Inequidad laboral contra educadoras en escuela privada

Por Maestra

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) recientemente publicó un informe sobre la participación en el mercado laboral que muestra un sesgo de género en todo el mundo en la fuerza de trabajo. Al observar los datos totales de mujeres trabajadoras, alrededor del 47% están involucradas en el sector de servicio y 37% en agricultura. Otro estudio de la OCDE de 2004 encontró que la mitad de las trabajadoras eran empleadas en solo 11 de 110 profesiones. Estas tradicionalmente llamadas “profesionales femeninas” se concentran en sólo unas pocas áreas, siendo las tres con la más alta proporción: el trabajo de secretaría, enfermería y la enseñanza. Aunque la gama de cualificaciones y requisitos difiere marcadamente estas profesiones se caracterizan por una enorme desvaloración del salario, de los prospectos y del estatus social. Varios estudios indican que cuanto más feminizada es una ocupación, mayor probabilidad hay de que sus empleadas sean mal pagadas. Por lo tanto, de manera muy clara se confirma que la proporción de mujeres que trabajan en un gremio profesional juega un papel importante en la cantidad del salario devengado.

La más reciente manifestación magisterial fue caracterizada por una consignia de género: “Esta lucha tiene cara de mujer”. Y es que sin duda alguna la lucha asalariada, la lucha magisterial está representada en su gran mayoría por mujeres. Datos recopilados en el informe “Mujeres trabajando en Puerto Rico”  (2006) del Proyecto Tendenciaspr de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, nos dice que alrededor del 80% del magisterio son mujeres. Sería de esperarse que al ser una profesión dominada por mujeres, el sistema estaría en su favor. Sin embargo, la inequidad de género permanece como un problema crítico en muchas áreas, particularmente en las concernientes al salario equitativo, beneficios, oportunidades, violencia en contra de las maestras y discriminación.

El trabajo del magisterio es devaluado constantemente, por el gobierno y por las empresas privadas. En este último sector, la violencia de género es la norma. María Elena Lara Fontanéz, Presidenta de la FMPR, dijo una vez: “No hay nada más violento que sumergir a una persona en una vida de miseria”. En las escuelas privadas, las maestras se encuentran subordinadas económica al empresario de la educación privada, teniendo que conformarse con salarios miserables y con condiciones de trabajos apremiantes e indignantes.

Siendo que el gobierno ha fallado en proveer mejores condiciones de trabajo, un salario equitativo y oportunidades de empleo justo, los y las maestras nos vemos destinadas a trabajar en escuela privada y por consiguiente a vivir en la miseria.

En mi experiencia en las escuelas privadas he podido constatar que este sector está compuesto en más del 80% por mujeres. Es increíble conocer que la mayoría de estos y estas maestras estamos altamente preparadas profesionalmente, muchas de las cuales poseemos grados de maestrías y hasta doctorados. A las tareas ya esperadas, se les suma el preparar y ofrecer más de seis clases diarias, a veces hasta en áreas para las cuáles no contamos con la respectiva preparación. La normativa que regula las relaciones laborales está caracterizada por la falta de autonomía en el salón de clase, ya que desde la disciplina en el mismo hasta nuestra propia apariencia personal, está subordinada al empleador.

Pero ninguna de estas desventajas se compara con los sueldos indignantes y con la inseguridad de trabajo que confrontamos los y las maestras en el sector privado. La inequidad de salario se evidencia con sueldos que van desde menos del mínimo por hora (escuelas que pagan a sus maestros y maestras certificadas $800 mensuales), hasta un poco más del mínimo, nunca sobrepasando estos los $8 por hora. La falta del pago de vacaciones (diciembre, junio y julio), tiempo en el que nos tenemos que conformar con enfilarnos hacia el desempleo o buscar algún otro trabajo temporero, es una clara muestra de la inseguridad de empleo y la inestabilidad económica.

Con un salario tan desventajado, los y las maestras, luego de invertir en una educación universitaria y tomar y pasar una reválida para poder ejercer, ya no podemos ni soñar con tener una casa propia, a veces ni tan siquiera de alquiler. La ambición de ofrecerle un mejor futuro a nuestros hijos se desvanece, ya que muchas veces no nos podemos sostener económicamente por cuenta propia, teniendo que respaldar nuestros ingresos con las ayudas del gobierno, con el sueldo de nuestra pareja (siempre y cuando no sea un o una maestra) y/o de algún familiar.

Es desconcertante la falta de conocimiento, por parte del pueblo, de estas desventajosas condiciones de trabajo, que afectan directamente a la mujer, llegando este a creer que los y las maestras de escuela privada ganamos mucho más que nuestros y nuestras compañeras en el sector público, a esta suposición se suma la creencia de que los y las maestras del sector privado estamos menos preparadas profesionalmente y que realizamos menos tareas. De la misma forma, es humillante la inacción del gobierno falto en proveerle un rescate a este sector y que por el contrario, como evidencia su trato al magisterio del sector público, promueve y aplica esta violencia machista.

Hoy día hablar de género, crea gran controversia, pero sin embargo,  resulta de gran importancia por su impacto en el desarrollo del ser humano, en la construcción de sociedades más justas y respetuosas de la dignidad del hombre y la mujer. La historia de la humanidad ha sido bañada por la discriminación, especialmente sobre las mujeres, cuyo origen se encuentra en esteriotipos sexuales y culturales. Estos han sido determinantes en la falta de oportunidades para el desarrollo de las mujeres, así como para mantenerlas expuestas y sujetas a la violencia emocional, sexual, física y económica. Superar estos problemas, como pueblo, es una labor que exige atención desde distintos frentes: político, jurídico y, desde luego, cultural y educativo.

No podemos ignorar que la baja condición social de los y las maestras y la inequidad salarial están profundamente conectados con la desigualdad de género en general. Como marxistas revolucionarios debemos contraponer la lucha por la unidad de las filas proletarias contra la explotación. Es necesario que hombres y mujeres de la clase trabajadora combatan la opresión y el sexismo, esos prejuicios patriarcales instalados por la clase dominante entre nosotros, que sólo sirven para perpetuar su dominio con hambre, miseria y barbarie. Es por esto que debemos, primeramente, promover y apoyar el desarrollo de un currículo educativo basado en la perspectiva de género, y toda política pública que rompa con los estereotipos y con la inequidad. Por los y las maestras, por ti, por mí, por todos.

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