Por Luis Soto
La administración de Donald Trump impuso hoy (jueves) aranceles valorados en $60 mil millones sobre las importaciones desde China. Además de estos aranceles, el Tesoro estadounidense impondrá restricciones sobre inversiones chinas en las empresas de la industria de tecnología en EEUU. Tales restricciones se basan en el argumento de que las empresas chinas cada vez más roban secretos industriales y propiedad intelectual que durante años daban supremacía al sector de tecnología estadounidense. Estas movidas intensifican la guerra comercial que ha ido caldeando entre las dos potencias económicas mundiales durante los últimos años.
La declaración de guerra comercial abierta contra China sigue el anuncio hace dos semanas de aranceles globales sobre las importaciones de acero y aluminio por la administración estadounidense. Sin embargo, el otorgamiento reciente de exenciones arancelarias a múltiples países como Canadá, Méjico, Australia, Argentina, Brasil y Corea del Sur, además de la Unión Europea, desmiente las verdaderas intenciones detrás de la nueva política comercial estadounidense. La clase dominante estadounidense, a pesar de sus conflictos internos sobre táctica, está buscando evitar el mayor ascenso de su competidor económico del lejano este. En esto, los republicanos y demócratas forman un frente unido en defensa de la posición del imperialismo estadounidense.
Por su parte, Pekín ha prometido “tomar toda medida legal para proteger sus intereses”. El consenso entre muchos analistas es que las medidas de represalia por los chinos se dirigirán a las exportaciones estadounidenses claves como la soja, algodón, aviones y autos además de equipo agrícola, productos que en su mayoría provienen de estados ‘republicanos’. La reciente decisión de otorgar al presidente Xi, un ferviente nacionalista, mayores poderes pone de relieve las aspiraciones de la clase dominante china para desempeñar un papel aun más importante en el escenario económico mundial.
Los índices bursátiles a través del mundo reflejaron las graves preocupaciones de una expandida guerra comercial que afligen a muchos capitalistas. Después del anuncio de Washington, el índice Dow Jones bajó 700 puntos con las acciones de Caterpillar y Boeing, dos compañías estadounidenses exportadoras particularmente expuestas al mercado chino, entre aquellas que más terreno perdieron. Las acciones de compañías de los sectores bancario y de la tecnología también sufrieron bajas significativas. Incluso el mercado de bonos se vio impactado por el masivo influjo de inversiones en los bonos de Tesoro de 10 años, lo cual resultó en una baja del rendimiento. (El precio de los bonos y su rendimiento se mueven en dirección inversa.)
El impacto pleno de una intensificada guerra comercial sobre los consumidores en EEUU está todavía por determinarse. Muchos economistas advierten del aumento de precios para muchos bienes de consumo además de problemas de sobrecapacidad en varios sectores tales como la agricultura y el cultivo de cerdos en EEUU.
Sin embargo, el significado de la decisión de Trump de evitar la OMC (Organización Mundial de Comercio) e imponer aranceles unilateralmente no debe pasar desapercibido. Cuando Trump anunció los aranceles sobre el acero y el aluminio hace dos semanas lo hizo amparándose a los argumentos sobre la “seguridad nacional”. Las medidas más recientes dirigidas exclusivamente a China fueron anunciadas al amparo de la sección 301 del Acta de Comercio Estadounidense de 1974, un artefacto de la guerra fría que antecede la formación de la OMC. Tales acciones evidencian la ulterior erosión de las instituciones internacionales creadas para facilitar la cooperación entre potencias capitalistas.
Aunque los representantes de la Unión Europea tuvieron éxito al cabildear por una dispensa que le exima a los aranceles sobre acero y aluminio, una movida deliberada por Washington para crear una cuña entre Berlín y Pekín, no está claro cómo responderán los europeos a mediano plazo a una intensificación de la actual guerra comercial entre EEUU y China. Alemania en particular, además de su frustración con el proteccionismo estadounidense, ha hecho varios acercamientos económicos y comerciales con China en años recientes.
Lo que sí se perfila con cada vez más claridad es la probabilidad de conflictos militares directos entre potencias como EEUU y China en el futuro. Los paralelos históricos entre los períodos antes de la primera y la segunda guerras mundiales son innegables. Lo que se asoma en el horizonte son estallidos de conflictos económicos y comerciales cada vez más intensos como preludio de conflagraciones militares. Únicamente la clase obrera internacional, organizada para la toma del poder político y guiada por un programa socialista, tiene la capacidad de evitar la hecatombe que se avecina.