Por Ismael Castro
La ruptura de la asociación transatlántica que formó una parte central del orden posguerra después de 1945 quedó patente durante la reciente Cumbre G7 que tuvo lugar este fin de semana pasado en el municipio de La Malbaie en la provincia canadiense de Quebec. El conflicto abierto entre la delegación estadounidense por un lado y el eje canadiense europeo por el otro llegó al punto en que poco después de partir hacia Singapur para reunirse con el líder norcoreano Kim Jung-Un, un día antes del cierre de la Cumbre, Trump ordenó a los representantes estadounidenses a retirar su aval del tradicional comunicado final de la cumbre. Dicho comunicado incluía el supuesto compromiso de todas partes a promover el libre comercio y oponerse al proteccionismo. Ya ni los más fieles defensores del capitalismo occidental esconden su preocupación.
A pesar del enfoque de los medios oficiales en la persona de Trump y la tirijala que surgió entre él y el premier canadiense Trudeau inmediatamente después de concluirse la Cumbre, las fisuras cada vez más grandes entre los aliados de antaño no son el producto de los rasgos individuales de tal o cual líder político. Como hemos recalcado, Trump encarna tanto la posición objetiva como los sentimientos de los sectores dirigentes de la clase dominante estadounidense. Sus acérrimas críticas del actual orden comercial internacional es un reflejo al mismo tiempo de la erosión de la posición preeminente que el capital estadounidense ocupaba dentro de la economía mundial durante varias décadas y el reconocimiento de que la única alternativa que le queda para intentar compensar por dicha pérdida del dominio económico será mediante el creciente uso de la fuerza militar bruta.
La decisión reciente por la administración de Trump de imponer aranceles sobre el acero y aluminio importado desde Canadá, México y la Unión Europea a partir del 1 de junio, basada en supuestos motivos de seguridad nacional, además de la amenaza de futuras medidas proteccionistas dirigidas a automóviles, etc., confirma la afirmación leninista de que bajo el capitalismo toda alianza entre las grandes potencias es temporera. Los períodos de paz relativa entre los grandes rivales capitalistas no son más que un respiro temporal, típicamente que coinciden con ondas largas de expansión capitalista, para preparar nuevas ofensivas contra competidores internacionales. Aunque el enfoque de la clase dominante estadounidense hasta ahora ha sido China, las crecientes tensiones económicas y políticas con Canadá y la Unión Europea resaltan el verdadero alcance de la crisis que plaga el capitalismo mundial. Ninguna potencia económica puede darse el lujo de permanecer en una postura defensiva.
La respuesta de los representantes del capital europeo y canadiense no ha sido menos reaccionaria que la de sus homólogos estadounidenses. Una gran variedad de exportaciones estadounidenses, desde el Whiskey y la máquinas de lavar ropa, los productos agrícolas como las manzanas, la soja, y el maíz, hasta las motocicletas, los autos y los aviones ya están sujetas a aranceles impuestos como desquite por países como México, Canadá, China y la UE. Por su parte, la canciller alemana Ángela Merkel reiteró su apoyo a la carrera hacia el rearmamento europeo como imperativo para establecer una política externa independientemente de EEUU. Los llamados para organizar una fuerza militar europea bajo la dirección alemana no son nuevas. Son parte del mismo giro hacia la derecha en la política, como bien demuestra el auge de Partidos políticos abiertamente fascistas como la Agrupación Nacional (Frente Nacional) en Francia, Alternativa para Alemania (AfD) en Alemania y el recién formado gobierno de coalición en Italia que incluye a Partidos de extrema derecha. Este giro hacia la derecha en Europa refleja la misma desesperación que sienten todos los sectores de la clase capitalista europea ante la amenaza dual de sus rivales capitalistas internacionales por un lado y las masas obreras cada vez más ansiosas de un cambio revolucionario por el otro.
En el análisis final, la intensificación de los conflictos comerciales y económicos entre las grandes potencias capitalistas son siempre el preludio a la guerra; el medio final por el cual todas las disputas se resuelven bajo el capitalismo mundial. Lo que ha quedado patente con la más reciente Cumbre G7 es la insoluble contradicción entre la imparable expansión internacional de fuerzas económicas por un lado y la permanencia de divisiones políticas entre sectores competidores nacionales de la clase capitalista por el otro. Esta contradicción, que explica la razón detrás de los grandes conflictos militares de nuestra época, no encuentra su solución más que en la derrota final del capitalismo y el establecimiento del socialismo mundial.
La tarea inmediata de los comunistas a través del mundo es precipitar la reorganización revolucionaria de la clase obrera, guiada por un programa revolucionario, para oponerse a las políticas belicistas y reaccionarias de cada sector de la clase capitalista y unirse en la lucha internacional por el socialismo.
Los puertorriqueños que apoyan a Trump y los EEUU hay que perdonarlos…son ignorantes