Por Carlos Borrero
La elección de Emmanuel Macron a la presidencia el domingo pasado no representa ninguna victoria para las masas obreras francesas. Por más que los medios capitalistas quieran presentar la victoria del ex banquero de Rothschild y líder de la recién formada organización En Marche! como algo nuevo, la realidad es que lo único nuevo de los resultados electorales en Francia es la administración directa del Estado francés por el capital financiero.
Macron, quien también es un ex ministro de Economía bajo el odiado gobierno de Valls del Partido Socialista (“socialista” en nombre pero capitalista en realidad) representa la continuación de las políticas anti obreras impulsadas por las sucesivas administraciones en Francia. Se ha comprometido a continuar los ataques contra los obreros, los recortes a programas sociales, el llamado ‘estado de emergencia’ proclamado hace dos años y renovado varias veces desde entonces para justificar medidas autoritarias y la escalada del militarismo francés. Son estas políticas, las cuales han sido implementadas con igual celo tanto por el Partido Socialista como por los Republicanos, que han resultado en oleadas masivas de huelgas como la que ocurrió el año pasado a raíz de la implementación de la infame ley «El Khomri» o Loi Travail, una medida que derogó varias conquistas históricas – derechos adquiridos – de la clase obrera francesa.
La votación final dejó un saldo de 66% a favor de Macron y 33% para la candidata Marine Le Pen del neo-fascista Frente Nacional. Sin embargo, un 25% de los electores se abstuvo en lo que figura como una contienda electoral entre dos candidatos odiados por las masas francesas. La verdad es que Macron llega a la presidencia sin un apoyo popular significativo. Según varias encuestas una porción significativa de los votos “a favor” de Macron, algunos estiman en 25%, se echaron en realidad para prevenir una victoria de Le Pen.
El hecho de que un partido abiertamente fascista como el Frente Nacional llegara a la segunda ronda de las elecciones presidenciales y que los dos principales partidos políticos, el Partido Socialista y los Republicanos, fueran eliminados durante la primera, resalta el acelerado deterioro de todo el sistema político en Francia. Durante esta última campaña presidencial, ninguno de los principales partidos políticos en Francia ofreció nada sustantivo a los obreros. La misma desconfianza general hacia los gobernantes tradicionales expuestos por estos acontecimientos en Francia refleja la situación que tuvo lugar en EEUU durante las últimas elecciones caracterizadas en gran parte por la indiferencia y la abstención pasiva. Este fenómeno expresa la creciente conciencia de que los partidos políticos capitalistas son incapaces de resolver los problemas que enfrentan las masas.
Cada vez más, todos los sectores de la clase dominante giran más hacia la derecha. Esto se evidencia por la legitimación del neofascista Frente Nacional en el panorama político francés. En otras palabras, la clase capitalista ahora ve como permisible presentar el fascismo como una opción electoral viable para las masas mientras que los llamados partidos políticos moderados buscan ajustar sus políticas ligeramente a la izquierda de estos elementos de extrema derecha. Este es exactamente el panorama político que ha surgido tanto en Francia como en Estados Unidos.
En última instancia, la elección francesa fue una contienda entre el capital financiero, por un lado, y los industriales nacionales, por el otro, en el que el candidato del primero ganó. Cualesquiera que sean sus diferencias, ambos sectores de la clase capitalista francesa promueven políticas que aplastarán a los obreros. Por el momento, los representantes del capital financiero dirigirán a política francesa. Sin embargo, las políticas anti obreras por venir de seguro fortalecerán a la extrema derecha la cual ahora ocupa el puesto de opositor político organizado. Para las masas obreras francesas, el dominio de estas fuerzas sobre el terreno político hace más urgente su propia reorganización revolucionaria.
La lección más importante de las elecciones francesas es que si la clase obrera ha de encontrar una solución a la situación actual, sólo puede hacerlo mediante una organización independiente de todos los partidos políticos capitalistas y dirigida por el socialismo científico.