Autoritarismo y guerra: rasgos fundamentales del capitalismo

Por Ismael Castro

 

La semana pasada el mundo fue recordado una vez más que, lejos de ser excepciones a la regla, el autoritarismo y la guerra son elementos fundamentales del sistema capitalista.

La semana empezó con la noticia de que el Comité Central del Partido Comunista Chino, un partido que a pesar de su nombre abandonó hace tiempo toda pretensión de defender a la clase obrera y que en la actualidad administra un estado capitalista igual de despiadado contra las masas trabajadoras y corrupto que los de Occidente, había eliminado límites al número de mandatos del actual presidente Xi Jinping.  La medida, que tiene lugar mediante una enmienda constitucional sin consulta o discusión popular, es la última en una serie de movidas dirigidas a consolidar el poder de una camarilla gobernante y así aislar, si no eliminar, a toda voz disidente progresista.

La lógica detrás de este giro agresivo hacia el autoritarismo en China sólo puede encontrarse en las contradicciones del capitalismo mismo.  En particular, la integración de China dentro de la economía capitalista mundial durante las últimas décadas como potencia en sí y principal rival de EEUU ha repercutido a nivel interno y externo.

No puede haber duda de que se han agudizado las tensiones sociales internas.  Esto se refleja en la creciente ola de huelgas y otras acciones militantes llevadas a cabo por la clase obrera en China.  Por ejemplo, se documentaron 2.663 huelgas en China durante el año 2016, casi el doble del 2014, la mayoría de las cuales en los sectores de la manufactura y la construcción.  Estas acciones laborales se han dado en su mayoría fuera del control del aparato sindical estatal oficial (la Federación de Sindicatos de China) como expresión de la creciente capacidad de los trabajadores chinos, muchos de los cuales que son migratorios, de aprovecharse de las redes sociales para organizarse.  Entre las demandas más comunes de los trabajadores se encuentran el pago de atrasos, la rectificación de condiciones laborales peligrosas y la concesión de seguro social.  La respuesta del gobierno chino a esta iniciativa de las masas obreras ha sido una campaña despiadada de represión brutal dirigida a apuntalar su plataforma de salarios bajos.

El autoritarismo a nivel interno no puede separarse del belicismo en el campo externo.  Las mismas contradicciones que agravan las tensiones sociales internas impulsan a los capitalistas a emprender en campañas depredadoras agresivas en el extranjero.  Según se ha ido menguando el enorme crecimiento económico que China experimentó durante décadas, se han aumentado la búsqueda de nuevos mercados y campos para la inversión rentable para el capital chino así como la consiguiente intensificación de la competencia y los enfrentamientos con otras potencias capitalistas del mundo.  Como tal, la actual concentración militar china refleja no solo las ambiciones mundiales del capital chino, desde el Mar del Sur de China hasta Centroamérica y África, sino también el reconocimiento de que bajo condiciones de competencia internacional entre las potencias capitalistas, el poderío militar es el árbitro final.

Estas tendencias no se limitan a China.  El mundo también fue testigo la semana pasada de un discurso del presidente ruso Putin ante la Asamblea Federal – nominalmente para iniciar su campaña para la reelección – en el que anunció una serie de nuevos sistemas de armas.  Entre las armas destacadas en el discurso de Putin, cuyo gobierno ha mostrado tendencias autoritarias bien documentadas, se encuentra un nuevo sistema de misiles balísticos intercontinentales, Sarmat RS-28, diseñado con la capacidad de evadir la detección por los sistemas de defensa antimisiles estadounidenses.  El anuncio del nuevo sistema fue acompañado por un video provocador en que se presentaba la imagen animada de un misil Sarmat lanzado primero por una trayectoria hacia el norte y entonces al sur, que al final da con su blanco en el estado de Florida.  La presentación fue recibida por aplausos de la asamblea.  Varias fuentes noticiosas han informado que las pruebas del nuevo sistema Sarmat se encuentran en una fase avanzada.

Aparte del susodicho sistema de misiles, Putin destacó:

  • un nuevo vehículo hipersónico de “deslizamiento”, el Avangard, el cual es lanzado por un misil balístico intercontinental y se desliza a velocidades muy altas a lo largo de la atmósfera superior, maniobrando para evitar las defensas;
  • el misil de crucero hipersónico Kinzhal lanzado desde el aire;
  • un dron submarino, Status-6, con ojiva nuclear;
  • y un misil crucero de larga distancia lanzado desde tierra a base de poder nuclear y con ojiva nuclear.

El discurso de Putin estuvo marcado por un mensaje inequívoco.  Refiriéndose a unas advertencias emitidas en 2004 a EEUU, puntualizó sus declaraciones de la siguiente manera: Nadie nos escuchó entonces.  Así que escúchennos ahora.

Esta inversión masiva de recursos para reconstruir la ya enorme capacidad militar de Rusia tiene lugar en el contexto del estancamiento económico prolongado en el país además de los crecientes desafíos en el mercado mundial para las exportaciones rusas claves como el gas natural y el petróleo.  Las elecciones venideras en Rusia no ofrecen alternativas progresistas a las masas obreras, agobiadas por salarios bajos e inflación además de la erosión de protecciones sociales.  El discurso de Putin representa un claro intento de desviar el creciente descontento popular hacia fuera.

Estos casos demuestran que en todas las principales potencias capitalistas – uno fácilmente puede resaltar ejemplos de los mismos impulsos autoritarios y militaristas en Europa – las clases dominantes y sus gobiernos exhiben los mismos rasgos fundamentales.  No hace falta decir que estos rasgos encuentran su máxima expresión dentro de la clase capitalista en Estados Unidos, donde las pretensiones democráticas son cada vez más descartadas y la guerra se ha convertido en una característica «permanente» de la vida.

Mientras todos los principales países capitalistas se inclinan hacia formas autoritarias de gobierno y aumentan sus preparativos para la guerra, la clase obrera internacional debe asimilar lecciones históricas indispensables.  En la segunda década del siglo XX cuando el capitalismo entró en su fase imperialista, VI Lenin señaló no solo el hecho de que las diferencias entre las tendencias democrático-republicanas y las autoritarias reaccionarias dentro de la clase dominante habían sido borradas, sino también cómo el mismo sistema era caracterizado por la reacción política «por toda la línea para abajo».  Continuó explicando que la guerra, en lugar de una anomalía, era una parte inherente del sistema.

La amenaza de una gran guerra entre potencias capitalistas es mayor en la actualidad que en las últimas 5 décadas.  Solo la clase obrera internacional puede prevenir el potencial destructivo desarrollado a través de la irresponsable asignación de recursos sociales para la defensa de los estrechos intereses de capitalistas rivales enfrascados en una carrera por obtener ganancias cada vez mayores.  La cuestión de revolución socialista se presenta no solo como una alternativa al sistema actual.  Más bien, la revolución socialista debe entenderse cada vez más como un imperativo histórico para la humanidad misma obligada a vivir bajo la amenaza permanente de guerra.

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