Por Carlos Borrero
“. . . al mismo tiempo que reconocemos el derecho a la autodeterminación nacional, les explicamos cuidadosamente a las masas su limitado significado histórico, y nunca la colocamos por encima de los intereses de la revolución proletaria.” (L. Trotsky)
La cuestión de la independencia catalana es de particular interés para la izquierda en Puerto Rico. Incluso en medio de la crisis provocada por el huracán María, los comentaristas políticos en Puerto Rico, al igual que el resto del mundo, reaccionaron con horror a las imágenes de la brutal ola de represión desatada por el régimen del PP, encabezado por Rajoy y con el apoyo tácito del PSOE, contra los votantes en el referéndum sobre la independencia el domingo pasado. Esta agresión ha continuado en los días después del referéndum con la movilización de una fuerza militar ocupadora por el régimen en Madrid. La experiencia catalana, aun con sus características distintas de la puertorriqueña, ofrece lecciones muy importantes, particularmente para nuestros trabajadores.
Más allá de los debates alrededor de las cifras exactas del voto pro independencia en relación con el electorado elegible total – aun cuando se consideran las 700.000 papeletas que fueron confiscadas el 42% de los 5,3 millones de votantes elegibles participaron con un saldo de 90% de aquellos que apoyó la independencia – la votación del domingo reflejó un grado significativo de apoyo popular para la independencia. Para estar claro, el voto independentista no puede considerarse una mayoría abrumadora. Sin embargo, dentro del bloque independentista hubo un número importante de trabajadores.
La cuestión fundamental que surge es, ¿en el interés de qué clase se está movilizando la demanda independentista en Cataluña?
En comparación con otras regiones, Cataluña manifiesta un mayor grado de desarrollo económico. El PIB de Cataluña representa alrededor del 20% del total de España. Sus industrias componen el 23% de la producción española mientras que sus exportaciones representan una cuarta parte del total. La agricultura comercial en Cataluña también está más desarrollada que otras regiones de España.
El conflicto político inmediato entre los capitalistas catalanes y el gobierno central gira alrededor de la política impositiva y la deuda pública regional. Los capitalistas catalanes han planteado que una creciente porción de los impuestos que pagan al gobierno central se usa para subsidiar las regiones más pobres de España. Al mismo tiempo, el gobierno regional catalán se encuentra muy adeudado después de haber recurrido varias veces a los mercados de capital en los últimos años, particularmente desde el comienzo de la más reciente crisis económica. En 2015 el gobierno regional catalán, encabezado en aquellos momentos por el líder independentista Artur Mas, fue obligado a acudir al Ministerio de Hacienda para un préstamo al son de €9.46 mil millones del Fondo de Liquidez de las Comunidades Autónomas (FLA), su única línea de crédito entonces, la cual es controlada por el gobierno central. Casi la mitad de dicho préstamo era para pagar los acreedores internacionales.
Desde la perspectiva del sector independentista de los capitalistas catalanes, la independencia política no sólo les permitiría retener un mayor margen de ganancias que aquello que al presente se les escapa en la forma de impuestos al gobierno central, sino también haría posible mayor libertad para acudir a los mercados de capital internacionales. Desde la perspectiva de los capitalistas españoles opuestos a la independencia catalana, los ingresos impositivos que se perderían con la secesión agravarían una situación social y política ya muy frágil. Desde el punto de vista de Bruselas, si bien ninguna de las principales facciones de la clase capitalista a través del resto de Europa ve al actual movimiento de independencia catalán como una amenaza revolucionaria, están muy conscientes de que su secesión de España podría inspirar movimientos similares ya que las condiciones económicas en todo el continente siguen empeorándose. De ahí la respuesta tibia de las grandes potencias europeas ante la demanda catalana.
Son estos conflictos, entre facciones de la clase capitalista europea dentro de España, que forman la base material para el reavivamiento de los llamados a la independencia entre un creciente sector de capitalistas catalanes. En este sentido, el conflicto catalán, con sus raíces en la agudización de las tensiones económicas entre facciones de la clase capitalista europea, refleja los conflictos más amplios entre los capitalistas a escala continental y mundial. Tal como la guerra civil española fue un preludio de la guerra mundial capitalista entre 1939 y 1945, el conflicto actual en Cataluña surge como un precursor de futuros enfrentamientos en Europa.
El carácter ‘popular’ de la demanda por la independencia catalana refleja el empeoramiento de las condiciones sociales, ej. los altos niveles de desempleo, el alza en el costo de vida, etc., para las masas trabajadoras no sólo en Cataluña sino a través de España y el resto de Europa. Durante varios años, el gobierno central, encabezado por los cada vez más desacreditados PP y PSOE sucesivamente, ha llevado a cabo profundos recortes de los fondos destinados a áreas como la salud, la educación y otros programas sociales en las regiones autónomas como Cataluña. Este programa de austeridad se intensificó a partir de la crisis económica en 2012, el año en que el actual movimiento independentista cogió auge. Sin embargo, el carácter reaccionario de todos los principales partidos de la facción independentista capitalista a la cabeza de este movimiento, ahora reunidos en la coalición Junts pel Sí (Juntos por el sí), compuesta por el PDeCAT (Partido Demócrata Europeo Catalán) y la Esquerra Republicana (Izquierda Republicana de Catalunya), se refleja en el hecho de que dieron su aprobación para estos recortes durante sucesivas negociaciones presupuestarias. De hecho, el gobierno regional catalán, con el aval de los representantes de los partidos independentistas, fue uno de los primeros que impuso sus propios recortes a los programas sociales que se financian a nivel local. Es ahora bajo condiciones de prolongada crisis social para las masas que se está animando el sentimiento nacionalista en Cataluña.
No cabe duda de que la oposición de los trabajadores catalanes al PP y al PSOE en Madrid es legítima. Sin embargo, más allá de todas las aspiraciones culturales legítimas de las masas dentro de la región, es imprescindible recordar que los capitalistas catalanes no son menos cómplices del empeoramiento de las condiciones sociales que enfrentan las masas trabajadoras tanto en Cataluña como en toda España. Mientras los trabajadores catalanes permanezcan subordinados política e ideológicamente a «sus» capitalistas, no se resolverá ninguno de los problemas fundamentales que enfrentan. De hecho, si permiten a sus propios capitalistas seguir manipulando la cuestión nacional de modo que se aíslen de sus aliados de clase en el resto de España y Europa, habrán dado un paso decisivo hacia atrás. Ya Puigdemont ha entablado negociaciones con Bruselas en las que les garantiza la imposición de todos los dictados de la banca europea a cambio del reconocimiento de un futuro estado catalán.
La ira popular legítima de las masas catalanas que se está canalizando hacia el llamado capitalista para la independencia debe ser transformada por trabajadores en el fortalecimiento del movimiento por la revolución socialista. Esto requiere que los trabajadores catalanes rechacen el actual liderato político capitalista concentrado en la coalición Junts pel Sí. Los trabajadores catalanes tienen que asimilar las enseñanzas del internacionalismo proletario y fortalecer sus lazos con los trabajadores de toda España y del resto de Europa mediante el desarrollo de nuevos instrumentos políticos propios de la clase trabajadora y la aceptación de un programa socialista. Es sólo bajo el socialismo, el cual combina la integración económica con la federación política, que pueden resolverse tanto la cuestión cultural como la económica en el interés de los trabajadores europeos.
¿Qué lecciones encierra la experiencia catalana para aclarar la actitud de los trabajadores en Puerto Rico ante la cuestión nacional?
Está claro que el movimiento independentista en Puerto Rico no es encabezado por un grupo de capitalistas ricos. Al contrario, en Puerto Rico es la pequeña burguesía, los que aspiran a ser capitalistas grandes y ricos pero cuyas aspiraciones económicas se ven constantemente frustradas por el monopolio imperialista, que forma la base social más importante del independentismo actual. La pequeña burguesía es un estrato social diverso e inherentemente inestable. Precisamente por esto los nacionalistas pequeño burgueses nunca han sido capaces de dirigir eficazmente ningún movimiento de masas en Puerto Rico, ya sea a base de sus propios intereses de clase o con una visión clara de una futura república independiente. Cualquier proyecto de independencia basado únicamente en este estrato social requeriría un acomodo previo con el imperialismo para establecer un el nuevo Estado, inherentemente reaccionario desde el punto de vista de los trabajadores, como bien demuestran las negociaciones entre Puigdemont y la Unión Europea a las que aludimos arriba.
La clase trabajadora en Puerto Rico, que correctamente ve a la pequeña burguesía nacionalista con desconfianza, oscila en su apoyo a la independencia dependiendo de las condiciones económicas y sociales. En tiempos de aguda o prolongada crisis económica y social, la cual tiene un efecto ruinoso para los capitalistas más débiles también, importantes segmentos de la clase trabajadora en Puerto Rico desarrollan sentimientos antiimperialistas o nacionalistas. La clase trabajadora en Puerto Rico es capaz de adquirir y expresar este sentimiento nacionalista «político» como reflejo de su propia conciencia de clase precisamente porque el estado colonial moderno no es más que una forma de gobierno de clase en la que la explotación es realizada más abiertamente por capitalistas imperialistas extranjeros. En el contexto actual, la imposición de una junta dictatorial no sólo ha hecho añicos de las ilusiones de «autonomía» en la colonia, sino que ha despertado una vez más sentimientos de antipatía entre las masas hacia el poder imperialista.
La lucha por la autodeterminación nacional en Puerto Rico, que a corto plazo sólo puede significar la lucha por la independencia política, conserva plenamente un carácter progresista y democrático en el contexto actual. Sin embargo, desde el punto de vista de la clase trabajadora en Puerto Rico, la lucha por la independencia política es incompleta. En caso de que el empeoramiento de las condiciones sociales en Puerto Rico desencadenara un nuevo auge en la lucha por la independencia antes de que la clase trabajadora en Estados Unidos avance su propia lucha revolucionaria por el socialismo – un escenario que aunque indeseable desde el punto de vista de los comunistas es posible – ese paso adelante en términos estrictamente democráticos seguiría siendo insuficiente desde el punto de vista de los intereses fundamentales de los trabajadores en Puerto Rico. Bajo tales condiciones, los trabajadores en Puerto Rico quedarían en una situación extremadamente vulnerable debido no sólo a la muy real amenaza militar imperialista sino también las limitadas opciones económicas que tendrían en sus manos.
La lucha de los trabajadores en Puerto Rico, sometidos como están a un régimen colonial, pasa necesariamente por la puerta de la independencia pero no puede de ninguna manera limitarse a esa demanda democrática. A la etapa actual del desarrollo económico en Puerto Rico, el capitalismo ya ha cumplido con las principales tareas sociales de su misión histórica al separar las masas de la tierra y dividir la sociedad en dos clases principales. Esto significa que los trabajadores no pueden y no necesitan hacer concesiones ideológicas o políticas a los nacionalistas pequeñoburgueses. Cualquier concesión a este estrato social resultaría en la mayor subordinación de los trabajadores de Puerto Rico a sus enemigos de clase a la vez que sembraría las semillas para futuros desastres. Los trabajadores en Puerto Rico deben de organizarse aparte de todos los partidos de la clase capitalista incluyendo aquellos de sus elementos más débiles constituidos por la pequeña burguesía nacionalista. Más bien, es con los trabajadores estadounidenses más avanzados en particular y los del continente en general que deben forjar lazos políticos. Así como cualquier avance decisivo en la lucha de la clase trabajadora en Estados Unidos tendría un efecto positivo para la lucha de los trabajadores en Puerto Rico, y todas las demás áreas dominadas por el imperialismo estadounidense, cualquier paso adelante en la lucha popular por la autodeterminación nacional en Puerto Rico tiene el potencial real de acelerar el desarrollo de la conciencia revolucionaria entre los trabajadores en EEUU. Como tal, la clase trabajadora en Puerto Rico no puede llevar a cabo su lucha en aislamiento o asumir una actitud pasiva bajo el argumento de que tienen que esperar hasta que los trabajadores en EEUU avancen en la suya.
Mientras el imperialismo estadounidense someta a Puerto Rico a la dominación colonial, los trabajadores en Puerto Rico deben entender la conquista de la independencia política como un paso necesario hacia adelante, pero sólo en la medida en que nunca pierdan de vista el objetivo último del socialismo. Los trabajadores en Puerto Rico, al igual que en Cataluña, deben asimilar el postulado fundamental articulado por León Trotsky que, “la revolución socialista comienza en el escenario nacional, se desenvuelve en el escenario internacional y se completa en el escenario mundial.”
Si bien no cabe duda de que la victoria final del socialismo depende de los trabajadores de los países imperialistas como Estados Unidos, no debemos nunca permanecer ciegos ante el potencial revolucionario de los trabajadores del mundo colonial o la posibilidad de que sus luchas, en estrecha colaboración con sus camaradas en los países capitalistas avanzados, puedan despertar el fervor revolucionario dentro del corazón del imperialismo.