Sobre meditaciones (contra)revolucionarias y otros demonios

Rogelio Acevedo
Abayarde Rojo

Resulta interesante ver como nuestros posmodernos se identifican a sí mismos como  la encarnación «de la experiencia misma de la desolación». Estos seres, profundamente decepcionados porque el capitalismo (y su mercado) al que tanto idolatran, pertenece a una etapa histórica ya superada. Para colmo de males, y para su gran regocijo, «la gran utopía del socialismo inevitable» nunca pudo consolidarse.

Lo que sí resulta revelador de los planteamientos teóricos de nuestros posmodernos, es cómo tras su discurso «progre» se esconde una ideología profundamente reaccionaria empañetada con frases cargadas de cinismo. Y aunque les mortifique «el lenguaje dogmático de la Guerra Fría», hay que decirlo claramente, su ideología tiene un fundamento de clase. Estos seres mortificados tienen un origen de clase burgués y pequeñoburgués, que no les permite comprender el fundamento material de la lucha que se libra actualmente en la universidad.

Es difícil entender el por qué de la desolación y mortificación de nuestros intelectuales inorgánicos, cuando nunca han tenido que sufrir las privaciones y desventajas que padecemos los hijos de la clase obrera. Estos privilegiados pueden dedicarse a filosofar sobre «la universidad abierta, inclusiva, la que todos queremos», mientras papi y mami se esfuerzan para conseguirle privilegios y prebendas en las distintas esferas del Estado burgués una vez se gradúen. Mientras nosotros, los hijos de los trabajadores tenemos que, luego de nuestras jornadas de trabajo, robarle horas al sueño para poder estudiar y formarnos teóricamente, ellos pueden cómodamente dedicarse a «filosofar.»

Una característica típica burguesa es quejarse con tono de ofendidos ante los «ataques» de los marxista-leninistas, al primer asomo de desenmascarar su hueca retórica. Sin embargo, quienes atacan a las grandes mayorías excluidas de este pueblo ante el desmantelamiento de las instituciones que hemos construido con nuestro esfuerzo de generaciones, son nuestros posmos, cuando llaman a la comunidad universitaria a no luchar. Cuando nos llaman a superar los metarrelatos que nos atan a lo ya superado, a desvalorizar las luchas que han dado los pueblos en el pasado y el presente para alcanzar «la gran utopía que nunca se materializó», una sociedad justa en la que todos podamos desarrollarnos a plenitud.

¿Por qué no dirigen sus ataques a los verdaderos culpables de la precaria situación de nuestra universidad, la administración, sus compinches burgueses, los bonistas de Wall Street? No, prefieren dirigirlos hacia la «izquierda fosilizada», a los «remanentes de la guerra fría»,  contra «los dogmáticos que trasplantan ideologías del norte y de Europa». ¡Sentémonos a filosofar, mientras la administración me impone la cuota, contrata hampones para golpearnos y militariza los recintos!

Otro elemento que desvela su pensamiento reaccionario (por tanto, su condición de clase) es el triunfalismo al que nos tienen acostumbrados sus padrinos en el gobierno. Nos anuncian con gran satisfacción la «derrota» del movimiento estudiantil al «apuntarse una», señalando como las estadísticas de la prensa burguesa les daban la razón sobre la oposición del estudiantado a la huelga. Evidentemente, al estar alejados de la lucha social, al desconocer las aspiraciones de las grandes mayorías, de nuestras necesidades, hicieron una «lectura» equivocada de la situación.

Gimotean que los marxista-leninistas «pretendemos hacerlos invisibles». ¡De eso se han encargado ustedes mismos! Si de veras quieren hacerse visibles, más allá de las cómodas redes sociales, tienen que sumarse a la lucha. Organicen su «sublevación carnavalesca». Aporten al proceso de rescate de la universidad. Desde una posición crítica, pero no atacando a los que luchamos, mucho, poco, bien o regular.

Sin embargo, ¿cuál es la propuesta de nuestros intelectuales? ¿Sobre qué bases, filosóficas o materiales proponen superar esta realidad posmoderna? Sin duda coincidimos en que la sociedad burguesa-capitalista hay que destruirla. Pero, ¿hacia qué dirección encaminar el proceso? Ese es el problema, no hay propuesta de su parte.

Contrario a ellos, la «izquierda fosilizada» sí tiene un proyecto histórico para la clase trabajadora. Y a medida que la crisis del capitalismo se profundiza, cada vez más personas sienten el llamado de su clase y están dispuestos a escucharnos. Desde luego, esto tiene que preocupar a nuestros posmodernos, porque si los oprimidos decidiéramos cambiar esta realidad, significaría que perderían sus privilegios de patricios perfumados.

Sin duda nos esperan tiempos oscuros y difíciles, pero los únicos derrotados son los que se sienten «desolados» ante la adversidad y pretenden transmitirle el sentimiento de derrota a los demás. Los que abiertamente admiten su incapacidad para luchar y sumarse a los que luchamos. Contrario a estos seres desilusionados, los hijos de la clase obrera no nos rediremos jamás, aun en las circunstancias más adversas. Con nuestras luchas actuales sembramos el porvenir para que otros recojan la bandera hasta vencer.

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