Sobre la farsa del plebiscito

Por: Carlos Borrero

Tal como un ‘arenque rojo’ en la literatura, la campaña plebiscitaria fue toda una distracción.  La farsa orquestada por la actual administración, que tuvo como propósito aprovecharse de la crisis social para afianzar la subordinación ideológica y política de las masas en Puerto Rico a las exigencias del imperialismo estadounidense, le salió por la culata a Rosselló y cía.  Con un saldo de aproximadamente 500 mil votos a favor de la estadidad y millones que se adhirieron al boicot, no hay manera de negar la derrota política.  Nadie con un mínimo de conciencia o sentido común esperaba que el plebiscito moviera al Congreso de EEUU a iniciar un proceso de anexión, no importaban los debates sobre cuántos votaron o no.  Incluso Rosselló tuvo que esquivar recientemente cuando se le preguntó en una entrevista con The Guardian, un periódico británico, sobre la fuerte corriente xenófoba, particularmente contra la población latinoamericana, que caracteriza a la actual administración estadounidense.

En el análisis final, la discusión actual acerca del estatus político de Puerto Rico forma parte de una campaña sistemática para desviar la atención de las masas de la contradicción principal: la lucha de clases entre capitalistas y obreros.

Las masas trabajadoras dentro de EEUU sufren, en lo fundamental, bajo la misma precariedad de empleo además de similares condiciones de vivienda, atención médica y educación inadecuadas y degradación ambiental que se viven en el territorio.  Si bien el ELA se ha probado todo un fracaso, la ‘estadidad’ tampoco ha resuelto los grandes problemas que surgen del sistema capitalista como bien demuestra la condición de vida de segmentos cada vez más grandes de la población estadounidense.  Una apreciación de graves problemas sociales tales como la epidemia de adicción al opio que ha azotado a áreas rurales de EEUU, la dramática baja en la expectativa de vida de la población estadounidense o el desempleo estructural, particularmente entre la juventud, hace añicos de las ilusiones fomentadas por los teóricos de la anexión en Puerto Rico.

Tampoco hay diferencias fundamentales entre los ataques que se están llevando a cabo contra las masas trabajadoras entre las sucesivas administraciones federales, tanto republicanas como demócratas, y las de Puerto Rico.  Los recortes en áreas como la salud y la educación además de la eliminación de protecciones laborales y ambientales son características comunes de las administraciones de Trump y Rosselló.  De la misma manera se han acelerado los ataques a los derechos democráticos fundamentales los cuales han sido acompañados por un fortalecimiento del aparato represivo del Estado en un intento de aplastar la resistencia popular.

Si estas realidades representan una clara refutación de los argumentos demagógicos ofrecidos por los teóricos de la anexión, también se aplican a los planteamientos hechos por los proponentes de las diversas fórmulas de independencia o libre asociación.  Los proponentes de estas recetas políticas postulan un modelo de «capitalismo nacional» en el que el desarrollo económico de un país como Puerto Rico podría tener lugar «en armonía» con el imperialismo estadounidense en claro descenso histórico.  Tal proposición es tan ilusoria como la que ofrecen los vendedores de «aceite de serpiente» dentro del movimiento anexionista.  Primero, las experiencias de Argentina y Grecia prueban que desde el punto de vista del capital financiero internacional la independencia política es irrelevante cuando se trata de la imposición de una deuda odiosa y las medidas de austeridad impuestas para cobrarla.  Segundo, para un Puerto Rico independiente poder competir en el mercado mundial capitalista se requerirían no sólo una masiva inversión de capital extranjero, con la concomitante deuda que ello conlleva, sino la imposición de condiciones laborales brutales para aumentar la extracción de ganancias necesarias para hacer ‘rentable’ tal inversión.

La comprensión de las masas de que el plebiscito era un ejercicio completamente inconsecuente en términos de la vida cotidiana no pasó desapercibida por los más ardientes defensores del imperialismo estadounidense en el territorio aun antes de evento.  Éstos se vieron obligados a gastar millones de dólares en publicidad y otras medidas para combatir la indiferencia colectiva y así estimular el voto, incluso cuando fue conocido que la farsa se estaba llevando a cabo sin ni siquiera un aguaje de aval por los federales.  La realidad es que la bancarrota moral y política del liderato político en el territorio se ha vuelto cada vez más difícil de esconder.

Dentro de la situación actual el único camino hacia delante para las masas trabajadoras en Puerto Rico es la acción política independiente guiada por un programa socialista e internacionalista.  Las clases dominantes nada tienen que ofrecerles a las masas.  La clase obrera es la única fuerza capaz de elaborar las soluciones necesarias para salir del atolladero generado por el sistema capitalista.  Para empezar ese proceso, hace falta una inmediata reorganización política de las masas obreras.  Precipitar tal reorganización es la tarea que se ha asignado el Partido Comunista de Puerto Rico.

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