La administración de Trump reinicia ataques contra el medio ambiente

por Carlos Borrero

 

La administración de Trump ha dado la luz verde para construir el último tramo del oleoducto Dakota Access, el proyecto que atraviesa el río Misuri por el lago Oahe, un embalse esencial que suministra agua a los habitantes del territorio perteneciente a la tribu Sioux de Dakota del norte. Después de la suspensión del proyecto a finales del año pasado, cuando la administración saliente de Obama le denegó un permiso requerido a la compañía Energy Transfer Partners (ETP), esta semana se ha reiniciado la perforación en terrenos considerados sagrados por los indígenas.   La construcción del oleoducto ha provocado resistencia de parte de activistas indígenas y ambientales en la forma de varios campamentos de protesta desde abril del año pasado.  Los campamentos de protesta por el río Cannonball, un tributario del río Misuri que encausa en el lago Oahe, se han ganado una amplia simpatía internacional y el apoyo activo de otros sectores de la población como grupos de veteranos y estudiantes universitarios. A pesar de los ataques brutales llevados a cabo por elementos de la policía local y estatal fuertemente armados a finales del 2016, los cuales incluían el uso de cañones de agua presurizada y perros de ataque, el movimiento de campamentos ha resistido.  Sin embargo, el reinicio de la construcción del oleoducto esta semana marca una nueva fase de enfrentamientos aun más intensos que se van a dar entre los manifestantes y los órganos represivos del Estado.

 

Con la victoria electoral de Trump, quien tuvo inversiones en la misma compañía ETP, éste ha cumplido con la promesa de quitar todo obstáculo para la construcción del proyecto en Dakota valorado en $3.7 mil millones. En su primera semana luego de tomar posesión, Trump firmó órdenes ejecutivas no sólo para arremeter el controvertido oleoducto en Dakota sino también el infame Keystone XL, valorado en $5.2 mil millones. Ambos han provocado enorme oposición popular por la amenaza al medio ambiente y la salud pública que representan.  La construcción del oleoducto Keystone XL, que se extiende de los campos de arena bituminosa en la provincia de Alberta en el oeste de Canadá hasta refinerías en los estados de Illinois y Texas en EEUU, fue vetada por Obama en 2015 después de varios esfuerzos de los republicanos para aprobar el proyecto.

 

Los riesgos ambientales relacionados a la extracción y transporte de combustibles fósiles mediante oleoductos son bien conocidos. En EEUU, se han documentado miles de accidentes y derrames en el proceso de extracción y transporte de petróleo y gas natural durante los últimos años. La preocupación por el cambio climático, agravado por la dependencia continua de los combustibles fósiles para la producción energética así como la contaminación de suelos y recursos hídricos debido a repetidos derrames, han llevado a los activistas ambientales a oponerse a estos tipos de proyectos energéticos.

 

Los políticos defensores del capitalismo cínicamente utilizan el argumento de que proyectos como los oleoductos Dakota Access y Keystone XL generan empleos con buenos salarios que la gente necesita desesperadamente. De esta manera pervierten la demanda legítima para el pleno empleo al poner a los desempleados y subempleados en contra de aquellos que se oponen a dichos proyectos en base a la defensa del medio ambiente.  La verdad es que la mayoría de estos proyectos nuevos, que dependen en gran medida de la tecnología moderna, generan muy pocos trabajos, y muchos de éstos sólo serán temporeros.  El reclamo de que los políticos defensores del capitalismo impulsan los proyectos de infraestructura, tales como la construcción de oleoductos, motivados por un compromiso genuino de crear empleos es completamente falso.  A los capitalistas sólo les preocupa la creación de empleos en la medida en que les permite llevar a cabo la explotación desenfrenada de los trabajadores o que se sienten la urgente necesidad de ampliar la capacidad de consumo de las masas para vender más mercancías.  Ambas motivaciones tienen sus raíces en el afán de lucro.

 

Para el capital estadounidense en particular, el objetivo verdadero detrás de la expansión de la infraestructura energética en los últimos años es capturar una mayor porción del mercado internacional mediante la creación de una plataforma de exportación para las reservas de petróleo bituminoso y el gas natural, hasta ahora subexplotadas, en el continente. Tanto el proyecto Dakota como el Keystone XL se conecta a oleoductos existentes que conducen a centros de exportación en la costa del Golfo.  Hay una consideración geopolítica adicional para la clase dominante en EEUU ya que el control sobre los recursos energéticos es un poderoso arma del imperialismo estadounidense para imponer su voluntad a través del mundo.

 

Lo que es claro es que los capitalistas subordinan todas las consideraciones relacionadas con el medio ambiente y la salud humana a las exigencias para la ganancia. Aunque la facción de la clase capitalista estadounidense representada por Trump articula esta exigencia de que nada interfiera con la acumulación de ganancias de una manera descarada – los nuevos dirigentes de la Agencia para la Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) y del Departamento de Justicia a nivel federal se destacan por su carácter ultra reaccionario – incluso los elementos liberales dentro de la clase dominante se adhieren al mismo imperativo.  La negativa temporal del permiso para la construcción del oleoducto Dakota Access por parte de la administración saliente de Obama fue meramente un intento fraudulento de “guardar las apariencias» ya que era bien sabido que la administración entrante reautorizaría la finalización del proyecto.  Tal como los demócratas permanecieron callados cuando las fuerzas policiacas desplegaron cañones de agua presurizada contra los manifestantes de Standing Rock a finales del año pasado bajo la llamada administración «liberal» de Obama, éstos tampoco han ofrecido una palabra de oposición mientras se prepara una represión aun más brutal contra los campamentos en Dakota bajo Trump.

 

Desde el contexto puertorriqueño, con nuestra larga historia de luchas ambientales, la lucha en Dakota tiene obvios paralelos con las batallas que se están dando en lugares como Peñuelas, Arecibo y Guayama. Pero estas similitudes no se limitan a la organización popular en contra de proyectos contaminantes al ambiente y dañinos a la salud pública.  En los días recientes, la administración en el territorio ha usado el mismo discurso demagógico de la necesidad de eliminar los obstáculos que presenta un marco regulatorio gravoso para crear empleos que sus homólogos en EEUU. Rosselló no es más que una versión colonial y ‘sanitada’ del Sr. Trump.

 

Los obreros conscientes comprenden la importancia de la defensa del ambiente así como los derechos democráticos de los grupos oprimidos como los indígenas. Los comunistas señalamos la necesidad de estrechar lazos entre estas luchas y la para derrocar al capitalismo.  Sólo la reorganización socialista puede crear las bases para una economía que garantice empleos para la mayoría además del responsable uso de los recursos naturales para la satisfacción de las necesidades racionales de la sociedad.

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