Por Ismael Castro
Trump anunció esta semana la imposición de aranceles globales sobre las importaciones de acero y aluminio de 25% y 10% respectivamente. La movida, invocada bajo los pretextos de la seguridad nacional y una fraudulenta preocupación por la pérdida de empleos en EEUU, intensifica las tensiones comerciales y económicas ya existentes entre las potencias capitalistas mundiales. Aliados históricos como Canadá, la Unión Europea, Japón y Corea del Sur, así como y China, el principal rival económico de EEUU, se verían impactados por las medidas.
Las denuncias internacionales y promesas de represalia no tardaron.
Jean-Claude Junker, el presidente de la Comisión Europea indicó que la EU tomaría medidas de represalia en la forma de aranceles sobre las motoras Harley Davidson, el bourbon de Kentucky y los bluejeans estadounidenses. Los gobiernos de Alemania y Francia también expresaron su disgusto con los aranceles además del reconocimiento de que el creciente proteccionismo de Washington resultará en una escalada de guerras comerciales internacionales. Por su parte, Chrystia Freeland, la ministra de relaciones externas de Canadá, el mayor exportador de acero a EEUU, denunció que las justificaciones con que la administración de Trump ha basado su decisión son erróneas.
Aparte de estos “aliados” de EEUU, el ministro de Comercio chino, un país que a pesar de la retórica agresiva en su contra emanada desde Washington no figura entre los mayores exportadores de acero a EEUU, inmediatamente expresó graves preocupaciones con la decisión de la administración de Trump. Curiosamente, la decisión sobre los aranceles fue anunciada durante una visita de altos funcionarios del gobierno chino a Washington para discutir la suavización de tensiones comerciales. No obstante, el gobierno chino había declarado anteriormente que tomaría toda medida necesaria para defender sus intereses nacionales en el ámbito del comercio internacional en caso de medidas proteccionistas por EEUU.
Dentro de EEUU, la decisión de imponer aranceles globales ha agravado los conflictos internos que plagan a la clase dominante. La prensa estadounidense ha informado que varios miembros del gabinete de Trump se oponen al proteccionismo agresivo que persigue la administración. Entre éstos figuran Gary Cohn, el ex ejecutivo de Goldman Sachs y principal asesor económico de Trump, y Rex Tillerson, secretario de Estado. Esta ala de la clase dominante no es menos bélica en su política, sin embargo, entienden que la agravación de tensiones comerciales internacionales en la coyuntura actual dificulta los objetivos geoestratégicos del imperialismo a corto plazo.
Por otro lado, el ala proteccionista de la administración, representada por figuras como Wilbur Ross, el secretario de comercio, se ha alineado con los ejecutivos de las industrias siderúrgica y de aluminio estadounidenses, que durante décadas han perdido terreno ante competidores internacionales, además de los propulsores del nacionalismo económico dentro de la alta burocracia sindical y el resto del establecimiento político en EEUU.
Significativamente, las medidas proteccionistas propuestas por la administración tendrán un impacto negativo sobre las industrias domésticas estadounidenses altamente dependientes de insumos importados relativamente baratos, como los materiales siderúrgicos y de aluminio que requieren las empresas automotrices estadounidenses. De hecho, los aranceles sobre acero y aluminio no sólo resultarán en aumentos al costo de producción para sectores importantes de la manufactura estadounidense sino también en los precios de las mercancías para los consumidores domésticos. Sin embargo, tales son las insolubles contradicciones que produce el capitalismo.
La agudización de estos conflictos comerciales a nivel internacional encierran significativas amenazas para la clase obrera internacional. Cada clase capitalista intensificará el asalto ideológico llevado a cabo contra su clase obrera. El discurso demagógico alrededor de la protección de trabajos nacionales empleado por figuras como Trump y la ultra derecha en Europa será ampliado en la medida en que se intensifica la competencia entre intereses capitalistas a nivel internacional. Este discurso se empleará cada vez más para justificar la imposición de medidas de austeridad sobre las masas obreras – la congelación de salarios, la eliminación de beneficios marginales, etc. – dentro de cada una de las potencias capitalistas. En EEUU el creciente proteccionismo económico de clase dominante no puede desvincularse de los intentos de reestablecer una plataforma de salarios bajos doméstica a nivel interno, un patrón que se repite en todas las principales potencias económicas del mundo.
Sin embargo, como hemos advertido en varias ocasiones previas, el establecimiento de una plataforma de bajos salarios en a manufactura a nivel interno no solo refleja las necesidades económicas de cada clase capitalista nacional, sino también corresponde a la amenaza inminente de guerra a nivel internacional. Así quedó claro en las recientes declaraciones de Trump al efecto de que un país no puede depender de las importaciones de materiales claves de otros países con las que se encuentra en guerra. En el análisis final, los conflictos comerciales y económicos entre los rivales capitalistas no son más que el preludio de grandes conflictos militares. Los estrategas de cada potencia capitalista están muy conscientes de esta relación. No en balde las potencias económicas desde la China a Alemania, de Rusia al Japón, emprenden en una escalada militar.
En los conflictos cada vez más profundos entre los diferentes sectores de la clase capitalista estadounidense sobre la política comercial internacional, las masas obreras no encontrarán ninguna banda progresista dentro del establecimiento político. Independientemente de sus diferencias, todos los sectores de la clase capitalista, tanto en EEUU como en demás potencias económicas mundiales, se unen en su objetivo de imponer sobre las masas obreras medidas brutales en pos de sus intereses.
Las masas obreras no pueden dejarse engañar. Sus enemigos no son los obreros de otros países. Al contrario, su verdadero enemigo es su propia clase capitalista, y todos sus defensores, con los que tendrán que ajustar cuentas. Éstos no dejarán de sacrificar a los obreros, tanto en las fábrica como en los campos de batalla. Cada vez más, la consciencia internacionalista entre los obreros se hace indispensable. Cada vez más, la elaboración de una política, independiente de todo sector de la clase capitalista, y guiada por un programa socialista, se vuelve en tarea imprescindible para la clase obrera. Es sólo a base de un programa socialista, llevado a cabo por la clase obrera a nivel internacional, que la humanidad podrá evitar otra hecatombe.