La noticia este domingo de la negativa del Cuerpo de Ingenieros del Ejército a otorgarle un permiso para excavar debajo del Río Misuri para el último tramo del oleoducto ‘Dakato Access Pipeline’ ha sido acogida como una victoria. La protesta desde hace varios meses iniciada por los Sioux de Dakota, a la cual se han unido también otros activistas ambientales y veteranos militares en el campamento de Standing Rock, ha sido un ejemplo de valentía y resistencia. Sin dudas, esta lucha ha ganado el apoyo masivo de la comunidad internacional en general y los sectores de consciencia progresista en particular.
No obstante, la reciente decisión en contra del otorgamiento del permiso para la construcción de ninguna manera elimina la amenaza. De hecho, la decisión, que vino después de una ola brutal de medidas represivas contra los manifestantes incluyendo el uso de cañones de agua presurizada, gas lacrimógeno y balas de goma, en realidad sólo contempla un aplazamiento de la construcción hasta tanto se identifiquen rutas alternas. No hay garantía ninguna de que la administración entrante de Trump, quien tiene una inversión en la firma detrás del oleoducto Energy Transfer Partners, no revierta la decisión. En efecto, la administración de Obama, que probó una vez más su carácter indiferente al hacer caso omiso ante la ola represiva, ha pasado la ‘papa caliente’ a la entrante. Precisamente por eso, los más conscientes en esta lucha ya han dado la alerta para no bajar la guardia.
Las fuerzas económicas detrás de la construcción del oleoducto surgen de la reorganización de la industria energética en EEUU. La llamada revolución de esquisto además de la introducción de la fracturación hidráulica (fracking) ha hecho del capital estadounidense un competidor internacional en el suministro de los mercados energéticos del mundo. El caso particular del oleoducto de ‘Dakota Access Pipeline’ constituye una parte clave de la nueva infraestructura que se va desarrollando para la exportación de petróleo mediante nuevos centros terminales por toda la costa del Golfo de Méjico. La conexión del sistema de oleoductos que corre desde la formación de Bakken, ubicada en el noroeste de Dakota del Norte, a la terminal petrolera de Patoka, en el centro de Illinois, mediante el oleoducto Dakota Access pipeline, junto con los esfuerzos para revertir el flujo del actual oleoducto Trunkline, el cual se extiende desde Illinois hasta la costa del Golfo, son aspectos necesarios para estos esfuerzos.
Esta creciente infraestructura plantea amenazas significativas a la salud colectiva y los recursos naturales de las comunidades donde se construye. Los recursos hídricos, en particular, siguen bajo amenaza en lugares como Standing Rock y las comunidades circundantes del acuífero Ogallala.
En el caso puertorriqueño, los planes actuales para reformar la infraestructura energética, que ha dependido históricamente del petróleo altamente contaminante como el combustible #2 y #6, se han centrado en aumentar el porcentaje del llamado carbón limpio y el gas natural para generar electricidad en el territorio. Estos planes esencialmente vinculan la producción de energía en Puerto Rico a unos esfuerzos mucho más amplios para aliviar la creciente sobrecapacidad de la industria energética en EEUU. La propuesta construcción del terminal marítimo por la costa de Guayama para recibir el gas natural proveniente del Golfo y suministrar a la central eléctrica de Aguirre ejemplifica sólo uno de los vínculos entre los intereses de combustibles fósiles norteamericanos y el territorio. En el caso de la planta de AES en Guayama, vemos otro ejemplo de cómo las industrias en decadencia histórica dentro de los centros del capitalismo, como «Big Coal«, con frecuencia encuentran nueva vida dentro de la periferia colonial donde las leyes ambientales son inexistentes o rutinariamente ignoradas.
Cada vez más, los activistas ambientales tendrán que fortalecer las redes internacionales para coordinar las luchas locales contra los ataques a los recursos naturales y la salud colectiva de las comunidades llevados a cabo por los intereses capitalistas más poderosos en su interminable búsqueda de ganancias. La lucha de los Sioux de Dakota ha dado valiosas lecciones a la comunidad de Peñuelas, donde los administradores territoriales han demostrado su disposición de emplear la misma represión física sobre quienes defienden su salud y sus hogares.
Sin embargo, las luchas en torno a la justicia ambiental no pueden separarse de las en contra del sistema capitalista en su conjunto, el cual relega a la inmensa mayoría a una vida precaria. Por eso los obreros comunistas reconocemos que la demanda para una planificación económica racional en interés de la mayoría es al mismo tiempo inconcebible sin reconocer la necesidad de la consciente preservación del medio ambiente. Desde Standing Rock a Peñuelas, los comunistas instamos a todos los activistas ambientales a nunca bajar la guardia y unirse a la lucha contra el capitalismo, la fuente de los ataques contra el ambiente.