Por: Jerónimo Carrera
En estos agitados años de comienzos del siglo XXI, todo indica que la humanidad en su conjunto está condenada a vivir en perenne duda sobre el camino a tomar, si el de la paz o el de la guerra. Conflictos hay por doquier, son como una mecha en espera de alguien que les prenda fuego, sin importarle las consecuencias.
Esto me hace recordar el título de una famosa novela del gran escritor ruso León Tolstoi, pero ese título es exactamente todo lo contrario, La guerra y la paz, reflejando así las ansias pacíficas de los seres humanos en medio de los conflictos armados. Asimismo, me viene a la memoria aquello de “si vis pacem, para bellum” que siempre ha servido para tratar de justificar el armamentismo.
Lo cierto es que en la actualidad el desbocado y continuo gasto en armamentos parece no encontrar freno, sin excepción alguna, y creo yo que hasta los marxistas más consecuentes con la ideología revolucionaria hemos caído en tan peligrosa trampa.
Digo esto porque no veo por ninguna parte, pese a la cada día más peligrosa situación que vive la humanidad, movimientos de masas en contra de las guerras y en defensa de la paz como los tuvimos cuando finalizó la II Guerra Mundial y el imperialismo de Estados Unidos se propuso dominar al mundo.
Concretamente, mientras existió la Unión Soviética los imperialistas siempre encontraron un freno muy efectivo para sus propósitos e ideas de carácter belicista. En particular, todo lo referente al empleo de las armas nucleares pasó a ser el objetivo mayor de los movimientos de paz que surgieron con gran fuerza en todos los países, incluso en Estados Unidos.
Se nos dirá que lo que ha habido, hasta ahora, en realidad son lo que se puede calificar como guerras menores, en países de los que se considera “tercer mundo”, que no significan mayores peligros para el resto de la humanidad. A mi modo de ver, tal criterio expresa un gran cinismo, una falta de ética y de humanismo.
Por otra parte, no se toma en cuenta que dichas guerras –por muy pequeñas y limitadas que puedan ser- equivalen a un derroche continuo de recursos económicos, en países carentes de servicios adecuados en cuanto a salud, educación, vivienda, etc. Así lo podemos comprobar, por ejemplo, con las repetidas guerras que han brotado en países de regiones tales como el norte de Africa, Oriente Medio y Asia.
Y en los mismos países capitalistas, de los llamados desarrollados, los bajos niveles de vida afectan a millones de personas, condenadas a vivir en la mayor pobreza, víctimas del desempleo gran parte, o de los muy bajos salarios.
Todo esto me hace reflexionar, desde luego, sobre la situación que ahora vivimos los venezolanos, y todo el numeroso conjunto de gentes, procedentes de todos los más diversos rincones de nuestro planeta, que aquí han encontrado una segunda patria. En total, algo así como unos treinta millones, según mi amigo demógrafo Elías Eljuri, o sea diez veces los de la Venezuela de mi infancia.
Los hechos nos indican que ahora vivimos aquí, en nuestro país, aunque muchos no quieran darse cuenta de ello, entre la paz y la guerra. Tenemos un enemigo muy poderoso y cada día más peligroso, ya que el imperialismo yanqui está desesperado y es capaz de cualquier barbaridad. Y conste, yo soy comunista, y no quiero de ningún modo hacer el papel de un nuevo Casandra.
(Publicado en el semanario La Razón, N°894, en Caracas,
domingo 26 de febrero de 2012; el Diario Provincia
de Cumaná y otras publicaciones que tengan a bien hacerlo.)