Cumbre de la OTAN: tambalea la alianza transatlántica

Por Lidia López

 

La cumbre de la OTAN culminó ayer después de dos días de tensiones, particularmente entre EEUU y Alemania.  Aunque la cuestión de las aportaciones monetarias a la alianza militar ha acaparado los informes de la prensa internacional, ésta representa un factor secundario a corto plazo.  Más reveladores fueron los comentarios de Trump y Merkel sobre los vínculos energéticos entre Alemania y Rusia.  Esta última cuestión demuestra que lo que está en juego detrás de todas las pamplinas de Trump sobre el supuesto reparto desigual de la carga para financiar la alianza militar son los conflictos económicos, particularmente en el área de los mercados energéticos, entre las varias potencias capitalistas del mundo.

El miércoles, hablando ante la prensa internacional, Trump dejó claro la posición del imperialismo estadounidense al respecto cuando le dijo al secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg: “En lo que a mí respecta, Alemania es un país cautivo de Rusia porque recibe tanta de su energía de Rusia.  Estamos hablando de miles de millones de dólares que se le está pagando al país del que nosotros supuestamente te estamos protegiendo.

La cuestión central es la decisión alemana de seguir adelante con el proyecto de NordStream II, un oleoducto de 1.300 kilómetros desde Rusia atravesando el Báltico que llega al norte de Alemania.  Dicho proyecto tendrá capacidad para suplir anualmente 55 mil millones de metros cúbicos de gas natural adicionales directamente a Alemania y de esta manera duplicar los suministros actuales mediante la vía del Nordstream I.  Algunos políticos alemanes han hablado abiertamente sobre el plan de convertir a Alemania en un centro de distribución energética para el resto de Europa.

Trump dejó claro que a lo que se opone el capital estadounidense son los lazos económicos entre Rusia y Alemania.

En los próximos años se anticipa una disminución de los recursos energéticos disponibles que provienen de países como Inglaterra, Holanda y Noruega que controlan los yacimientos marítima del mar del Norte.  Durante muchos años estos suministros europeos han representado una tercera parte de la oferta total de gas natural dentro del mercado europeo.  Es en este contexto que se da la creciente competencia entre exportadores estadounidenses, ansiosos llenar el anticipado vacío en el mercado europeo con el gas natural licuado, y los monopolios energéticos rusos, ya insertados en ese mismo mercado.

Esta competencia en el campo energético europeo es sólo una manifestación de los conflictos económicos más amplios al nivel internacional que caracterizan las relaciones entre todas las potencias capitalistas.  Además, la amenaza para los intereses estadounidenses que representan los lazos energéticos cada vez más estrechos entre Alemania y Rusia explica una serie de otros puntos de tensión dentro del contexto de la histórica alianza transatlántica, desde las recientes quejas de las ventas de autos alemanes en el mercado estadounidense y las amenazas de aranceles, al apoyo entre ciertos sectores de la clase dominante estadounidense para el Brexit y las maquinaciones imperialistas en Ucrania, un país en una posición de perder ingresos provenientes de la colección de las tarifas de tránsito del gas natural y el petróleo que importan los europeos desde Rusia mediante las rutas tradicionales del sur.

Tal como ocurre dentro de la clase dominante estadounidense, han surgido diferencias entre sectores capitalistas alemanes, y europeos en general, sobre qué línea táctica a seguir respecto a la política externa, particularmente con Rusia.  De la misma manera en que hay sectores dentro de la clase dominante alemana en desacuerdo que el fortalecimiento de lazos con el capital ruso, existen elementos dentro de la europea en general, por ej. sectores en Francia e Inglaterra, cuyos intereses aun se linean más con los de la política externa estadounidense.  Los intentos de Trump para manipular estos conflictos internos mediante la oferta de acuerdos comerciales bilaterales, por ej. con Francia, son ya muy conocidos.

Lo que está más allá de toda duda es que mientras una Unión Europea dividida y debilitada le conviene al imperialismo estadounidense, el capital alemán se ha mostrado decidido en dirigir bajo sus auspicios un proyecto a largo plazo de renovación europea como una potencia político-militar mundial.  A corto plazo, el problema de Alemania, una potencia económica mundial pero de segunda clase en el ámbito militar, se resume como una selección entre acercarse más al eje compuesto por Moscú y Pekín, o mantenerse en una posición subordinada a Washington en lo que se resuelve el conflicto entre las grandes potencias militares y nucleares.

Por su parte, los llamados desde Berlín y otras capitales europeas no pueden ser más claros.  Cada vez más se oyen los reclamos para un ejército europeo a luz del recién firmado acuerdo de Cooperación Estructurada Permanente de Seguridad y Defensa (PESCO por sus siglas en inglés).  De hecho, la lógica detrás de las quejas de Trump sobre las aportaciones a la OTAN, particularmente de Francia y Alemania, se encuentra en su reconocimiento de la asignación de cada vez más fondos a este nuevo proyecto de defensa europea el cual excluye a miembros de la OTAN como EEUU, Canadá e Inglaterra.  Este factor ‘secundario’ a corto plazo cobrará más importancia según se agravan las fisuras dentro de la alianza transatlántica.

Como hemos destacado en numerosas ocasiones, la profundización de estos conflictos entre antiguos ‘aliados capitalistas’ confirma el planteamiento marxista sobre el imperialismo.  Las ‘alianzas capitalistas’ no son más que fases temporeras en la preparación de los inevitables conflictos futuros.  Las experiencias del pasado, cuando el mundo estalló en dos conflagraciones devastadoras, son una advertencia para la clase obrera internacional en contra de la política de subordinarse a la política de sus respectivas clases capitalistas nacionales.

Las fisuras en la alianza transatlántica que se manifestaron en la cumbre de la OTAN son otro recordatorio para la clase obrera internacional de la necesidad de reorganizarse bajo un programa de revolución socialista.

 

 

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