Trump pone al desnudo intenciones belicistas de la clase dominante estadounidense

Por Carlos Borrero

 

A pesar de ser confuso e incoherente en muchos aspectos, el primer discurso de Donald Trump ante la asamblea general de la ONU el lunes pasado no dejó duda alguna sobre la verdadera intención del imperialismo estadounidense: la guerra.  La ponencia de 41 minutos, salpicada de amenazas contra Corea del norte, Irán y Venezuela, resaltó el carácter belicoso de la clase dominante en EEUU.

 

De hecho, la abierta declaración de guerra ante la comunidad internacional por Trump fue secundada esta misma semana por un voto abrumador en el senado a favor del aumento en el presupuesto militar de $54 mil millones más de lo que la administración había solicitado.  La asignación presupuestaria a la máquina guerrerista estadounidense este año será $700 mil millones.  Esta es una cantidad asombrosa para el propósito de continuar y expandir las guerras depredadoras del imperialismo estadounidense.

 

El discurso de Trump puso de manifiesto la profundización de conflictos entre las potencias capitalistas.  Este fue el verdadero significado de sus repetidas referencias al nacionalismo, articulado como un mundo compuesto por ‘naciones soberanas fuertes’, las cuales dominaban la primera parte de su diatriba.  Está claro que a lo que Trump realmente se refería no era un mundo compuesto por naciones iguales.  Al contrario, Trump estaba señalando la intención del imperialismo estadounidense de forjar un mundo en que éste recupere su antiguo lugar como la potencia capitalista preeminente entre un puñado de rivales capitalistas nacionales a los que se les permitirá competir por los «migajas» de lo que queda de su saqueo.

 

Su amenaza de “totalmente destruir” a Corea del norte fue un tiro sobre la proa que dejó al desnudo los planes del imperialismo estadounidense de aumentar el empleo de fuerza militar para contrarrestar la creciente influencia económica china en el mundo.  Las provocaciones de EEUU en el pacífico, las cuales incluyen amenazas de sanciones económicas contra China además de una serie de maniobras militares agresivas por mar y aire, reflejan el abandono de diplomacia por la clase dominante estadounidense.  Cada vez más, la lógica de la situación obligará a una confrontación entre estas grandes potencias mundiales.

 

De la misma manera, la abierta subversión del acuerdo nuclear multinacional con Irán firmado en 2015 presagia una postura cada vez más agresiva de Washington a lo largo de la frontera suroeste de Rusia. Ya las tensiones entre Estados Unidos y Rusia se han intensificado a causa de los esfuerzos de ambas clases dominantes para ejercer dominio sobre el triángulo estratégico compuesto por el Mar Caspio, el Mar Negro y el Mediterráneo.  El intento de subordinar a Irán al imperialismo estadounidense no sólo responde a los intereses económicos relacionados con recursos energéticos, sino que también completaría el cerco de todo el flanco sur de Rusia.

 

Con respecto a Venezuela, los comentarios de Trump sobre la política interna del régimen en Caracas durante su discurso sólo representan una distracción.  Lo que está en el centro de la furia de Washington hacia el régimen de Maduro no es ni la pretendida erosión de la democracia bajo el actual gobierno en Caracas – una afirmación que es ridícula dado el abandono de los principios democráticos por la clase dominante en EEUU – o la supuesta amenaza de las estrategias económicas basadas en el capitalismo de estado llevadas a cabo utilizando una retórica «socialista» pequeñoburguesa.  Más bien, lo que provoca la furia de Washington  es la creciente incursión de los intereses rusos y chinos en su histórica esfera de influencia.  Esta incursión se refleja más claramente en la dependencia de préstamos de Rusia y China para apuntalar el régimen de Maduro.

 

Ninguna de las otras potencias capitalistas, ya sea Rusia, China o Alemania, puede ofrecer una solución progresista a los conflictos cada vez más intensos que dominan en el mundo actual.  Significativamente, todas las grandes potencias se dedican a la rearme militar mientras sus gobiernos buscan pactar acuerdos tenues y temporales detrás de bastidores para avanzar los intereses egoístas de cada sección de la clase capitalista internacional.

 

Sólo la clase obrera organizada puede ofrecer a la humanidad una salida a las guerras modernas.  La clase obrera debe precipitar su propio reorganización y asumir la responsabilidad de tomar en sus manos la dirección política de la sociedad.  No es suficiente declararse uno en contra de las guerras y el belicismo de las grandes potencias encabezadas por el imperialismo estadounidense.  Todos aquellos que se oponen a las guerras depredadoras de las potencias imperialistas contra los países débiles y perciben el peligro real de que los conflictos internacionales entre las potencias tiendan hacia otra hecatombe mundial tienen la deber de luchar por el socialismo, la única opción para salvar a la humanidad.

 

 

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