Comisión Política Nacional del
Partido Comunista Brasileño (PCB)
Los procesos de revueltas populares en curso en diversos países de Oriente Medio tienen puntos comunes y diferencias importantes entre sí.
En el caso de Libia, es notorio el hecho de que Muammar Gadafi, a partir de la toma del poder en 1969 mediante un golpe militar (que derrocó a la monarquía entonces reinante, aliada a los gobiernos de los principales países capitalistas) se alió a países y movimientos que combatían el imperialismo, nacionalizando el sector productor de petróleo (Libia es actualmente el tercer mayor productor de petróleo de África y el mayor poseedor de reservas constatadas, cerca de 44 millones de barriles) y utilizando buena parte de sus recursos para modernizar y desarrollar la economía del país. Las condiciones de la vida del pueblo mejoraron pronto, y en mucho: Libia llegó a presentar el más alto IDH (Índice de Desarrollo Humano) de toda África. La sociedad cambió, con la aparición de capas media y de trabajadores calificados, con buen acceso a la educación y otros derechos sociales.
Las represalias del imperialismo a todos estos avances y la postura política independiente y progresista de Libia fueron constantes y numerosas, como en el ataque aéreo de EEUU a Trípoli y Benghazi en 1986, lanzado desde bases de la OTAN en Inglaterra, cuando 60 personas, incluida una hija de Gadafi, resultaron muertas. Fuertes sanciones fueron impuestas también en ese período al país por los Estados Unidos y por los principales países capitalistas, con la clara intención de destruir su economía y hacer inviable el régimen y sus políticas claramente progresistas.
Factores como la caída de la URSS, debilitarían poco después la economía y la autonomía política de Libia y, después de la invasión de Irak por los EEUU y sus aliados en 2003, tratando, por lo que todo indica, de evitar otra agresión a Libia, Gadafi comenzó a hacer concesiones políticas y económicas al imperialismo, abriendo la economía a bancos y empresas –de forma destacada en el sector petrolero y a las corporaciones italianas e inglesas – y pasó a cumplir las exigencias del FMI y del Banco Mundial para promover reformas económicas, en las que los principales elementos fueron la privatización de empresas estatales, la reducción de los gastos sociales y de los subsidios para la compra de alimentos y combustible, dejando de lado a la vez las propuestas de transformaciones de la sociedad en el rumbo de la construcción socialista.
Gadafi se acomodó en el poder, haciendo alianzas con la burguesía libia, en ascenso, renunciando a la construcción de una democracia participativa directa y estancándose en una especie de gobierno familiar – con sus hijos y parientes – y renunció a llevar adelante proyectos de afirmación nacional, como la construcción de armamento nuclear. Como “premio”, Gadafi pasó a ser aceptado como un líder junto a gobiernos como el de Tony Blair, Sarkozy, Silvio Berlusconi y Bush.
El resultado de estas políticas fue un cuadro de inflación y desempleo que, junto a la crisis del capitalismo internacional en curso y al carácter autoritario del régimen, generó una revuelta y movilizó al pueblo, que identifica en Gadafi el origen de sus problemas. El cuadro, sin embargo, abre margen para los intentos de manipulación política de fuentes internas y externas al país: el descontento con la naturaleza cerrada y dura del régimen, al que se suman los intereses de la burguesía libia en mantenerse en el poder con otra forma de gobierno, y de los países imperialistas que, con la difusión de una fuerte propaganda, inducen a sectores populares a empuñar la bandera de la monarquía depuesta y a rehabilitar al antiguo rey Idris, fiel seguidor de los dictados de EEUU y de Inglaterra. La CIA, a su vez, está presente en el entrenamiento y la financiación del grupo Frente Nacional para la Salvación de Libia y mantiene agentes infiltrados en los movimientos populares.
Sectores de la derecha norteamericana tratan de promover una campaña para una intervención militar directa de EEUU en Libia. Es como mínimo sospechosa la cobertura mediática sobre las manifestaciones y es más sospechoso todavía el movimiento de los gobiernos de EEUU y de la Unión Europea para aprobar nuevas sanciones contra Libia. Ya se habla abiertamente, también, de establecer una zona de exclusión aérea en la parte de Libia, donde la revuelta es mayor.
Al mismo tiempo que criticamos la violencia que se viene ejerciendo contra los manifestantes en Libia y en todos los países árabes y africanos, tomamos nota de la hipocresía de los países imperialistas, que tienen una política de doble moral: a pesar de hablar en defensa de los derechos humanos, son los principales responsables de las violaciones de estos derechos en el mundo y también los principales sostenedores y financiadores de dictaduras sanguinarias, no sólo entre los árabes y los africanos, sino en todas las regiones del planeta.
El Partido Comunista Brasileño, coherente con su línea política y con su acción internacionalista, espera que de las manifestaciones popularers en Libia y en los demás países de la región resulten gobiernos democráticos, progresistas y revolucionarias, capaces de proporcionar nuevas condiciones de vida para la población y un nuevo rumbo de desarrollo, la justicia e igualdad social para esos países, fuera del yugo mezquino de los intereses imperialistas.
Las insurecciones en el Magreb y Oriente Medio, más allá se indicar las movilizaciones de las masas por la crisis capitalista que las empobrece aún más, señalan la enorme capacidad que aun posee el imperialismo de intervenir en procesos sociales que podrían desembocar en revoluciones democrático populares. Nos solidarizamos, pero la victoria aun está lejos y acechan muchos peligros.