Por Carlos Borrero
En declaraciones públicas caracterizadas por una mezcla confusa de auto adulación y exaltación desvergonzada del imperialismo estadounidense, Donald Trump emitió la semana pasada una amenaza de intervención militar en Venezuela. Sin siquiera responder a una pregunta en particular, Trump ofreció el siguiente comentario: «Tenemos tropa en todas partes del mundo, en lugares muy, muy lejanos. Venezuela no está tan lejos y hay gente sufriendo y muriendo. Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluso, si necesaria, una posible opción militar.» Esta amenaza, lejos de ser otra despotricada al azar de Trump, corresponde a una lógica definida de parte de la clase dominante en EEUU.
La propuesta de una intervención militar estadounidense en Venezuela fue rápidamente rechazada por los gobiernos de todo el continente, incluso el derechista Juan Manuel Santos en Colombia, así como las fuerzas opositoras de derecha dentro de Venezuela agrupadas bajo el MUD. Es de notarse que a pesar de varias manifestaciones recientes y maquinaciones electorales, la derecha venezolana parece haberse estancado en sus esfuerzos para derrumbar al gobierno de Maduro.
Venezuela ha sido objeto de varias interpretaciones conflictivas por la izquierda internacional. Aunque las izquierdas están unidas en su rechazo de una intervención estadounidense en Venezuela, existen importantes conflictos ideológicos respecto al chavismo y el carácter de la llamada “revolución bolivariana”. A pesar de toda su fraseología socialista, el chavismo nunca representó un intento de romper con la economía capitalista mundial y mucho menos las relaciones de producción capitalistas. En un sentido muy real, el chavismo no es más que un ejemplo del nacionalismo pequeño burgués adornado con ropaje socialista.
Como se recuerda, Chávez mismo salió de las filas del ejército venezolano haciendo eco del populismo antiimperialista muy común en los países del llamado “tercer mundo” históricamente intervenidos por las potencias imperialistas como EEUU. Montado en una ola de descontento masivo, Chávez llegó al poder mediante elecciones burguesas y rápidamente aprovechó de unas condiciones favorables del mercado internacional para mercancías primarias como el petróleo para introducir reformas sociales y reforzar su base de apoyo. Lejos de promover la auto organización de las masas obreras independiente de los capitalistas, el chavismo movilizó a las masas pobres a base de llamados paternalistas en los que evocaba el patriotismo tradicional del siglo 19.
La clave de la llamada “revolución bolivariana”, su base material, fue el control de Petróleos de Venezuela, SA., una empresa capitalista estatal. A través de una serie de movidas políticas, Chávez y sus seguidores dentro del ejército lograron arrebatar el control de este monopolio estatal y redirigir una parte de las ganancias derivadas de las inmensas reservas de petróleo en Venezuela hacia proyectos sociales para aliviar las peores formas de miseria. Sin embargo, a pesar de estas reformas, nunca hubo ningún intento por parte de Chávez o su sucesor, Maduro, de desvincular la fuente primaria de sus ingresos, la PDVSA, del mercado capitalista mundial o transformar las relaciones de producción basadas en la explotación brutal de las masas trabajadoras venezolanas. Esto es particularmente evidente con los vínculos, aun muy fuertes, entre la PDVSA y el capital financiero internacional. De hecho, el internacionalismo de Chávez nunca se basó en la tradición socialista de unir a la clase obrera internacional, sino en el intento de caminar la cuerda fina de relaciones internacionales existentes lo cual terminó en el fortalecimiento de los lazos entre Venezuela y la combinación del capital ruso y chino. Es este cambio, más que las diferencias relacionadas a la política interna, que ha provocado la ira del imperialismo estadounidense.
La caída posterior de los precios de materias primas en los mercados internacionales, que tuvo un impacto negativo particularmente fuerte en los países dependientes de las ventas de petróleo a cambio de las importaciones de bienes básicos como productos alimenticios y medicinas, no sólo ha limitado severamente el campo de acción de los chavistas sino que ha desenmascarado los límites de su proyecto nacionalista. El gobierno de Maduro se ha visto obligado a recortar drásticamente sus gastos en los programas sociales e importaciones, mientras que la derecha ha aprovechado de la situación en su intento por movilizar apoyo anti gobierno. Lo que es más notable, sin embargo, es que a pesar de toda su retórica radical, el gobierno «revolucionario» de Venezuela ha hecho todo lo posible por satisfacer al capital financiero internacional. En las últimas semanas, la prensa internacional ha destacado lo que es, esencialmente, una subasta de los recursos petroleros venezolanos a Moscú y Pekín por parte del régimen de Caracas cada vez más en crisis. La situación que se perfila es una en que Venezuela se convierte cada vez más en un campo de batalla entre las grandes potencias capitalistas. Mientras el capital estadounidense, que ha perdido su control exclusivo sobre los recursos petroleros venezolanos, ahora intenta ejercer presión mediante maquinaciones financieras y amenazas belicosas, la combinación de capital ruso y chino se ha ofrecido como un “rescate” a cambio de la oportunidad de tomar posesión de los inmensos recursos de crudo en Venezuela. De hecho, la estrategia rusa en particular le ha creado consternación dentro de los círculos de poder estadounidense ya que los crecientes vínculos entre Moscú y Caracas tienen implicaciones económicas dentro de EEUU mismo. Los recientes esfuerzos de la empresa rusa Rosneft para usar su participación de 49% en la filial venezolana Citgo, la cual opera dentro de EEUU, para adquirir más control sobre los recursos petroleros dentro de Venezuela son una respuesta a las presiones políticas dentro de Estados Unidos.
Queda claro que ninguna de las bandas de potencias capitalistas mundiales en competencia dentro de Venezuela promueven los intereses de las masas trabajadoras. El gobierno chavista ha vendido la llamada “revolución bolivariana”, particularmente a la juventud radical y las formaciones políticas de la inteligencia radicalizada, como una alternativa al concepto de revolución socialista basado en la organización independiente de los obreros, la toma del poder político por la clase obrera y la superación de las relaciones de propiedad y de producción capitalistas. Sin embargo, la crisis actual en Venezuela, además de las respuestas del gobierno, apuntan al fraude inequívoco del chavismo.
Nuestras denuncias de las maquinaciones y el belicismo del imperialismo estadounidense, sus amenazas militares contra el pueblo venezolano en particular, no nos eximen de la responsabilidad de señalarles a los obreros el peligro de seguir subordinados al gobierno chavista. Únicamente la reorganización de las masas obreras venezolanas independiente de la perspectiva pequeño burguesa del gobierno de Maduro, y basada en el socialismo proletario, ofrecerá una salida de la crisis actual. Tal reorganización tendrá que basarse en el establecimiento de lazos entre las masas obreras venezolanas y sus hermanos a través del continente en oposición a todos los gobiernos capitalistas.