Por Luis Soto
Las masivas protestas provocadas por el anuncio reciente del gobierno sandinista de su intención de reformar el sistema de pensiones, recortándoles entre 5% y 12% de los beneficios que reciben los pensionados en los próximos años y aumentando las aportaciones obligatorias de los trabajadores, son el reflejo de la frustración popular con el partido gobernante que a pesar de sus pretensiones radicales se ha quedado fiel a los dictados de instituciones capitalistas internacionales como el FMI. De hecho, después de una recién concluida “misión” del FMI a Nicaragua, el gobierno sandinista ganó altas calificaciones por su fidelidad a las recomendaciones del ente internacional. Entre éstas, se incluyen la ya mencionada reforma al sistema de pensiones además de otras reformas en el sector energético estatal y en la política contributiva. Todas estas medidas tienen como objetivo reducir los gastos públicos en servicios sociales y allanar el camino para mayores oportunidades de ganancias para el capital privado.
La violencia desatada a raíz de las protestas desde hace casi una semana, que al momento ha dejado un saldo de 27 muertes y cientos de heridos, refleja una complicada situación social. Por un lado, las protestas iniciales tuvieron lugar principalmente en la capital de Managua y la ciudad de León e incluían a grupos de pensionados y trabajadores opuestos al plan de reformas. A éstos, rápidamente se unieron grupos de estudiantes universitarios y pequeños comerciantes frustrados tanto con los cambios anunciados por el gobierno como la corrupción rampante del régimen sandinista. (Hechos como la eliminación de los límites a los términos de la presidencia y que la esposa del actual presidente Daniel Ortega, la Sra. Rosario Murillo, también funge como vicepresidente se destacan como puntos particularmente neurálgicos entre las masas.) La respuesta gubernamental ante las protestas fue particularmente brutal – se desplegaron las fuerzas del ejército – factor que resultó en una escalada de tensiones a través del país durante el fin de semana y la toma de la Universidad Nacional de Ingeniería por los universitarios.
A pesar de sus pretensiones revolucionarias, el sandinismo siempre representaba una mezcolanza de múltiples tendencias políticas que reflejaban distintas clases sociales, unidas en su oposición a la dictadura somocista y la intervención directa del imperialismo estadounidense en apoyo a ésta, aunque plagadas de contradicciones internas innegables. La tendencia predominante dentro del sandinismo siempre fue la del nacionalismo pequeño burgués. La radicalización de la pequeña burguesía nicaragüense durante los años de la dictadura somocista, cuyo control absoluto limitó grandemente tanto las avenidas para la expresión política como el desarrollo económico para todos menos un puñado de familias oligárquicas, naturalmente la acercó a los elementos del proletariado y el campesinado pobre.
Es cierto que dentro del contexto de la lucha contra la dictadura así como las posteriores agresiones orquestadas desde Washington y llevadas a cabo por los contras para derrocar al gobierno del FSLN, había contenido político progresista dentro del sandinismo. Este contenido emanaba principalmente de los elementos proletarios que veían en el movimiento sandinista una manera de combatir la súper explotación a que estaban sujetos, particularmente en el sector agrícola. Sin embargo, y muy a pesar del prestigio que ganaban muchos líderes del FSLN entre las fuerzas progresistas del mundo durante los años de guerra civil brutal, estos elementos proletarios políticamente progresistas se vieron cada vez más marginados por una pequeña burguesía ya dispuesta a llegar a acomodos con el capitalismo mundial desde su posición dentro del aparato estatal. Tal situación resultó en el obscurecimiento de una política independiente propia de la clase obrera y su cada vez más profunda subordinación política e ideológica a la pequeña burguesía. Después de diez años corridos en el poder tanto el programa económico como el modelo de gobernanza del FSLN han traído a la luz todas estas contradicciones sociales entre los elementos pequeño burgueses dentro del gobierno sandinista y los intereses de las masas proletarias en el país.
La situación interna actual representa un importante punto de inflexión en que las masas proletarias una vez más tendrán que buscar cómo articular una política independiente en su oposición a las políticas del gobierno del FSLN en medio de los intentos de la ultra derecha, reunida bajo el Frente Amplio por la Democracia (FAD) para aprovechar la frustración popular a favor de sus propios intereses. Tal como se ha visto en países como Venezuela, la compleja situación social ha resultado en un gobierno pequeño burgués oscilar entre las posiciones de las masas proletarias y la alta burguesía aliada con el imperialismo. A pesar de sus diferencias tácticas sobre cómo insertarse en los circuitos internacionales del capitalismo y con cuál de las potencias capitalistas aliarse, China o EEUU, la colaboración entre el FSLN y el derechista FAD en lo que concierne la política económica es innegable. Ambos están de acuerdo con el plan de reducir las pensiones aunque hay diferencias sobre cómo llevar a cabo dicha medida. Donde entran en disputa más fundamental es principalmente en el ámbito de las alianzas internacionales. Mientras el FSLN ha dado la bienvenida a la penetración de capital chino al país, el FAD, apoyado por Washington, ha intentado usar las tensiones sociales para presionar al gobierno sandinista a reorientar su esfuerzos para atraer al capital estadounidense. Ambas fuerzas están unidas en su determinación de imponer sobre las masas proletarias las condiciones exigidas por el capital internacional.
El giro cada vez más profundo hacia la derecha del gobierno del FSLN queda reflejado en su subordinación abierta a los dictados del FMI – independientemente de si Ortega decide aplazar o no la reforma al sistema de pensiones como se ha informado. Este proceso resalta las limitaciones inherentes de todo proyecto político «progresista» basado en la preservación de las relaciones de propiedad capitalistas y el estado capitalista.
Las más recientes experiencias de países como Nicaragua y Venezuela, entre otros más, encierran dos lecciones críticas para la clase obrera a nivel internacional. Primero, la clase obrera, aun bajo condiciones en que está obligada a entrar en una alianza con otras clases oprimidas tiene que mantener y defender siempre su política independiente. La subordinación política de las masas proletarias en Nicaragua ha dejado un vacío que ahora sólo está preparada para llenar la ultra derecha. Los peligros de esta situación son obvias.
Segundo, la clase obrera tiene que siempre recordar la lección que sacó Marx de la experiencia de la Comuna de París cuando éste señaló que “La clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines”. La represión desatada contra las masas nicaragüenses por el gobierno sandinista es un recordatorio de que aun los defensores más liberales del capitalismo, si están enfrentados con cualquier demanda de la clase obrera que ponga en peligro los intereses de los capitalistas, movilizarán todos los instrumentos represivos a su disposición para aplastar a los obreros. Esto se ha visto en Venezuela y ahora se está viendo en Nicaragua. La clase obrera tiene que luchar no solamente para conquistar el poder político y transformar radicalmente la vida económica sin obviar la necesidad de crear una forma de estado completamente nueva con que defenderse.