Respuesta a una «sublevación carnavalesca»

Rogelio Acevedo
Especial para el Abayarde Rojo

En días recientes hemos sido testigos de la estrategia concertada de sabotaje a nuestra Universidad, dictada por los bonistas de Wall Street, y ejecutada por la vil pandilla de mediocres atrincherados en la Junta de Síndicos y la administración. Estos oscuros personajes se han valido de todas las artimañas posibles, para, por un lado reprimir al estudiantado que lucha por su derecho a educarse, y por el otro, hacer languidecer la universidad física y económicamente por falta de financiamiento.

Tradicionalmente el Recinto de Río Piedras, ha servido de terreno de confrontación entre las fuerzas de la reacción y las distintas tendencias de izquierda. A veces parlamentaria, otras violentamente. Sin embargo, a partir del histórico proceso huelgario del pasado abril de 2010 han ido cobrando notoriedad «células» de estudiantes que impulsan una llamada propuesta de «transformación» de la universidad superando las ataduras de la modernidad.

Es ampliamente conocido que un sector del claustro riopedrense constituye el núcleo duro, último bastión del posmodernismo latinoamericano (aunque existen «focos de resistencia» aquí y allá) y que como parte del proceso educativo, ejercen influencia ideológica sobre sectores estudiantiles. No es que se pretenda dictar pautas o imponer lo que debe pensar la gente. No es que esté bien o mal ser posmoderno.

Sin embargo, cuando analizamos sus «propuestas» salta a la vista el juego ambiguo de palabras, su vocabulario rimbombante, su deconstruccionismo deformador de la realidad, la simpleza (y hasta candidez) con la que se acercan acríticamente a complejos procesos que operan en contra de las grandes mayorías. En fin, fundamentan sus planteamientos en un idealismo, que en ocasiones se torna cuasi religioso, pero que en definitiva no ataca las cuestiones fundamentales que han ocasionado el descalabro social que padecemos los oprimidos por el capital.

Claro que atacan el capitalismo salvaje y el mercado deshumanizante, pero sólo por su estrecha relación a la modernidad. Lo separan del resto de las complejas dinámicas políticas, sociales y culturales que condicionan nuestras existencias. No quieren adentrarse en las cuestiones fundamentales de cómo operan esas fuerzas invisibles, que amplios sectores ni perciben, que por su lógica (la del mercado) no permiten que nos desarrollemos a plenitud, pero que de un zarpazo derrumban el mito del «hombre que se hace con su propio esfuerzo».

Pretenden descartar las ideologías «izquierdistas», en particular el marxismo, como parte de ese pasado reciente, ya superado que fue la modernidad. Simplemente, otro metarrelato más, caduco, sin ninguna aplicación en el nuevo contexto de la posmodernidad. Es decir, niegan la lucha de clases. El negar la opresión que ejercen unos pocos sobre el resto de la sociedad es hacerle un gran servicio a las clases dominantes. Convierte la «teoría posmoderna» en una ideología reaccionaria que llama a la resignación, al final de la historia, a la inacción.

Esto nos lleva al punto filosófico inescapable: idealismo versus materialismo. Cómo las condiciones materiales se imponen por encima de cualquier deseo, por más noble que sea. Es ahí donde reside la mayor debilidad teórica (y más aún, práctica) de nuestros posmodernos. Sus «propuestas» y sus interesantes disquisiciones filosóficas no contienen un sólo punto programático sobre cómo enfrentamos esta bestial ofensiva. No sólo en contra de la universidad, sino de la clase trabajadora y las grandes mayorías del país.

Contradictoriamente, es esa «izquierda fosilizada» la que le ha hecho varias propuestas al estudiantado como la Reforma Universitaria y la Matrícula Ajustada al Ingreso. Con sus virtudes y defectos, están puestas en la mesa para discutirse, pero nuestros posmodernos ni las toman en cuenta en su «propuesta de diálogo».

No dudo de las genuinas intenciones de muchos de ellos de mejorar la universidad en todas sus dimensiones. Más aún, reconozco que muchos (as) participaron de la última huelga (algunos en contra de su voluntad) y aportaron con su esfuerzo al proceso. Sin embargo, por el carácter pequeñoburgues de su ideología (y me perdonan por utilizar una jerga caída en desuso), y considerando las difíciles condiciones que ha impuesto la burguesía para que articulemos un proceso de lucha efectivo, muchos pasarán irremediablemente al bando enemigo.

Esto cobrará mayor relevancia teniendo en cuenta la recomposición orgánica de la derecha dentro de la universidad, que con su propaganda inclemente ha opuesto a grandes sectores del estudiantado, no sólo a la huelga (que es nuestro derecho), si no a cualquier acción o estrategia de lucha que plantee un desafío a los guaynabitos. Por su oportunismo, su debilidad teórica e ideológica, nuestros posmodernos acabarán seducidos por los cantos de sirena de la derecha, que al final les cederán las migajas que caigan de su mesa.

Desde las páginas del Abayarde Rojo les decimos: ¡mientras el presente sea de lucha, el futuro es nuestro!

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