Por Ismael Castro
Este lunes, Washington anunció una escalada de su guerra comercial contra China. La imposición de una nueva ronda de aranceles por Washington eleva el total a $250 mil millones, casi la mitad del valor de todas las importaciones estadounidenses desde China. Los nuevos aranceles entrarán en vigor este lunes de manera escalonada. Se impondrán primero un gravamen de 10 por ciento a miles de bienes de consumo y dicha tasa se aumentará a 25% a partir de enero. Significativamente, el anuncio de los nuevos aranceles fue acompañado de una amenaza de imponer aun más aranceles sobre $267 mil millones de productos chinos si Beijing lleva a cabo acciones de represalia. No obstante, el régimen en Beijing anunció inmediatamente contramedidas valoradas en $60 mil millones que impondrán sobre productos estadounidenses. Está por verse cuáles otras medidas se usarán a corto plazo en este conflicto.
La escalada del conflicto comercial entre las dos economías más grandes es el reflejo de contradicciones más profundas en el sistema capitalista mundial. Lo primero que hay que entender es que el conflicto entre EEUU y China va mucho más allá de la cuestión del balance de comercio. En el fondo, el capital estadounidense está tratando de contener el ascenso económico chino, el cual amenaza la posición hegemónica que ha tenido desde terminada la segunda guerra mundial. En particular, la política china de transformar su economía de un centro de manufactura y ensamblaje para bienes de consumo a base de mano de obra barata a una potencia de alta tecnología representa la mayor amenaza a los sectores dirigentes de la clase capitalista en EEUU. Es en este sentido que tienen que entenderse las denuncias del robo de propiedad intelectual desde Washington. Junto con esta amenaza para los sectores dirigentes del capital estadounidense, la creciente influencia china en el mundo, reflejada en el aumento de sus inversiones de capital en África y América latina, pone en evidencia los comienzos de un cambio en la correlación de fuerzas entre potencias económicas mundiales.
Los estrategas del imperialismo estadounidense han elaborado su política comercial con el fin de aprovecharse de la reciente desaceleración económica que se ha vista en China durante los últimos años. Su objetivo estratégico es obstaculizar severamente las exportaciones china cerrando parcialmente el mayor mercado externa para sus productos con el fin de obligar a Beijing a someterse. Para la clase capitalista estadounidense no puede haber discusión de cooperación y mucho menos de concesiones a un rival. Sin embargo, como se ha advertido, dicha estrategia encierra grandes peligros para varios sectores críticos de la economía estadounidense misma. La interdependencia de las economías capitalistas mundiales, la vinculación de cadenas de producción y distribución más allá de fronteras nacionales como parte indispensable de la vida moderna, invariablemente pone en riesgo los capitalistas cuyas operaciones ¡y ganancias! dependen del libre movimiento de bienes a nivel internacional.
Por su parte, al régimen en Beijing no le queda más alternativa que la de someterse o pelear. El reciente acercamiento entre Beijing y Moscú, además de la expansión de lazos económicos con Alemania, tienen que verse dentro del contexto del enorme y acelerado aumento militar chino en años recientes. A nivel interno, la camarilla dirigente china ha intensificado su política de imponer aun más control sobre su clase obrera mientras emplea cada vez más un discurso nacionalista, medidas que ponen en evidencia sus preparativos para la guerra.
Cada vez más, los capitalistas se encuentran en un callejón sin salida. La situación actual se presenta como un paralelo a lo que existía en los años previos a la primera guerra mundial cuando el mundo se dividió en bloques rivales y reinaban los conflictos económico comerciales.
Lo que la escalada de esta guerra comercial demuestra más claramente que nada es cómo la increíble expansión de los lazos económicos entre los países capitalistas, que durante décadas ha tenido lugar en beneficio de las principales potencias y sin barreras significativas, ahora choca con los “intereses nacionales” de cada sector de la clase capitalista internacional. Para ponerlo en términos sencillos, lo que se está viendo es el resurgimiento, con mayor fuerza, de la contradicción inherente entre economía y política bajo el capitalismo. Mientras la tendencia natural del capital es expandir por todo el mundo sin frenos u obstáculos, los intereses privados de grupos de capitalistas competidores organizados dentro de estados-nación y que dependen cada uno de estados propios para imponer sus estrechos intereses, representa una fuente constante de fricción la cual únicamente puede resolverse mediante la guerra. Está claro que el conflicto entre EEUU y China constituye solamente un aspecto del fenómeno internacional. A pesar de sus muchos detractores liberales, los marxistas señalamos que la teoría leninista del imperialismo, en sus rasgos fundamentales, conserva hoy por hoy toda su vigencia.
Las implicaciones de la escalada de estos conflictos económicos entre rivales capitalistas para la clase obrera internacional no pueden ser más claras. Los capitalistas, tal y como hicieron en dos ocasiones durante el siglo 20, no tendrán reservas para llevar a la humanidad al matadero de la guerra en pos de avanzar sus intereses de lucro egoístas. La reorganización revolucionaria de la clase obrera es tarea urgente e indispensable. Sólo la clase obrera, guiada por el internacionalismo socialista, tiene la capacidad de evitar la hecatombe en el horizonte y encaminar la sociedad por la ruta de paz y progreso.