Por Ismael Castro
La renuncia de Ricardo Ramos ha sido acogida por muchos como una muy necesaria «limpieza de casa» después del escándalo Whitefish. La realidad, sin embargo, es que Ramos cumplió a cabalidad con su función.
¿Cuál fue la verdadera función de Ramos?
Pues, entre el innegable mal manejo, la corrupción, la incompetencia y todo lo demás, la idea de una empresa pública funcional y beneficiosa para la sociedad ha sido desacreditada entre la ciudadanía. Como tal, la debacle de la AEE ha allanado el camino para la privatización y uno no necesita ser un teórico de conspiraciones para ver que en eso Ramos jugó el papel de Azazel* moderno sacrificado por el sumo sacerdote Ricky.
La máquina propagandística de los capitalistas durante años se ha esforzado en presentar a cualquier entidad pública como ineficiente, propenso a la corrupción, y un monopolio que impone una carga a los contribuyentes. Y respecto a la AEE y todas las entidades públicas bajo el capitalismo ¡tienen toda la razón! Sin embargo, los escándalos y la corrupción también son rasgos comunes de las empresas privadas; tomémonos a Enron, Dynegy, ExxonMobile y BP como ejemplos conocidos del sector energético. ¿Cree alguien que los ejecutivos de las empresas privadas son menos corruptos que los del sector público o los políticos que los nombran?
La realidad es que bajo el capitalismo, la cuestión de empresas estatales versus empresas privadas es una de forma y no contenido. En otras palabras, una entidad como la AEE es tan capitalista como cualquier empresa privada dedicada a la distribución energética. Lo que distingue a la AEE no es tanto su carácter monopolista, sino que surge históricamente cuando no había suficiente capital privado disponible y/o dispuesto a montar el aparato energético requerido para el naciente régimen manufacturero en Puerto Rico durante los años 40 mientras que ahora hay demasiado capital privado con relativamente pocas oportunidades de inversión rentable.
Y ese fenómeno de la privatización de empresas públicas, particularmente aquellas que generan un flujo de ingresos regular como los servicios de energía eléctrica y agua, corresponde precisamente a la enorme acumulación de capital en manos del sector financiero en busca de algún tipo de inversión rentable. Para el capital financiero, que también subordina a las empresas públicas mediante la deuda pública, es posible extraer aun mayores ganancias mediante las empresas privadas que toman control de una industria estatal ya que bajo éstas sus operaciones se caracterizan no sólo por un régimen laboral de menos protecciones y beneficios para los obreros sino también menos interferencia, por bien o mal, de los políticos.
La clase obrera políticamente consciente entiende que lo que es esencial no es la distinción superficial entre las empresas estatales y privadas bajo el capitalismo sino el qué clase social dirige la vida económica de la sociedad. Por eso reiteramos nuestra consigna ¡Control Obrero! como tarea indispensable del momento.
*Se refiere al rito del chivo expiatorio, conocido en algunas tradiciones judeocristianas como el ángel caído, contenido en el libro de Levítico.