Por Lidia López
Los liberales están indignados. Y tienen razón. El huracán María ha sacado a la luz toda la corrupción, el saqueo sistemático y el despilfarro de recursos durante años por la alta gerencia de la AEE. De los directores y los presidentes de la junta de gobierno para abajo, todos nombrados políticos de las dos alas de la oligarquía criolla, el carácter corrupto e incompetente de esa gerencia ya no lo puede negar nadie.
Sin embargo, las denuncias de la AEE por nuestros liberales, precisamente por su incapacidad de trascender el marco de concepciones capitalistas, quedan cortas. Es más, se prestan consciente o inconscientemente para apoyar los argumentos hechos por aquellos portavoces de los bonistas que nos presentan la privatización como el único recurso para hacer menos sujeto a la politiquería colonial y más eficiente un servicios esencial como la producción y distribución de energía.
Tal es el caso de Mayra Montero, una columnista de El Nuevo Día, cuyas recientes despotricadas en contra de la gerencia de la AEE reflejan toda la legítima frustración de las masas sin precisar, sin embargo, ni la raíz del asunto o mucho menos una verdadera solución. Como resultado, un lector puede fácilmente quedarse con la idea de que privatizar la AEE es la manera de solucionar la situación actual.
Los comunistas hemos sido consistentes en nuestras denuncias de la corrupción y la incompetencia de la gerencia de la AEE. Al mismo tiempo, hemos señalado que a pesar de su forma como una ‘corporación pública’ el carácter capitalista de una empresa estatal como la AEE, o cualesquiera de las otras, no cambia para nada. ¿Duda alguien que las gerencias de las empresas privadas también son igual de corruptas o que un monopolio capitalista privado puede ser también ineficiente? Vale recordar que bajo el capitalismo lo que fundamentalmente distingue una empresa privada de una pública es la estructura de propiedad mediante la cual se reparten las ganancias.
Por esta razón les decimos a la clase obrera que la formación de una empresa estatal, o aun la nacionalización de renglones enteros de una economía capitalista, es sólo un paso preliminar pero no la solución. La solución al problema de gerentes altamente remunerados y políticamente nombrados, una receta segura para la corrupción, el mal manejo, el saqueo y el despilfarro de recursos, por un lado, y las ineficiencias de las que las masas puertorriqueñas han sido víctimas en estos días y cuyas raíces más profundas se encuentran en el afán de lucro, por el otro, radica en el control democrático de las empresas por los obreros mismos. Pero tal control obrero sobre una empresa, o hasta un renglón entero de la economía, es inconcebible sin el poder político en manos de la clase obrera.
Tal propuesta es demasiado desagradable para los críticos liberales indignados. Sin embargo, esta es precisamente la solución que está siendo impuesta por la realidad misma.