Por Lidia López
El PNP ha acelerado el impulso capitalista de fortalecer el aparato estatal en Puerto Rico en anticipación de las inminentes convulsiones sociales. Como representantes del ala más reaccionaria de la clase capitalista en el territorio, el propósito del PNP es aplastar cualquier oposición de la clase obrera a sus políticas de austeridad. Esto coincide con las tendencias internacionales a través de todos los países capitalistas.
Dicho fortalecimiento del aparato estatal en el caso particular de Puerto Rico incluye no sólo la profundización de la integración de las agencias locales en las estructuras federales y la militarización de la policía, sino también cambios importantes en el código penal además de la aprobación de leyes que restringen los derechos democráticos básicos. Un ejemplo reciente de este fenómeno puede verse en el proyecto de ley 1151 de la Cámara territorial. Bajo el fraudulento pretexto de la preocupación por el libre flujo del tráfico, los autores de este proyecto de ley pretenden contrarrestar la creciente oposición de la clase trabajadora y las masas en general a las políticas reaccionarias de los principales partidos políticos de la clase capitalista con el PNP y el PPD a la cabeza. La hipocresía de los planteamientos de los representantes Quiñonez Irizarry y Lasalle Toro es reflejada en el hecho, muy conocido por todos, de que la mayor obstrucción al flujo del tráfico son las interminables caravanas políticas que los dos partidos principales de la clase dominante en Puerto Rico imponen a la ciudadanía.
La clase trabajadora se encuentra cada vez más entre la espalda y la pared. La combinación de la congelación de salarios, si no severas reducciones de los mismos, y la eliminación de beneficios marginales ha impuesto sobre los trabajadores grandes presiones. Sin embargo, la profundización de la actual crisis social invariablemente afecta a otros estratos y capas sociales también, aunque no en el mismo grado. Precisamente por esta razón, además del fortalecimiento del aparato represivo del Estado que dirige el sector políticamente dominante de la clase capitalista, ocurre simultáneamente una radicalización de las “clases medias”, en particular de la clase pequeña burguesa de empresarios que sufren, al igual que las masas trabajadoras, bajo el peso de impuestos y cargos cada vez más altos además de las presiones económicas de los grandes monopolios comerciales e industriales y los bancos internacionales.
Estos elementos radicalizados de las clases medias buscan expresarse cada ves más mediante nuevas formaciones políticas, en algunos casos dentro de los antiguos partidos políticos como la facción «autonomista» dentro del PPD, y en otros como agrupaciones enteramente nuevas. Los populares encabezados por Carmen Yulín representan la primera tendencia mientras que las nuevas candidaturas como la de Alexandra Lúgaro y las organizaciones como el MINH, el PPT y el MUS son reflejos de la segunda. La característica que define a todas estas formaciones políticas es que buscan unir varias clases sociales y capas de clases bajo la bandera del «pueblo» con el fin de adelantar los intereses de los sectores más débiles de la clase capitalista y la pequeña burguesía dentro del territorio.
Detrás de la perspectiva política del ala autonomista del PPD es el deseo de fortalecer la inversión extranjera multilateral, es decir, la de capitalistas de una variedad de países como España, Méjico, etc. al igual EEUU, con los cuales estos intereses económicos “locales” han estrechado lazos, sea como intermediarios o socios menores. El llamado radicalismo de este sector emana de las presiones que siente del capital financiero ya que depende del control del aparato administrativo del Estado – y por cierto lo que exigen es un Estado semi colonial – para crear las condiciones necesarias para esta inversión. El creciente endeudamiento del Estado por el capital financiero impone severas restricciones a todos los capitalistas comerciales e industriales que dependen de subsidios estatales para garantizar sus ganancias por lo que los reclamos de estos elementos son lógicamente para una reducción de la carga de la deuda pública para así crear un ambiente más propicio para el funcionamiento “normal” del capitalismo.
Las varias formaciones soberanistas e independentistas que expresan la perspectiva política de la pequeña burguesía radical fomentan ilusiones de un proyecto de capitalismo “nativo” en la forma de esquemas cooperativistas bajo la independencia política. Estas organizaciones políticas atraen a muchos jóvenes desilusionados que tienen ambiciones empresariales, así como capas privilegiadas de trabajadores dentro de las burocracias sindicales e intelectuales izquierdistas. Aunque su retórica política a menudo incorpora alguna fraseología socialista, particularmente cuando critican las políticas de la administración actual, son incapaces de extender estas críticas a sus conclusiones necesarias. Toman como dada la existencia eterna del Estado capitalista, así como las relaciones sociales capitalistas. Detrás de su llamados para una democracia más amplia, lo que buscan es un «retorno» a las formas idílicas del capitalismo del siglo 19 en las que el pequeño productor dominaba las relaciones económicas de la sociedad.
Dentro del actual contexto político y social, los dos desafíos más importantes a los que se enfrentan los trabajadores son la cuestión de cómo organizarse para defender sus propios intereses y cómo responder al creciente poder estatal. Cualquiera que tome en serio la lucha de los trabajadores está obligado a asumir una posición clara respecto a estas cuestiones fundamentales. De hecho, es precisamente la honestidad con que se abordan y la exactitud en que se resuelven estas cuestiones fundamentales que comunican a las masas de trabajadores quiénes son sus verdaderos líderes.
La acumulación de experiencias históricas durante casi doscientos años apunta claramente al hecho de que la clase trabajadora, independientemente de su país de origen, no puede esperar ninguna redención mientras siga como apéndice de los políticos “liberales” o la pequeña burguesía radical. En los momentos de relativa paz social, cuando no se ven amenazados sus intereses materiales y hay una expansión de mercados, los políticos liberales y la pequeña burguesía radical se dedican exclusivamente a críticas tibias del régimen actual con el propósito de adelantar sus ambiciones electorales. Sin embrago, al agravarse la situación social, estos mismos elementos políticos empiezan a criticar los “excesos” del orden actual, como son la desigualdad social y la erosión de los derechos democráticos, para encubrir sus propios conflictos con los sectores capitalistas más poderosos de monopolistas industriales y la oligarquía financiera. Cuando las tensiones sociales llegan a su punto más álgido los políticos liberales y radicales pequeñoburgueses recurren a la amenaza representada por la movilización de los trabajadores no sólo para mejorar su propia posición, sino también para arrebatar algunas reformas para atenuar la grave situación y así evitar el cambio revolucionario más profundo. En otras palabras, en momentos de tensiones sociales muy agudas sus “críticas” apuntan a las políticas imprudentes de tal o cual administración sin identificar nunca la raíz tales tensiones en el orden capitalista mismo, el cual defienden incondicionalmente, y mucho menos exigir la abolición de las relaciones de propiedad capitalistas o la explotación basada en la esclavitud asalariada.
La bancarrota política de los liberales y radicales, y el callejón sin salida de cualquier intento de enyuntar organizativamente a la lucha de la clase trabajadora a estos elementos políticos ha sido comprobada por la historia. En el primer caso, los años de administración popular resaltan la completa hipocresía de su fingida oposición a las actuales políticas anti obreras que está imponiendo el PNP. En el segundo, el plano internacional nos da múltiples ejemplos de capitulaciones y traiciones a los trabajadores de las organizaciones políticas no tradicionales de la “izquierda radical» que han llegado a ocupar el Estado capitalista tales como Syriza en Grecia y MAS en Bolivia, para nombrar sólo algunos.
Ya para el año 1850 Carlos Marx y Federico Engels, los dos grandes maestros de los trabajadores del mundo, advirtieron sobre la inevitable traición a la causa de los trabajadores tanto por los políticos “liberales” defensores de la clase capitalista, como por los radicales pequeñoburgueses. Basándose en la amplia experiencia histórica, les explicaron a los trabajadores que la única manera de salir de los estragos de la sociedad capitalista y asegurar su victoria sería “haciéndose conscientes de sus propios intereses de clase, adoptando lo antes posible una posición política independiente, y no dejándose engañar por las frases hipócritas de la pequeña burguesía democrática para dudar por un instante de la necesidad de un Partido del proletariado independientemente organizado.”
Posteriores generaciones de marxistas extendieron el planteamiento de Marx y Engels para advertir sobre el daño a la organización y lucha de los trabajadores ocasionado por la capa privilegiada de líderes sindicales los cuales transmiten dentro de las filas trabajadoras la perspectiva política de los capitalistas. Esta capa privilegiada, aunque orgánicamente vinculada a las masas trabajadoras, representa un freno a la organización independiente de los trabajadores ya que busca atarlos a los liberales. En la actualidad, Lee Saunders de la Federación Americana de Empleados Estatales, de Condados y Municipales (AFSCME por sus siglas en inglés) y todos aquellos sindicalistas locales que lo orbitan están desempeñando este vil papel. El AFSCME no es un instrumento de lucha sino un negocio vinculado al Partido Demócrata en EEUU y con inversiones multimillonarios en los bonos de Puerto Rico. El reaccionario papel que jugó en las negociaciones sobre la deuda en Detroit, donde los empleados municipales sufrieron reducciones de beneficios marginales, despidos y aumentos en los costos de servicios esenciales privatizados, y los buitres capitalistas se salieron con la suya, es una lección valiosa para los trabajadores en Puerto Rico. Sin una lucha tenaz en contra de estos elementos oportunistas dentro de sus propias filas, los trabajadores permanecerán con las manos esposadas.
El Partido Comunista de Puerto Rico asimila todas estas lecciones históricas y contemporáneas y las transmite a los trabajadores. Les explicamos que la confluencia coyuntural de intereses entre los trabajadores y las clases medias que oponen a los buitres financieros no niega en nada la necesidad de organizar un Partido propio de la clase trabajadora y elaborar una línea política independiente de todas las perspectivas capitalistas basada en sus propios intereses. Les advertimos además que los políticos que representan los intereses de los capitalistas no sólo están conscientes de las implicaciones sociales de sus políticas, sino que están preparando para contrarrestar la inevitable oposición de las masas mediante una combinación del fortalecimiento del Estado y el fomento de elementos desorientadores y oportunistas desde dentro de las filas trabajadoras.
Empero, los comunistas vamos más allá de esto al partir de la premisa fundamental de que el Estado colonial en Puerto Rico, tal como el Estado en la sociedad capitalista en general, es principalmente un órgano para la opresión física de una clase por otra. Como tal, la clase trabajadora debe prepararse desde ahora para contrarrestar la fuerza física del Estado, cada vez más fortalecido, con sus propios medios. Esto incluye la formación de milicias compuestas de trabajadores para defender su derecho a protestar y manifestarse, así como la agitación política dentro de las filas de la policía y la Guardia Nacional con el objetivo de «ganarlas» al lado de la clase trabajadora.
El Partido Comunista de Puerto Rico ha sido la única organización de levantar estas cuestiones fundamentales. Ha sido la única organización de delinear claramente los intereses de los varios estratos sociales en oposición al régimen actual y distinguir las relaciones antagónicas entre otros elementos sociales radicalizados y los trabajadores para que éstos últimos no caigan presa a sus engaños. Ha sido la única organización de hablar honestamente a los trabajadores sobre los retos por venir y esbozar propuestas tácticas claras basadas en la fe profunda que se tiene en la capacidad única de los trabajadores para dirigir la sociedad.
¡Qué los llamados líderes laborales y progresistas se expresen! ¡Qué expongan sus posiciones ante estas cuestiones fundamentales con seriedad! Por nuestra parte, seguiremos del lado de los trabajadores a base de nuestras convicciones marxistas.