monárquicos, el Liberal, dirigido por Práxedes Mateo Sagasta, y el Conservador, acaudillado por Antonio Cánovas del Castillo. Ambos partidos, nidos de politiqueros corruptos, se turnaban periódicamente en el poder y les permitían a sus rivales un turno pacífico para dilapidar, cada cual por unos años, las arcas nacionales.

Este esquema se pudo mantener en un precario balance con la oposición anti monárquica de los Republicanos, y los socialistas y anarquistas que se concentraban en las regiones de Cataluña y Valencia, pero que tenían presencia, aunque menos amenazante, en casi toda la Península. Ese frágil balance se descompuso con la nueva revolución independentista que estalló en Cuba en 1895.

Ya España era un país seriamente endeudado con los bancos de Europa, especialmente los de Francia. Las finanzas españolas estaban organizadas en cumplimiento del pago de las rentas a los bancos de Europa. España, como las repúblicas latinoamericanas, era un estado vasallo de las burguesías financieras de Inglaterra y de Francia. Después de 1895, España podía sostener su guerra en contra de los cubanos solamente en base a sus empréstitos con los bancos franceses. Por esa razón, además de comprar armas y enviar hombres a Cuba, Betances le dedicaba mucho tiempo a la actividad periodística y propagandística denunciando la precariedad de las finanzas del Reino de España y lo arriesgado que era la deuda española para la banca francesa. Para Cánovas, las interferencias del caborrojeño en las finanzas españolas eran más peligrosas que todas sus otras funciones en favor del Partido Revolucionario Cubano.

Estados Unidos, por otro lado, le presentaba a los bancos del Reino Unido un campo de primer orden para la inversión de sus excedentes de capital. Antes de la Guerra Civil la economía de Estados Unidos absorbía un volumen considerable de la financiación por deudas para sostener el crecimiento de la joven y pujante industria del tejido de Nueva Inglaterra; la financiación de las cosechas de algodón de los estados del Sur; y las obras públicas, como los primeros ferrocarriles y los grandes canales que conectaban los centros manufactureros y los puertos de importación con los Grandes Lagos. Estados Unidos también era un país deudor y su vasallaje financiero lo sometió por las primeras siete décadas del siglo diecinueve a la banca británica.

La industrialización masiva de Estados Unidos y la anexión territorial de costa a costa, sin embargo, inició un proceso expansivo de acumulación que asentó las bases para la rápida formación de monopolios y la fundación de los grandes bancos y las casas financieras de Wall Street. Muy pronto, ya para la última década del siglo diecinueve, Estados Unidos se transformó de una economía en deuda a una de excedentes de capitales en camino a convertirse en una potencia naval imperialista de primer orden.

Las inmensas inversiones en la creciente economía de Estados Unidos se redujo durante los años de su Guerra Civil, —la primera guerra del capitalismo industrial— pero una vez concluido el conflicto, expandió descomunalmente, principalmente en la frenética proliferación de líneas ferroviarias, y la propagación de burbujas especulativas que ayudaron a desencadenar la crisis de 1873, el pánico en los mercados financieros y la subsecuente Larga Depresión.

Las empresas en Estados Unidos que lograron sobrevivir este largo período de precios bajos y tasas de ganancias reducidas tuvieron que recurrir a la centralización de los capitales en cada sector de actividad económica, y la reorganización de las grandes empresas en monstruosos monopolios, o Trusts, como se le llamó a esta peculiar organización del capital financiero en Estados Unidos.

Esta transformación económica y financiera trajo consigo la alineación de la banca, los monopolios, la industria armamentista, especialmente de las fuerzas navales de Estados Unidos, y la entrada a escena de la República como una gran potencia mundial imperialista.

El imperialismo y la guerra de clases en Estados Unidos durante el siglo 19

Durante el siglo diecinueve el azúcar se consolidó como una de las más importantes mercancías en el mercado mundial capitalista.

En Estados Unidos la industria comenzó a consolidarse durante la segunda mitad del siglo diecinueve, después de la Guerra Civil. Esa Guerra, precisamente, fue uno de los grandes estímulos al desarrollo de la centralización de capitales en muchas ramas económicas en Estados Unidos —ferrocarriles, carbón, acero, y la refinación del azúcar. Las grandes empresas de refinar azúcar —tornar la masa húmeda y parda del azúcar moscabado en el azúcar cristalizado y blanco del refino— residían principalmente en los estados atlánticos del noreste industrializado.

La materia prima para estas empresas industriales de la costa del Atlántico Norte provenía principalmente de Cuba y de los estados del Sur, especialmente de Luisiana y de Florida. La Guerra Civil separó las fuentes domésticas sureñas de materia prima de los centros industriales de refinación azucarera de los estados del Norte, estimulando el crecimiento del mercado de importación del azúcar moscabado del Caribe que gozó, además, de un incremento en los precios de su producto durante los años de la Guerra. La lentitud de la posterior recuperación de la agricultura azucarera de Luisiana y Florida le ofreció a las colonias españolas de Cuba y Puerto Rico sus décadas doradas de exportación del azúcar moscabado para las refinadoras de los estados del noreste.

El asunto es que la feroz competencia entre las industrias de refinación azucareras de los estados del noreste deprimió las tasas de ganancias de este sector industrial, lo que abrió el terreno para la creación de uno de los primeros, más grandes y más exitosos monopolios en Estados Unidos: la American Sugar Refining Company (conocido como el Sugar Trust), cuya gigantesca planta estuvo localizada en el área de Williamsburg en Brooklyn, (junto al US Navy Yard) pero cuyas oficinas corporativas residieron en el 117 de Wall Street.
Además de la feroz competencia entre los refinadores del azúcar de caña estaba tomando auge la industria azucarera de la remolacha. Basado en los estados del Mediano Oeste, se trataba de una agroindustria local que no dependía de las colonias españolas para su materia prima ni de Wall Street para su financiación. Los políticos —gobernadores, senadores y representantes— de estos estados se opusieron tenazmente a la guerra de conquista en contra de España y a la anexión de las islas cañeras tropicales. Uno de sus senadores, Henry Teller de Colorado, insertó una enmienda a la declaración de guerra en contra de España en la que se exigía que, una vez brindada la asistencia a los independentistas cubanos, Estados Unidos se abstuviera a apoderarse de esa isla y se le otorgara la independencia a sus habitantes. Claro, de Puerto Rico y de Las Filipinas no se mencionaba nada en esa enmienda porque estas colonias no aparecían en los motivos de guerra declarados por el presidente William McKinley.

El monopolio del refinado del azúcar de caña (el Sugar Trust) establecido en Wall Street fue uno de los principales promotores de la guerra de Estados Unidos contra España y de su expropiación colonial de las islas azucareras de Cuba, Las Filipinas y Puerto Rico, y la anexión del archipiélago hawaiano.

El monopolio azucarero del oeste, con base en San Francisco, California, (que eventualmente fue adquirido por el Sugar Trust de Wall Street) fue uno de los principales promotores del golpe de estado que la Marina de Guerra de Estados Unidos ayudó a que se le propinara a la Reina de Hawaii, Liliu Kamakaeha el 17 de enero de 1893, y la subsecuente anexión de ese archipiélago en 1898. Impulsó también la invasión y ocupación de Las Filipinas durante la guerra contra España —guerra cuyo propósito, supuestamente era el de apoyar a los independentistas cubanos— y las subsecuentes políticas genocidas en contra de las poblaciones filipinas que se resistieron a la colonización yanqui.
La guerra de conquista contra España (es decir, contra España y sus colonias) impulsó a Estados Unidos al escenario mundial como una gran potencia imperialista. Se trató de un primer ensayo de la mala fortuna que tuvieron México, América Central y el Caribe de estar, como diría Benito Juárez, «¡tan lejos de dios y tan cerca de Estados Unidos!». Esa república imperialista cayó posteriormente sobre la región hispanoamericana y caribeña como un tigre hambriento, imponiendo su voluntad sobre estas tierras y poblaciones con el poder de sus acorazados y sus infantes de marina. Incluso le arrancó a Colombia su provincia de Panamá, la constituyó como una república independiente, y le impuso a la recién nacida república la cesión de una enorme franja de su territorio nacional panameño para la construcción de un canal interoceánico bajo la soberanía yanqui.

Nuestro movimiento obrero nació y dio sus primeros pasos en este ambiente violento de rapiña en su vecindario caribeño y latinoamericano inmediato.

Para discusión
El movimiento obrero en Puerto Rico nació en el contexto local de la transición de una economía semi feudal bajo el Régimen español. Apenas dio sus primeros pasos, se vio lanzado a la vorágine de una economía imperialista avanzada. Discute con otros camaradas el contraste entre esas dos etapas del desarrollo económico y político mundial.

Localiza en un mapa las principales conquistas imperialistas de la guerra de Estados Unidos en contra de España:

  • Cuba: Estados Unidos puso de pretexto a la guerra independentista cubana de 1895 para tomar acción bélica en contra de España. Sectores industriales remolacheros se opusieron a la anexión de Cuba, la principal productora de azúcar de caña del mundo, mediante la enmienda Teller.
  •  Las Filipinas: Este archipiélago nada tenía que ver con el motivo declarado de la guerra de Estados Unidos en contra de España. Sin embargo la Marina de Guerra de Estados Unidos atacó esa colonia española y el ejército yanqui masacró filipinos insurgentes hasta que logró imponer su dominio colonial sobre ese archipiélago.
  • Hawaii: El monopolio azucarero del Pacífico participó en 1893, en el golpe de estado con el que terratenientes norteamericanos (con la ayuda de la Marina yanqui), derrocaron a la Reina Liliu Kamakaeha. Estados Unidos anexó a Hawaii en 1898 durante su guerra en contra de España.
  • Puerto Rico: Esta colonia española tampoco formó parte del motivo declarado de la guerra de Estados Unidos en contra de España. No obstante, el 25 de julio de 1898, una expedición del Ejército de Estados Unidos invadió y conquistó esa Isla.
    Investiga una de esas conquistas imperialistas y explica cómo el hilo conductor de esas acciones fue el monopolio azucarero de Wall Street.

Artículos Relacionados

Leave a reply

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí