Por Carlos Borrero
Los defensores del capitalismo se ven cada vez más obligados a reconocer lo difícil que es encontrar una ‘salida’ a la prolongada crisis económica actual. Después de siete años desde el gran desplome que se conoce popularmente como la ‘gran recesión’, los pronósticos económicos siguen coincidiendo en su sombrío panorama para el crecimiento. De hecho, las instituciones como la OCDE, el FMI y el BPI han bajado sus expectativas de crecimiento en el próximo año para todas las economías capitalistas principales así como los llamados mercados emergentes.
Un tema central que surge en la prensa financiera internacional es el actual problema de la rentabilidad. Por supuesto, los portavoces del capital nunca reconocerán públicamente que los hallazgos de sus ‘investigaciones’ en realidad evidencian los varios procesos que dan lugar a la caída tendencial de la tasa de ganancia descubierta y explicada por Marx. Sin embargo, el lenguaje críptico aparte, los economistas y comentaristas oficiales se enredan continuamente en sus intentos de eludir las conclusiones obvias de sus intentos de entender lo que está ocurriendo en la economía mundial, las cuales los llevarían lógicamente a una vindicación del análisis económico marxista.
Se ha reconocido en general, que la inversión en el capital productivo se ha reducido en los últimos años. Mientras que las diferentes ‘escuelas’ de la economía capitalista continúan debatiendo la influencia de factores tales como la disponibilidad de crédito y la demanda sobre la inversión, los marxistas planteamos que lo que determina las decisiones de los capitalistas de invertir o no es la probabilidad de ganancias. Como tal, el actual entorno económico en el que los capitalistas se dedican cada vez más a las actividades parasitarias como la masiva recompra de acciones y una ola récord de fusiones y adquisiciones como forma de apuntalar los precios de sus acciones en los índices bursátiles y la ampliación de sus cuotas de mercado refleja su decisión consciente de retirarse de la inversión productiva, es decir, la compra de nuevas plantas, maquinaria, etc., para evitar pérdidas como resultado del exceso de mercancías.
A un nivel fundamental, esta retirada coyuntural de la actividad productiva expresa una dimensión de la anarquía general que caracteriza la economía capitalista en su conjunto, en la que los patrones de inversión alternan entre períodos de exceso (sobreacumulación de capital) y el estancamiento. Pero esta desalineación coincide también con un desequilibrio igualmente importante entre la capacidad productiva de la sociedad y la del consumo en base a las condiciones del trabajo asalariado a las que está sometida la gran mayoría de la población. La primera supera la segunda, la cual dentro de la sociedad capitalista se expresa como el poder adquisitivo del dinero. La ofensiva capitalista conocida popularmente como la austeridad representa en este sentido una campaña sistemática para reducir los salarios a niveles de miseria para así tratar de aumentar las tasas de ganancia de los productores capitalistas. De hecho, el capital recurre cada vez más al crédito para “cerrar la brecha” creada por esta insoluble contradicción que genera su propio sistema. En vez de una señal de fortaleza, esta «solución» en realidad refleja la debilidad sistémica y la degeneración histórica del orden actual.
Para las masas de trabajadores que se ven obligadas a luchar día a día para mantenerse a flote, la expansión del crédito ‘al consumidor’ se vuelve en una espada de Damocles ya que se sucumbe cada vez más a toda la presión extorsionista de los bancos y las compañías de las tarjetas de crédito. Precisamente porque chocan con las constantes presiones de reducir los salarios para rescatar las ganancias capitalistas las varias soluciones Keynesianas, es decir, la intervención gubernamental para aumentar el consumo, aún cuando se dirigen directamente a la expansión del consumo ‘popular’ no pueden resolver los problemas fundamentales. La proliferación del endeudamiento popular figura como una acusación devastador contra estos esfuerzos de rescatar el capitalismo mediante ‘parchos’.
Empero, la cuestión de crédito y el incremento de la deuda no se limita al ciudadano común y corriente. En la actualidad, una de las grandes preocupaciones de los defensores del capitalismo es el meteórico incremento de la llamada deuda corporativa. Como resume un reciente artículo del Financial Times, “Los inversionistas se han vuelto cada vez más preocupados por el estado del mercado de crédito, lo que refleja como las empresas han tomado prestado mucho en el contexto de bajas tasas de interés durante la era del dinero fácil. Desde 2007, la proporción de los bonos corporativos que la S & P ha calificado de grado especulativo o chatarra, se ha elevado a cerca del 50 por ciento desde el 40 por ciento. Ahora, ya que los mercados anticipan que la Reserva Federal subirá las tasas de interés por primera vez en casi una década, el aumento de la morosidad sugiere un número de empresas está siendo desafiado por un entorno operativo lento, la disminución de ingresos y las cargas de deuda pesadas.”[i]
De hecho, el endeudamiento de productores capitalistas, particular aunque no exclusivamente dentro de los sectores energético y de materias primas, se ha vuelto en un problema muy agudo. Junto con la creciente ola de quiebras corporativas, se ha visto, naturalmente una intensificación paralela de la concentración de capital (fusiones y adquisiciones). En momentos de crisis económica capitalista, la realidad de que el pez grande come al pequeño se afirma como ley inexorable con todas las consecuencias sociales que este fenómeno conlleva. La industria farmacéutica ha sido quizás el ejemplo más destacado en de esta tendencia en los últimos años. No es, sin embargo, la única.
Para cualquier persona «pensante», no esposada por los prejuicios de clase, las principales tendencias económicas que caracterizan el contexto actual proporcionan una prueba clara de lo acertado del paradigma marxista para entender el capitalismo. Las insolubles contradicciones que caracterizan su desarrollo, así como las horrorosas consecuencias sociales que desata son innegables. Más de 150 años después de su investigación magistral de las leyes internas que rigen el desarrollo capitalista, no sólo se ha conservado toda su vigencia el análisis de Marx, sino que las conclusiones que los marxistas revolucionarios derivamos de esta comprensión de la sociedad siguen siendo críticamente urgentes. Por más que sus defensores traten de negarlo, no sólo es el capitalismo sumido en un estado de crisis permanente sino que nos ha colocado en la cúspide de una nueva ola de revueltas sociales y revoluciones que surgen de la lógica interna del mismo sistema.
Esta «verdad» económica, sin embargo, no es la única que presagia la inminente ola revolucionaria por delante. Habría que ser ciego para no ver los paralelos históricos en el plano político entre nuestra época actual y aquellos años que precedieron las conflagraciones internacionales que estallaron en 1914 y 1939. Tanto entonces, como hoy, las grandes potencias capitalistas emprendieron en una marcha temeraria de choques entre sí en el intento de resolver sus problemas económicos mediante la guerra. Hoy en día, nos enfrentamos a conflictos cada vez más agudos particularmente entre el imperialismo estadounidense y potencias militares como China y Rusia. A nivel interno, las clases dominantes de todo el mundo se apoyan en una guerra aparentemente interminable para justificar toda clase de política reaccionaria. Es sólo la clase obrera, en persecución de su propia política independiente, que es capaz de plantear una alternativa a la destructividad del capitalismo.
De la misma manera que la hecatombe de la primera guerra mundial sirvió de contexto para el gran impulso revolucionario de la Revoluciona de Octubre en Rusia, el mundo necesita hoy otros saltos hacia delante para liberarse de las cadenas de la guerra y la política reaccionaria de la clase capitalista. Si bien estos saltos hacia delante dependen de la capacidad de la clase obrera para evaluar críticamente las experiencias revolucionarias de los últimos 150 años y evitar muchos de sus errores anteriores, no puede haber duda de que esta evaluación crítica sólo puede basarse en las herramientas analíticas y la praxis revolucionaria que heredamos de la tradición marxista.
[i] http://www.ft.com/intl/cms/s/0/40146b80-91bf-11e5-94e6-c5413829caa5.html#axzz3sNL425S0