Por: Jesús Lutero Gutiérrez
La crucifixión y muerte de Jesús nos ha obsesionado durante dos mil años. A pesar de la morbosidad aparente en las miles de recreaciones que ocurren alrededor del mundo, hay mucho potencial en recordar un suceso tan dramático en la historia de la humanidad. El problema con estos actos de recordación en la mal llamada de Semana Santa es la razón por la cual los sectores religiosos cristianos insisten en celebrar dicha fecha. Recordar el sacrificio de redención por nuestros pecados ha sido por siempre la más importante razón, pues fue esta redención la razón para el encarcelamiento, tortura, crucifixión y muerte del Rey de los Judíos. Al menos ésta ha sido la predicada por la mayor parte de la comunidad cristiana a conformidad con las cartas de Pablo, apóstol que nunca caminó con Jesús y que en sus cartas se preocupa muy poco por la vida y predica de Jesús.
La realidad para aquellos que hemos decidido seguir a Jesús por sus enseñanzas es que su muerte solo nos enseña una cosa: al estado no le conviene tener individuos tan influyentes alterando el patrón de dominación impuesto. La idea de que el sólo propósito de vida y muerte de Jesús era darnos entrada a un mundo después de la muerte es irreal y contradictorio a su predica del Reino de Dios, el cuál consistía en el aquí y ahora. Su predica, siendo su obra máxima el Sermón del Monte (Mt. 5), desafiaba la política de opresión económica pues insistía en que los ricos debían dar todo a los pobres. También desafiaba la política de purificación que irónicamente tanto se predica hoy, pues insistía en mostrar compasión hacia aquellos que la ley de Jehová llamaba impuros (enfermos, mujeres, extranjeros, etc.) Esto explica el porqué el Imperio y la Sinagoga se unieron para crucificar al hijo del carpintero.
Según Leonardo Boff (2013) lo que Jesús quería era enseñar a vivir no crear una religión con feligreses piadosos de una institución. Esta institución eclesiástica con sus dogmas y doctrinas fue muy conveniente para el imperio romano y todos los subsiguientes. La iglesia tenía en sus manos la llave del cielo y nuestra única redención: la sangre de Cristo. Esto dio paso a las indulgencias, la cristianización colonizadora, y el sector conservador que hoy día causa estragos en nuestra sociedad, siendo el ejemplo más reciente el Acta de Libertad Religiosa en Indiana.
Lamentablemente, no podemos dar vuelta atrás a la historia. Podemos en tanto conocerla, entenderla y no repetirla. Ante el actual panorama, donde las instituciones religiosas en nuestro país son cuestionadas (no perseguidas) con justo derecho, ¿cómo la historia de la cruz de Jesús podría ser beneficiosa en nuestra sociedad? La respuesta se encuentra en una serie de preguntas desafiantes a la mentalidad «zombie» que nos caracteriza, cuando de religión se trata. ¿Cuál fue la razón para la crucifixión de Jesús? ¿Quién crucificó a Jesús? ¿Qué hubiera ocurrido si Jesús no hubiera sido crucificado? Estas han sido contestadas por cientos de expertos en el tema pero que no son favorecidos dentro de las comunidades de Fe con mayor influencia. Aun así queda la esperanza de que existen congregaciones, comunidades e individuos que han escogido mirar hacia la vida de Jesús y seguir sus enseñanzas, y recordar con su muerte que aquél que decide luchar por el oprimido siempre será confrontado por el opresor.
Creo que el mejor ejemplo del sueño de Jesús, el Reino de Dios manifiesto, es la iglesia primitiva. El libro de Hechos establece «Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseveraban unánimes en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón.» Esto suena a comunismo, pero ése es tema para otro día.