Por: Escuela Manuel Francisco Rojas
Los caminos de Carlos Marx y de Federico Engels se cruzaron por segunda ocasión el 28 de agosto de 1844, esta vez en París. El primer encuentro no había sido significativo, pero en esta segunda ocasión, ya Engels había leído varios artículos de Marx que lo habían impresionado, y venía cargando con una copia de su trabajo sobre las condiciones de la clase trabajadora en Manchester.
De inmediato Marx reconoció la originalidad y brillantez del trabajo de Engels, forjándose entre ellos una poderosa camaradería, en cuya química se fraguó la ciencia de la revolución proletaria.
Ajuste de cuentas
El proceso de colaboración requirió que ambos “ajustaran cuentas” con sus antiguos colaboradores del movimiento de los jóvenes hegelianos. Escribieron juntos La Sagrada Familia, un demoledor ataque a las trivialidades filosóficas de los hermanos Bauer [1844]. En el proceso aprendieron a trabajar juntos y amolaron sus incisivas herramientas analíticas y metodológicas.
La expulsión de Marx
En 1845, como resultado de las presiones de la Cancillería alemana sobre el Gobierno francés, éste emitió una orden de expulsión del ciudadano Marx, quien se vio obligado a trasladarse a Bruselas.
Marx y Engels se encontraron nuevamente en esa ciudad, en la primavera de 1845 —nos narra Engels— cuando Marx “había desarrollado ya, en líneas generales, su teoría materialista de la historia”.
Ambos, según los recuerdos de Engels, se dispusieron “a elaborar, en detalle y en las más diversas direcciones, la nueva concepción descubierta”. Añadió en su reseña: “Ahora, el comunismo de los franceses y de los alemanes, y el cartismo de los ingleses, ya no aparecían como algo casual, que lo mismo habría podido no existir, sino como un movimiento de la nueva clase oprimida, del proletariado, como formas más o menos desarrolladas de su lucha históricamente necesaria contra la clase dominante, contra la burguesía”.
Continúa recordando Engels: “Ahora, el comunismo ya no consistía en extraer de la fantasía un ideal de la sociedad lo más perfecto posible, sino en comprender el carácter, las condiciones y, como consecuencia de ello, los objetivos generales de la lucha librada por el proletariado”.
En su reencuentro en Bruselas trabajaron arduamente en obras de reflexión crítica, como Las tesis sobre Feuerbach, de Marx, y otra conjunta que quedaría inédita por décadas: La ideología alemana.
En las páginas de La ideología volvieron a enfilar sus cañones en contra de la producción teórica de los jóvenes hegelianos. En esas duras críticas contra quienes en años anteriores eran sus colegas y condiscípulos bajo el maestro Hegel, de una vez dieron sepultura a todo rastro de idealismo hegeliano que pudiera quedar en sus mentes, y entraron de lleno, armados del método dialéctico, a la investigación de las condiciones materiales de la sociedad.
Marx trabajó también en 1846 una dura crítica en contra de las ideas de Proudhon, contenidas en su libro Filosofía de la miseria, publicando su propio título, Miseria de la filosofía que circuló en 1847. En este libro Marx arremetió contundentemente contra ideas que seguirán apareciendo, casi espontáneamente, entre las filas del movimiento obrero y que emergerán con fuerza más tarde en la Primera Internacional, esta vez acaudilladas por Miguel Bakunin.
El Comité comunista de correspondencia
En torno a Marx y a Engels en Bruselas se fue formando una nutrida colonia comunista, ávida de adherirse a los trabajos políticos proponentes de la nueva visión materialista de la historia y de las tareas revolucionarias del proletariado. Marx relató en su trabajo en contra de Vogt: “En Bruselas fundé con Engels, Guillermo Wolff y otros, la Asociación de cultura obrera, que todavía funciona”.
Privados de un órgano de prensa que promulgara sus ideas y sus trabajos, iniciaron un Comité comunista de correspondencia que uniera a todos los comunistas que adoptaran una visión científica, materialista, de la revolución proletaria.
El materialismo histórico
Realmente se trataba de un descubrimiento revolucionario, en todo el sentido de ese término. Por un lado, reformulaba todo el proceso intelectual europeo, en el que las ideas, y la “refinada” producción de la mente, predominaban sobre la “grosera” realidad material que rodeaba las sublimes universidades, las sofisticadas cortes y los lujosos palacios.

Hasta entonces, el socialismo era un “ideal” pensado por mentes agudas de la élite intelectual, que se rebelaban moralmente en contra de las consecuencias deshumanizantes del desarrollo capitalista en sus sociedades. La transformación de la sociedad donde todavía imperaban, en el ámbito cultural, las tradiciones cristianas de la Edad Media, a la sociedad del caos capitalista, de la supervivencia del más apto, le repugnaba moralmente a algunas mentes de la intelectualidad europea. Carentes de una herramienta científica de análisis económico y social, se proponían transformar la realidad que detestaban incubando en sus mentes maravillosos sistemas racionales para darle forma ideal al desorden causado por una sociedad en tumultosa transición hacia una economía industrial capitalista.
De ahí que el socialismo utópico de la élite europea, elaborado y practicado como elegante doctrina intelectual, se reducía a perfectísimos castillos en el aire, totalmente al margen de las vidas reales y luchas materiales de la masa de trabajadores.
El descubrimiento del materialismo histórico constituyó un centellazo de luz en esa miasma idealista anticapitalista. Se comenzaba a elaborar un arma que, en manos del proletariado revolucionario, se convertía en la única fuerza material capaz de derrumbar la fortaleza capitalista, abolir para siempre la explotación económica y trascender las clases sociales.
Desde su concepción, Marx y Engels entendieron claramente que los resultados de sus esfuerzos intelectuales no nacían de sus mentes, como la diosa Atenas nació de la frente de Zeus, sino que para ser científicas, y no idealistas, tenían que reflejar las condiciones reales y las aspiraciones revolucionarias del proletariado. Su labor consistiría en aplicarle el método dialéctico de investigación a la realidad material, social y económica, y descubrir el “movimiento de la nueva clase oprimida, del proletariado, como formas más o menos desarrolladas de su lucha históricamente necesaria contra la clase dominante, contra la burguesía”.
Por lo tanto, tampoco se trataba de un mero estudio de la sociedad, en palabras de Engels, “de ir a contar al oído del mundo erudito, en gordos volúmenes, los nuevos resultados científicos de nuestras investigaciones”, sino de una poderosa arma de combate, apoyada en la ciencia, para que el proletariado arremetiera en contra de la burguesía, la sometiera políticamente, la expropiara, y con las fuerzas de producción firmemente bajo su control, iniciara el proceso de transformación social hacia el comunismo.
Continúa explicando Engels: “A partir de este momento estábamos obligados a razonar científicamente nuestros puntos de vista, pero considerábamos igualmente importante para nosotros ganar al proletariado europeo, empezando por el alemán, para nuestra doctrina”.
Comenzaba a trazarse la ruta que eventualmente juntaría el trabajo de Marx y Engels con la Liga de los Justos.
El viaje a Inglaterra
En el verano de 1845 Marx y Engels se sentían tan seguros de la solidez de su descubrimiento que hicieron juntos un viaje a Inglaterra, donde permanecieron seis semanas. Pudieron observar en primer plano al movimiento laboral de la primera sociedad industrial del mundo, estudiar la prensa y la literatura propagandista obrera, y obtener los últimos trabajos de los economistas ingleses. Engels pudo reanudar sus relaciones con los cartistas de izquierda, principalmente con Julián Harvey, redactor del Northern Star, órgano central del cartismo, con quien convino una asidua colaboración. Es de suponerse, aunque no existe evidencia, dada la secretividad en que la organización mantenía sus actividades, que Engels también reinició contactos personales con los líderes de la Liga de los Justos.
Marx y Engels también veían a los cartistas con peculiar interés. Se trataba de una organización política cuya carta fundamental incluía exigencias a las clases gobernantes inglesas de compartir el poder político, de manera democrática, con los trabajadores de Inglaterra. Era claro que no se contemplaba otra cosa que el eventual control político del Estado por las mayorías trabajadoras.
Por esa razón las demandas de reformas electorales y representativas, en tiempo de Marx y Engels, eran rechazadas por los poderes parlamentarios. Cuando se le añadían a las demandas políticas los factores adicionales de la militancia de la agitación cartista de los años previos al 1849, su excelente prensa y literatura de clase, y su participación en las feroces huelgas que erupcionaban en diferentes regiones industriales de Inglaterra, este movimiento político y laboral parecía anticipar el desarrollo del movimiento obrero de los países en Europa y América en vías de industrialización.
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