Por Carlos Borrero
¿Es relevante para la actual lucha de las masas obreras en Puerto Rico una discusión sobre el significado de un evento que ocurrió hace casi un siglo y medio? Por lejano que pueda parecer este acontecimiento histórico particularmente para aquellos que lo desconocen, y por mucho que los portavoces de la clase dominante desde sus cátedras y los medios noticiosos quieran condenarlo al olvido, creemos que una discusión sobre la Comuna de Paris es no solamente relevante sino sumamente aleccionadora para las masas obreras de Puerto Rico en la actualidad.
La Comuna de París fue un acontecimiento de importancia trascendental para las masas obreras del mundo porque representa la primera vez en la historia en que los productores de la riqueza social, las masas obreras, se organizaron para tomar las riendas de la administración pública. En términos muy sencillos la Comuna de París fue un gobierno compuesto por los trabajadores mismos y sus mejores representantes que se dio a la tarea de solucionar los grandes problemas económicos y sociales que engendra la sociedad capitalista. En este sentido, tanto los éxitos como los errores de los comuneros de París nos sirven hoy como una escuela para todos los obreros conscientes del mundo además de una inspiración de lo que se puede lograr una vez la clase obrera tome los mandos de la administración pública.
Desde mediados del siglo 19, el carácter proletario de la lucha de clases en Francia se hizo muy claro. Ya para 1848 la burguesía liberal y antimonárquica había hecho una alianza con elementos republicanos radicales en su campaña en contra del rey Luis Felipe I. La clave de esta campaña fue una expansión de la franquicia electoral. Sin embargo, detrás de los elementos republicanos se despertaba el proletariado francés, que había cobrado mayor fuerza debido a la expansión económica, no sólo para servir como el grueso de las fuerzas antimonárquicas sino también reclamando reivindicaciones propias aún más radicales. El centro de toda esta agitación política además de los cambios económicos en Francia era París que llegó a un punto de inflexión a principios de 1848.
La revolución de febrero de 1848 provocó que el rey Luis Felipe I se abdicara e inauguró la segunda República la cual se caracterizó inicialmente por una serie de reformas liberales. Ésta, sin embargo, fue seguida por un giro casi inmediato hacia la derecha por la burguesía liberal, lo cual resultó en una insurrección de las masas obreras en junio de 1848 que fue brutalmente aplastada por el nuevo gobierno republicano. En diciembre de 1848 con el apoyo de la población rural fue elegido a la presidencia de la segunda República, Luis Bonaparte III, quien consolidaría su poder hasta el 1851 cuando dio el golpe de estado que serviría para poner fin a la República e imponer el segundo Imperio. (Estos acontecimientos fueron analizados maestralmente por Carlos Marx en el libro El 18 brumario de Luis Bonaparte, obra indispensable para los militantes comunistas.)
El segundo Imperio se caracterizaba por una combinación del saqueo financiero y la corrupción estatal por un lado, y un nuevo auge industrial por el otro. No obstante, la política arancelaria del Imperio, particularmente a partir de los años 60 del siglo 19, suscitó enorme oposición de parte de muchos capitalistas franceses temerosos por la competencia internacional. La resultante crisis política fue contenida durante cierto tiempo con la promoción del chauvinismo francés que se reflejaba en una muy agresiva política externa que incluyó varias guerras. La guerra franco prusiana de 1870 señalaría el fin del Imperio. La derrota de las fuerzas francesas en la batalla de Sedán a principios de septiembre de 1870 resultó en la captura de Louis Bonaparte y el colapso del Imperio. Se proclamó de inmediato la Tercera República bajo el recién creado Gobierno de Defensa Nacional dirigido por el general Trochu. La defensa nacional, sin embargo, bajo condiciones de un bloqueo enemigo y la capital asediada por la tropa prusiana fue imposible sin armar a las masas parisinas las cuales incluían una mayoría obrera. Los 300.000 efectivos, mayormente de extracción obrera, que componían la Garde Nacionale, o Guardia Nacional, organizados por barrio e imbuidos por un espíritu democrático y militante – muchas unidades no sólo se negaban a usar uniformes sino que también exigían el derecho de escoger sus propios oficiales – representaban la principal fuerza de defensa de París. Y esta fuerza cumplió sus deberes con un honor pocas veces igualado en la historia!
En medio de la invasión extranjera las masas obreras de París todavía apoyaron, aunque con muchas reservas, al nuevo gobierno que se suponía fuera fiel a su reclamo de ser defensor de la nación. Sin embargo, las repetidas derrotas en el campo de batalla fuera de la capital, así como la creciente evidencia de que el nuevo gobierno burgués estaba poniendo sus intereses de clase por encima de los de la nación, incluso hasta el punto de connivencia con los junkers prusianos, rápidamente erosionaron la poca confianza de las masas parisinas en el régimen de Trochu. Las protestas de los obreros de París, sufriendo bajo condiciones de hambre y privaciones, no se hicieron esperar.
Poco después de suprimir violentamente un levantamiento popular a principios de 1871 el llamado Gobierno de Defensa Nacional capituló ante las fuerzas prusianas. Bajo los términos del armisticio fue concedido por los prusianos que no habría ningún intento de desarmar a la Guardia Nacional de París ni entrar a París, condiciones que fueron en esencia un reconocimiento por parte de ambas clases dominantes que tales intentos radicalizarían aún más a los obreros parisinos.
Pero lo que el ejército prusiano no se atrevió a hacer, el llamado ‘antimonárquico’ Adolphe Thiers, quien fue elegido a principios de febrero de 1871 como primer ejecutivo de la Tercera República con un voto mayoritario católico rural, sí intentó. El 18 de marzo, Thiers dio órdenes para que el ejército regular fuera a confiscar unos 400 cañones adquiridos por la Guardia Nacional para la defensa de París – colocados principalmente en los distritos obreros como Montemarte y Belleville – y pagados por subscripción popular. Este intento fue rápidamente derrotado por la Guardia Nacional, así como las masas parisinas, y dos generales del gobierno de Thiers fueron fusilados. Thiers ordenó la inmediata evacuación de su gobierno a Versalles y el Comité Central de la Guardia Nacional, que dio órdenes para la toma de varios puntos claves de la ciudad, comenzó los preparativos para asumir las riendas de la administración pública en París. El 26 de marzo se llevaron a cabo las elecciones para elegir los delegados a la Comuna. El 28 de marzo de 1871 los 92 delegados elegidos por las masas obreras parisinas se reunieron para constituirse en el nuevo gobierno.
Entre las medidas importantes que tomó la Comuna se destacan las siguientes:
- Se abolió el ejército permanente, que fue sustituido por el pueblo en armas organizado como una Guardia Nacional compuesta por todos los ciudadanos capaces de portar armas. De esta manera se puso fin a toda fuerza armada enajenada de la población usada tanta veces bajo el capitalismo para aplastar las masas obreras. Los que hoy día declaman en contra del impuesto de sangre cobrado por la burguesía en sus guerras de rapiña o el intolerable abuso policiaco deben de ver de inmediato la sabiduría sencilla de esta solución proletaria a estas cuestiones.
- Se fijó el salario más alto de todo servidor público en F6.000, el salario de un obrero medio en aquel entonces. Así los delegados a la Comuna, quienes eran revocables en todo momento por sus electores, no sólo representaban la voluntad de la mayoría sino que se constituían a la vez un cuerpo legislativo y ejecutivo. Los que hoy reclaman una reforma de todas las instituciones políticas de la burguesía, marcadas por su podredumbre moral y corrupción rampante, deben de ver la superioridad del sistema de administración pública elaborado por estos proletarios prácticos.
- Se decretó la separación de Iglesia del Estado, así como la nacionalización de todas las propiedades de la iglesia y el fin de la influencia religiosa sobre las escuelas.
- Se ordenó una tabulación estadística de todas las fábricas abandonadas por sus propietarios para la toma de control de las mismas por sus respectivos obreros organizados en cooperativas a escala nacional.
También se decretaron otras medidas relacionadas a las pensiones garantizadas, el trabajo nocturno y la abolición de la usura.
Los miembros de la Comuna fueron divididos entre los seguidores del conspirateur Auguste Blanqui y los adherentes de la Primera Internacional, en su mayoría seguidores del socialista pequeñoburgués Joseph Proudhon. La clase obrera francesa, que todavía estaba evolucionando hacia la gran industria, aún no había superado la influencia de estas formas inmaduras de pensamiento radical. Pero la propia experiencia de la Comuna señalaría el golpe mortal a estas primeras formas de anarquismo y radicalismo pequeñoburgués. Como bien señaló Engels en el 20vo aniversario de la Comuna, “la ironía de la historia quiso . . . que tanto unos como otros hiciesen lo contrario de lo que la doctrina de su escuela respectiva prescribía.” Del mismo modo que los blanquistas se vieron obligados a reconocer que el Estado no podía ser abolido de la noche a la mañana los proudhonistas pequeñoburgueses tuvieron que aceptar la necesidad de la asociación de productores y también de industrias a gran escala, es decir, a nivel nacional.
Fue únicamente el marxismo revolucionario capaz de penetrar la esencia de la Comuna y sacar lecciones vitales de la misma para profundizar nuestra comprensión del Estado además de la manera en que éste es transformado una vez tome el poder la clase obrera. En La guerra civil en Francia, Marx pone al descubierto con maestría las dinámicas políticas y sociales que se desenvuelven antes de y durante la existencia de la Comuna con una claridad incomparable, mientras extrae lecciones esenciales que siguen siendo relevantes para los revolucionarios de hoy.
A pesar del respeto genuino y la solidaridad con que Marx describió los esfuerzos de los obreros parisinos, quienes se atrevieron a asaltar los cielos, su análisis no estuvo exento de la crítica. La Comuna duró poco más de dos meses antes de ser aplastada por las recién reconstituidas fuerzas de Thiers quien se había apresurado a solicitarles a los prusianos la libertad de los prisioneros de guerra franceses para atacar a París. El error decisivo de los comuneros fue su magnanimidad excesiva. No sólo dejaron de tomar el control del banco nacional, cedieron la ofensiva al permitirle tiempo al enemigo para reagruparse en vez de destrozarlo cuando era todavía débil. La burguesía no sería cegada por tales ilusiones de magnanimidad. Con la ciudad todavía rodeada por el ejército prusiano y la vuelta de centenas de miles de soldados que habían estado presos en la guerra, Thiers y sus generales supervisaron una sangrienta campaña para retomar la ciudad y aplastar la Comuna que culminó con la infame Semaine sanglante a finales de mayo. Miles de hombres, mujeres y niños sucumbieron al fuego de les mitrailleuse, las ametralladoras, en un baño de sangre que traicionó los extremos a los que la burguesía llegará para preservar su dominio de clase. Casi cinco décadas después, Lenin y sus bolcheviques, luego de un profundo estudio de la experiencia de la Comuna sacaron valiosas lecciones que les permitían no sólo tomar el poder sino sostenerlo durante muchos años. Hoy nos corresponde a nosotros asimilar la suma de todas estas experiencias, y otras más, para poder hacer nuestro aporte a la revolución obrera en Puerto Rico.
Pero, vale preguntar ¿Qué importancia práctica puede tener un evento como tal para un trabajador en Puerto Rico hoy en día?
La traición de la burguesía francesa de aquel entonces encuentra su paralelo hoy en la campaña llevada a cabo por los elementos burgueses en Puerto Rico para entregar todo recurso esencial para un futuro desarrollo de la nación a los parásitos financieros internacionales. Esta confabulación con los parásitos financieros coincide con la imposición de condiciones infernales sobre las masas obreras las cuales obligan a la mitad de la población puertorriqueña a abandonar a su patria mientras se fraguan, mediante leyes nefarias como la 20 y la 22, para facilitar el traspaso de propiedad a manos de burgueses internacionales y el debilitamiento de la resistencia boricua.
En este sentido la Comuna de París prueba que fuera de la toma del poder por la clase obrera, no puede haber ninguna solución duradera a los grandes problemas que engendra la sociedad capitalista. En el poco tiempo que duró la Comuna, y a pesar de todas sus debilidades, demostró con su ejemplo la fuerza y capacidad de desarrollo de la sociedad una vez los mandos de la administración pública estén en manos de la clase obrera. Pero también demostró que la lucha de las masas obreras requiere no sólo de la voluntad y el heroísmo, sino también de la claridad de las ideas y la organización.
Hoy en día hacemos un llamado a los obreros en Puerto Rico a estudiar las obras de los grandes revolucionarios como Marx, Engels y Lenin que escribieron sobre la Comuna de París y a organizarse para la toma del poder.
¡Viva eternamente el ejemplo heroico de los comuneros de París!
¡Consejos obreros en todo Puerto Rico!