De la ciudad al campo
El capital cae sobre la ruralía
En el campo también comenzaron a aparecer operaciones industriales capitalistas. En 1873 —año en que se implantó en Puerto Rico la abolición del trabajo esclavo y la derogación de la libreta de jornalero, quedando instituido el libre mercado laboral capitalista— se inauguró en Vega Baja la Central San Vicente, un experimento novedoso de levantar en la ruralía cañera una planta de moler cañas, evaporar los guarapos, y producir azúcares centrifugados, con maquinaria motorizada por calderas y máquinas de vapor. Si San Vicente fue la más grande y avanzada para su época, no tardaron en aparecer ingenios, tipo centrales, también con algún grado de motorización de los procesos de producción, y de capitalización de la organización comercial de la empresa.
La fecha de fundación de la Central San Vicente, dicho sea de paso, coincidió también con la caída mundial de los precios de los productos agrícolas, incluyendo el azúcar, y la empresa sufrió estragos financieros, más que nada debido a su alta capitalización.
Centrales como San Vicente introdujeron una modalidad de la división del trabajo en la producción de azúcar, ya que la empresa de la central prefería concentrarse en la fase industrial de la producción, sin dudas la más rentable, dejando la fase puramente agrícola de siembra, cultivo y corte de la caña a los colonos. Estas medianas y grandes operaciones agrícolas desmantelaron sus ineficientes trapiches, prefiriendo concentrar sus recursos en venderle a la central la mayor cantidad posible de cañas. En la central se pesaban estas entregas, y se le compensaba al agricultor por la carga, procediendo éste a continuar con sus tareas agrícolas hasta el final de la zafra.
Las fincas de los colonos absorbían la fuerza de trabajo menos diestra. En las centrales la fuerza de trabajo asalariada tuvo que adquirir distintos niveles de destrezas en la diferenciación de funciones de los procesos mecanizados, que pudieron llegar a niveles especialización técnica de conocimientos de ingeniería mecánica y química.
Los núcleos de trabajadores en las fábricas urbanas habían acumulado un caudal ideológico, producto de sus lecturas de la prensa obrera, estudios y discusiones. En las décadas anteriores —como se pudo leer en una ficha previa— habían organizado, bajo la vigilancia hostil y represiva de los patronos y del régimen colonial español, sus propias instituciones culturales, de recreo, de estudio, de auxilio mutuo y cooperativas de producción. Algunas de estas instituciones fueron las escuelas de cuadros dirigentes del incipiente movimiento obrero que comenzó a tomar forma proletaria a finales del siglo diecinueve.
Estos cuadros, forjados en la disciplina laboral del trabajo asalariado, pero con un nivel cultural considerable, gestó el semillero de la vanguardia de un movimiento obrero auténtico con sus propios intelectuales, periódicos, músicos, dramaturgos, poetas, periodistas, ensayistas y oradores.
Los éxitos y fracasos iniciales en sus luchas obrero patronales, especialmente las jornadas huelgarias de 1895 que se extendieron por las ciudades y los campos, convencieron a estos trabajadores urbanos que para desencadenar las fuerzas triunfantes de la clase obrera habría que escuchar los pedidos de apoyo de los trabajadores rurales. Dirigentes obreros urbanos se dieron a la tarea de organizar también al proletariado rural en una fuerza laboral cohesiva y militante que pudiera poner a temblar a los señores burgueses de la élite criolla.
En las condiciones más favorables se trataba de un esfuerzo organizativo muy difícil y arriesgado. El gobierno colonial perseguía todos los intentos de organizar la fuerza de trabajo que movía la economía colonial, y allí donde los efectivos de la Guardia Civil pudieran ser burlados, los patronos no vacilaban imponer su “paz laboral” por los métodos más brutales y violentos. Se aseguraban, de todos modos, que los trabajadores rurales que demostraran efectividad y liderato en el desarrollo de conciencia proletaria y en la organización laboral de sus hermanos proletarios, no encontraran empleo en ninguna empresa agrícola de la región.
Aun así, como demuestran las jornadas huelguistas de 1895, la semilla de combatividad laboral estaba retoñando en los cañaverales de Puerto Rico.
Los otros trabajadores agrícolas
Era casi imposible organizar, por otro lado, a los peones en el cafetal, sometidos al trabajo servil, atados a la tierra y al hacendado por las tradiciones casi feudales que imperaban en aquellos campos remotos y aislados. Estas relaciones sociales de carácter señorial estallarían más adelante, en julio de 1898, como resultado de la invasión por parte de las tropas de Estados Unidos. Pero eso ocurrió posteriormente. Durante estos años previos a la invasión, el cafetal era (parafraseando a Nicolás Guillén) “un infierno verde” donde nacían y morían miles de puertorriqueños que no conocieron nunca el mundo que existía más allá de las guardarrayas de la hacienda.
Los trabajadores de la producción de cigarros y cigarrillos, sin embargo, se unieron rápidamente a las nuevas tradiciones obreras de solidaridad y auxilio mutuo, precursoras de la organización sindical del trabajo.
Más que unirse, se convirtieron en una punta de lanza del fermento de una cultura obrera que le aportó al trabajador una conciencia de una identidad alterna a la cultura “nacional” de la burguesía criolla. Los elementos, como los describió Lenin, de “una cultura democrática y socialista”, formaron las bases de una cultura de resistencia, que declaraba que la dignidad del trabajador no surgía de la imitación de las costumbres burguesas, ni de la adopción de sus tradiciones, modas ni costumbres, ni de sus valores, ni de sus producciones culturales, ni musicales ni literarias. El incipiente proletariado de Puerto Rico comenzó a adoptar como valiosas las mejores costumbres del trabajo, —experiencias ajenas a las del burgués ocioso— pero también a producir su propia literatura, su propio periodismo, a adoptar formas del baile y la música popular y añadirle a éstas un contenido de identidad colectiva y lucha transformadora. Se verá en próximas lecturas, como la clase trabajadora puertorriqueña produjo su propio teatro de lucha emancipadora de la clase obrera y la mujer trabajadora.
Los artesanos y el proletariado urbano, impulsados por sus periódicos y sus grupos de estudios, en los que se analizaban y se debatían las realidades de la vida económica, social y política de Puerto Rico, de Cuba, de España y del mundo entero, fueron allanando un terreno de identidad común, de solidaridad compartida, y de perspectiva internacionalista, que próximamente se haría visible en la fundación de los organismos sindicales y políticos de su clase.
Las luchas de clases en Puerto Rico durante la segunda mitad del siglo diecinueve
La Guerra de Independencia en Cuba, que comenzó en 1868 y se interrumpió diez años más tarde, fue uno de los eventos durante esta época que más influyó los acontecimientos en Puerto Rico. La Guerra tomó un receso en 1878, pero en 1895 volvió a estallar con mayor furia. El gobierno español, acorralado entre la guerra en Cuba y los ruidos belicistas en Washington, DC, optó por ofrecerle a los cubanos y a los puertorriqueños algún grado de gobierno propio. Los cubanos en armas rechazaron la oferta, declarando que de España sólo aceptarían la retirada total de su ejército y su reconocimiento de la independencia de Cuba.
En Puerto Rico un sector de la élite política criolla aceptó la oferta con entusiasmo, y se constituyó como el gobierno autónomo de la colonia española. Este evento trajo repercusiones importantes para la élite criolla y para el incipiente movimiento obrero en Puerto Rico. Para entenderlas, es necesario repasar las estructuras sociales en la colonia durante estos años.
Ya se conocen a grandes rasgos los españoles del gran comercio peninsular y los burgueses criollos, dueños del sector productivo de la economía. Se conocen también los artesanos y trabajadores asalariados. Es necesario entender ahora las estructuras sociales en algún grado de mayor complejidad.
El desarrollo de la economía agrícola de exportación en la colonia generó, como se ha visto, segmentos diferenciados de las principales clases sociales en Puerto Rico (gran comercio español / burguesía criolla agro productiva; artesanos alfabetizados y diestros / peones analfabetas y no diestros). Generó también un conjunto de capas intermedias que, al alinearse con algún segmento de las principales clases sociales, ejercieron alguna influencia notable sobre los acontecimientos históricos.
En una ficha anterior se mencionó una capa urbana marginada de ascendencia laboral que puede describirse como los permanentemente desocupados. Este desprendimiento de la clase trabajadora urbana adquirió las destrezas para sobrevivir en un ambiente urbano, frecuentemente al margen de la ley. Este sector ocupó los mismos espacios físicos donde se formaban los barrios obreros, que se poblaban, aunque diferenciadamente, de trabajadores como estos sectores marginados. El lumpenproletariado urbano subsistía de diferentes actividades de chiripeo menudo y gestiones delictivas, siempre evitando el encontronazo con la Guardia Civil que lo perseguía implacablemente.
Cuando no podían evadirse, esta odiosa Guardia dejaba caer sobre cualquiera de ellos la mano fuerte y pesada de la ley colonial. Además de las salvajes palizas en manos de la Guardia Civil, los tribunales descargaban sobre estos marginados que caían atrapados en las redes de la ley y el orden pesadas sentencias de cárcel y trabajos forzados.
Cuando la élite criolla accedió a su efímero manejo del estado colonial, en vez de aliviar el peso de la represión sobre este sector marginado, si acaso le añadió fuerza a las gestiones de represión social, so color del buen gobierno y la seguridad ciudadana (y la propiedad privada, naturalmente). Como se verá más adelante, después de la invasión y conquista de la colonia por parte de Estados Unidos, esta capa ejerció una influencia crucial sobre los sucesos políticos en algunos centros urbanos, notablemente en San Juan.
De vuelta al campo…
En el campo, especialmente en las regiones cafetaleras, se fue formando una capa rebelde de peones desvinculados de las haciendas, siempre acosados por los grandes terratenientes, ya que no estaban dispuestos a someterse al orden señorial que estos señores representaban. Vivían apartados en los lugares de más difícil acceso y de más fácil escapatoria. Subsistían, principalmente, del hurto, que pudiera ser de animales, que ocasionalmente mataban y descuartizaban de noche en los propios pastizales de los hacendados, o de las cosechas de café o de otros frutos.
En ocasiones, podían formar cuadrillas montadas con otros como ellos, y asaltar algún tren de bueyes de acarreo que trajinara mercancías de la altura a la bajura o en dirección contraria. El bandolerismo en el cafetal era visto por los hacendados como una plaga que merecía la persecución y el exterminio, pero los peones agregados de sus haciendas en ocasiones los ayudaban a ocultarse y a evadir los intentos, oficiales o privados, de dar con ellos y eliminarlos.
De la misma manera que los sectores marginados urbanos, estas capas rurales encabezarían la sorprendente actividad de ajuste de cuentas que se escenificó en la montaña, en contra de los hacendados, especialmente en contra de los peninsulares y extranjeros.
…y una vez más en la ciudad
El propio crecimiento y desarrollo urbano fue gestando una capa de profesionales —médicos, farmacéuticos, abogados, contables, periodistas, ingenieros, etc.— de mayor o menor jerarquía social y económica. Algunos eran vástagos de las familias acomodadas de la élite agrícola criolla, y se identificaban con los intereses económicos y sociales de ese sector de la burguesía. Otros eran hijos de artesanos o de la pequeña burguesía que, a pesar de su formación profesional, encontraban vedadas las rutas de ascenso social y económico por al prejuicio de las clases “superiores” y su red de la “gente bien” en la sociedad y en los negocios.
Estos profesionales de los rangos sociales y económicos menos privilegiados, muchos de ellos destacados en sus quehaceres, pero excluidos de los más altos rangos de sus propias profesiones, eran autonomistas comprometidos con la causa anticolonial. En gran número eran anti monárquicos, y anti clericales. Muchos eran agnósticos; otros tantos eran masones; en este sector también prosperaron varias vertientes del espiritismo y de seguidores de Allan Kardec.
Su gran pasión, fuera de sus gestiones profesionales, fue la lucha política y la causa autonomista, a la cual le impartían energía y dinamismo. Este sector se separó del liderato de Muñoz Rivera, hasta ese momento el dirigente indiscutible de las fuerzas autonomistas, cuando éste pactó con Sagasta la fusión de su facción (mayoritaria) del Partido Autonomista al Partido Liberal monárquico de la metrópoli.
La Carta Autonómica convocó al País a unas elecciones del nuevo gobierno (autonómico) de la colonia. Se disputaron el triunfo los seguidores de Muñoz Rivera, organizados bajo la sucursal del Partido Liberal de Sagasta, y los autonomistas Ortodoxos, que mantuvieron sus principios anti monárquicos, encabezados por el médico de Bayamón, José Celso Barbosa.
El partido de Muñoz, que representaba los intereses económicos de la burguesía agrícola de exportación, triunfó arrolladoramente con cerca del 80% de los votos emitidos. Para alcanzar esa abrumadora mayoría los liberales de Muñoz lograron arrastrar el voto de muchos trabajadores rurales, pero más sorprendentemente, el de muchos artesanos y trabajadores urbanos.
Los ortodoxos, que intentaban crearse una base política en las capas urbanas del artesanado, los pequeños comerciantes y los profesionales, no lograron esta vez consolidar esos intereses y ponerle freno a los liberales muñocistas.
Los acontecimientos políticos posteriores delataron que el partido de Muñoz se comportó como lo habían hecho los conservadores peninsulares, reservándose para ellos los más jugosos puestos y nombramientos. Fueron más lejos imitando a los conservadores en su persecución del movimiento obrero, contra el cual lanzaban la jauría de la Guardia Civil. Cuando las tropas norteamericanas invadieron a Puerto Rico, el carpintero gallego e importante dirigente del movimiento obrero, Santiago Iglesias Pantín, se encontraba encarcelado con el visto bueno de Muñoz Rivera.
Muñoz Rivera, político aguerrido que mostró coraje en sus luchas en contra del coloniaje español fue apresurado en su afán de acceder a unas limitadas oportunidades de gobierno —no de poder— de la colonia en favor de los hacendados y planteros criollos. Atropelló, sin duda, a todo quien se interpuso en su desesperada gestión por establecer el gobierno y la hegemonía de la élite económica criolla. Atropelló a muchos de sus antiguos aliados autonomistas y al incipiente movimiento obrero, y agudizó las inevitables luchas de clases en torno a las pretensiones hegemónicas de la élite económica criolla.
Esta división de las fuerzas autonomistas, repleta de las recriminaciones y acusaciones más vitriólicas, estalló con violencia después de la invasión, conquista y ocupación militar de la colonia por las tropas de Estados Unidos.
Este estallido fue tan estremecedor que, como se estudiará más adelante, logró bifurcar durante algunos años al movimiento obrero de Puerto Rico que ya se estaba constituyendo sindicalmente.
En estas fichas nos estamos aproximando a ese momento de turbulencia económica, social y política que le impuso el imperialismo de Estados Unidos a Puerto Rico (y a Cuba y a Las Filipinas), y sus efectos directos sobre la materialización de nuestra clase trabajadora y nuestro incipiente movimiento obrero. Pero para entender los sucesos que resultaron de esa invasión y conquista es necesario investigar en mayor detalle la situación mundial durante la segunda mitad del siglo diecinueve, así como la estructura social de la colonia española en víspera de la ocupación militar. Se abordarán esos temas en las próximas fichas.
Para discusión
• La distancia entre la ciudad y el campo en Puerto Rico casi ha desaparecido por completo. Pudiera decirse que el crecimiento urbano se ha tragado a la ruralía. Ahora los sectores asalariados y las capas urbanas desocupadas ocupan diferentes espacios compactos en los centros de las ciudades, o en desparramadas zonas suburbanas, claramente segregadas de las áreas residenciales de las ”clases altas”. ¿Qué efectos puede tener esto en el caso de el recrudecimiento de las luchas de clases en Puerto Rico?
• Ahora que el aparato colonial se derrumba, ¿cómo podemos comenzar a visualizar las posibles grandes confrontaciones entre las diferentes clases sociales en Puerto Rico, y las ofensivas del imperialismo para aplastar cualquier insurgencia revolucionaria? ¿Qué requeriremos para lograr un triunfo de las clases oprimidas sobre el imperialismo?
En la ficha final se publicará una bibliografía. Este trabajo se efectuó con el propósito de contar con el trasfondo histórico para la producción de unas novelas gráficas que incluyen asuntos sobre el movimiento obrero a raíz de la invasión de 1898. Nunca adquirió pretensiones académicas, aunque parecieron suficientemente interesantes como para presentarlas en el Abayarde Rojo Digital. Se intentará subsanar esa deficiencia con una ficha final con una bibliografía extensa.
Estaría chevere tener citas para leer mas a fondo sobre el tema.
Me encantaria ver citas para poder informarme más.