Por Ismael Castro
En una asombrosa admisión ante un grupo de líderes empresariales, el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, se jactó este lunes de haber llevado a cabo personalmente asesinatos extrajudiciales de presuntos traficantes y drogadictos mientras era alcalde de la ciudad de Davao. Desde que llegó al poder el pasado junio, el criminal régimen de Duterte ha desatado una campaña sistemática de matanzas, ostensiblemente para erradicar el tráfico y uso de drogas, que ha resultado en más de 5 mil muertes. La policía ha reclamado responsabilidad por unos 2.000 de los homicidios mientras que los demás han sido llevados a cabo por escuadrones de ‘vigilantes civiles’ actuando con el estímulo del régimen. Hay evidencia de que estos escuadrones están siendo dirigidos por policías quienes han recibido órdenes de reclutar a elementos civiles para esta criminal campaña.
Duterte ha llevado cabo esta despiadada ola de represión contra las masas filipinas con la plena aprobación de Washington, desde Obama a Trump. De hecho, contrario a las críticas tibias que la administración de Obama le ha hecho a Duterte, Trump lo ha alabado.
Durante los primeros meses del nuevo régimen asesino en Manila, cuando la cobertura mediática se centró en las despotricadas de Duterte contra EEUU, la administración de Obama consistentemente minimizó los asesinatos en aras de mantener estrechas relaciones militares con Filipinas. Desde la perspectiva de Washington, estos vínculos se consideran críticos para su estrategia más amplia de cercar militarmente a China a pesar de las crecientes amenazas de Duterte de realinear su política exterior con Pekín. Por su parte, Duterte ha caminado una cuerda floja oscilando entre el mantenimiento de algunos aspectos de los acuerdos bilaterales con Washington y el deseo de no ofender a su vecino más poderoso a cruzar el Mar chino. Por ejemplo, a pesar de sus críticas Duterte ha prometido mantener el Acuerdo de Cooperación de Defensa Reforzada (Enhanced Defense Cooperation Agreement o EDCA) con EEUU, el cual permite la rotación de tropas estadounidenses por bases militares filipinas. Al mismo tiempo, en una indicación clara de su precaria posición entre dos potencias mundiales, le ha indicado su probable negativa al pedido de EEUU de usar territorio filipino para lanzar incursiones navales dentro del área marítima reclamada por Pekín en el Mar del Sur de China.
Con la elección de Trump, Washington abandonará aun sus tibias e hipócritas críticas al régimen de Duterte en base a “derechos humanos”. Duterte ha afirmado en varias ocasiones que durante su primera conversación telefónica con el presidente electo Trump, este último expresó su aprobación para la campaña asesina que se está llevando a cabo además del desempaño del actual régimen en las Filipinas. Estas afirmaciones de Duterte no han sido negadas por Trump o los miembros de su equipo de transición.
De la misma manera, otro “tipo fantástico” según las palabras de Trump, el dictador egipcio Abdel Fattah al-Sisi, ejemplifica el tipo de alianza que fortalecerá la administración entrante. Desde que orquestó un golpe de estado en 2013 y tomó la presidencia el año siguiente, al-Sisi ha dirigido una de las más sangrientas campañas de represión en el mundo actual. Según Amnistía Internacional, el régimen egipcio está llevando a cabo a diario secuestros, torturas y desapariciones de disidentes ‘pro democracia’. Esta sangrienta represión del activismo pro democracia ha coincidido con una brutal campaña contra la muy debilitada clase obrera organizada en Egipto que recientemente ha incluido la prohibición de las huelgas.
Egipto recibe $1.5 mil millones anuales en ayuda militar de EEUU, la segunda cantidad más grande de los países en la región después de Israel. Esta ayuda proporciona al sangriento régimen de al-Sisi aviones de combate F-16, tanques Abrams y misiles arpón, entre otro equipo bélico. En 2013 la administración de Obama suspendió la ayuda militar citando “preocupaciones por las medidas antidemocráticas” después del golpe de estado. Sin embargo, el fue restaurada en 2015 bajo el pretexto de la guerra contra el terrorismo.
El carácter militarista de la administración Trump está en plena exhibición con la selección de tres ex generales a altos puestos en el gabinete. Las incesantes provocaciones a la violencia y el desprecio total por las reconocidas normas políticas que caracterizaron su campaña revelan la degeneración de todas las instituciones políticas dentro de los Estados Unidos. Esta conducta degenerada sigue reflejándose en el abrazo abierto de dos de los gobernantes más despiadados y viles del mundo por el Presidente entrante. Con la administración de Trump, se espera un fortalecimiento de los lazos entre Washington y las fuerzas más retrógradas a través del mundo.
La oposición efectiva a esta despiadada banda internacional de criminales sanguinarios sólo puede ser posible con la lucha de la clase obrera coordinada a nivel internacional. Esta lucha debe unir a las masas obreras en Estados Unidos y los otros centros del capitalismo mundial con sus hermanos y hermanas proletarios quienes luchan contra los regímenes asesinos de figuras como Duterte y al-Sisi.
El viejo grito de guerra de los comunistas “proletarios del mundo, uníos” es más que un ideal. Se ha vuelto cada vez más un imperativo estratégico.