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El 2012 va a ser un año de crisis colonial

El Partido Popular Democrático es una criatura desgastada del imperialismo de mediados del Siglo XX. Su función, establecida justo antes de Washington insertarse en la Segunda Guerra Mundial, fue estabilizar el régimen colonial frente al reto del nacionalismo albizuista. Se impuso la liquidación de la agroindustria azucarera y la extensión a la colonia de muchos de los programas de beneficiencia del Nuevo Trato. Luis Muñoz Marín recibió el endoso del aparato de seguridad nacional, que se preparaba para los retos militares de Alemania y Japón. Se le obsequió con el encarcelamiento del liderato nacionalista, y el respaldo total de los procónsules imperiales, en particular de Rexford Guy Tugwell, lo que allanó el terreno político para que Muñoz y su partido ejercieran un poder administrativo amplio y sin escollos.

El Congreso se resistió a dejarle a Muñoz y su partido tanto margen de acción política. Interpuso condiciones onerosas que mantuvieron a Muñoz —un hombre que nunca se distinguió por su valentía— bajo el control imperialista. La trayectoria política del imperialismo en Puerto Rico siempre siguió la conocida máxima imperial de divide et impera. Ahora se le confería a un Partido, y a un político criollo, la semblanza de un poder amplio. Muñoz jugó fielmente el papel de mayordomo de la finca colonial, apenas conteniendo su patético llanto por las repetidas humillaciones a las que tuvo que someterse.

Los jerarcas militares de Estados Unidos necesitaban estabilizar a Puerto Rico, y expandir la presencia de su Armada, como pieza estratégica para el control del Mar Caribe y la protección del Canal de Panamá. Después de la Guerra, la élite imperialista de seguridad nacional juzgó que la amenaza de insurrecciones en el hemisferio le presentaban una razón de mucho peso para mantener a Puerto Rico bajo su subordinación colonial.

A esos efectos se inventó el Estado Libre Asociado, un engendro que confrontaría algunos escollos congresionales, pero que a fin de cuentas le serviría a la élite de la seguridad nacional como un ardid en la época de las grandes oleadas de descolonización en el mundo. Estados Unidos presentó a su criatura como una solución legítima al problema colonial de Puerto Rico, una solución que contaba con el consentimiento —libremente expresado en las urnas— de la inmensa mayoría de los puertorriqueños. Desde este momento, el asunto colonial de Puerto Rico —alegarían los imperialistas— se convertía en un asunto interno entre los ciudadanos americanos de Estados Unidos y del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Esta burda maniobra llevó el cínico nombre extraoficial de colonialismo por consentimiento.

¿Cuán real fue ese consentimiento? Esa pregunta tal vez nunca podrá ser contestada científicamente, siendo como es, una cargada de ideologías en conflicto. Lo cierto es que la oposición al coloniaje siempre ha estado presente, y en ocasiones de manera contundente. Cierto es también que considerables sectores de nuestra sociedad, tanto la minoría que se enriquece con el status quo, como los muchos que han tenido que establecer vínculos de dependencia con las beneficiencias federales, aún no le representan una resistencia política notable a la colonia.
Todo cambia, sin embargo; nada es permanente. El sistema capitalista mundial se encuentra en un proceso avanzado de transformación, que deja atrás las estructuras imperialistas que Lenin analizó en Zurich en 1916 . Deja atrás, incluso, las formaciones multinacionales del capital monopolista analizadas por Baran y Sweezy en su Capital Monopolista, cincuenta años después.

Desde la imposición del llamado neoliberalismo, la forma de acumulación se ha ido transformando en una red transnacional de financiación, que ha ido subsumiendo a los Estados del centro y de la periferia a un rol de facilitadores de sus depredaciones. Un puñado de corporaciones transnacionales persigue condiciones óptimas de explotación y acumulación, y se mueve a través del globo buscando las mejores tasas de ganancias. La red financiera canaliza las enormes acumulaciones hacia el enriquecimiento descomunal de una exigua oligarquía —una verdadera clase capitalista global— que no se basa en los tradicionales Estados nacionales.

A ese imperialismo emergente le importa poco el dominio colonial, ya que puede desplegarse libremente a través de las fronteras. La colonia de Puerto Rico, en efecto, más que una ventaja, le ofrece ciertos riesgos políticos. Las estructuras arcaicas y caducas de ese régimen, y el muñocismo desgastado, mantienen cautiva a una población de trabajadores sin trabajo, de ciudadanos sin derechos, y de contradicciones sociales sin solución.

La colonia se encuentra atrapada en conflictos que le multiplican los males típicos del capitalismo y la sociedad de clases. El potencial de una situación política explosiva es real, y va en aumento. Eso no le conviene ni a la burocracia estatal del imperio, ni a los oligarcas de Wall Street.

No obstante, una explosión caótica y sin dirección política tampoco le conviene al pueblo, aunque puede serle útil a quienes la manipularían para dirigir nuestro destino colectivo a su gusto y conveniencia. Nos compete, a quienes aspiramos a que se rescate esta  sociedad, organizar la lucha revolucionaria del pueblo, y ayudar a conducirla hacia el socialismo y el comunismo.

Esta revolución social se está gestando en el seno de las masas oprimidas y desposeídas. De ahí saldrán los líderes y los soldados de una revolución que pudiera liberarnos del oprobioso yugo colonial, y pudiera energizar la propia lucha de clases en Estados Unidos.

Llegado el 2012, las alternativas se nos definen cada vez con mayor claridad: revolución o sometimiento; socialismo o barbarie.

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