La Cuestión Nacional: Algunas Tesis Ignoradas / Primera parte

Estoy enviando copia de un artículo sobre La Cuestión Nacional que data del 1981 producto del Colectivo Socialista de San Juan y que fue escrito por K.A. Santiago en el proceso de discusión que estábamos teniendo.  Me sigue pareciendo útil para la toma de decisión programática del P.C. hoy día.  Está dividido en dos partes. La segunda parte la haré llegar proximamente. —Agustín de Jesús Montero


(Nota sobre el Artículo: El mismo fue publicado en la Revista Proceso, número 4 de diciembre de 1981 del Colectivo Socialista de San Juan (CSSJ). Según se explica en la misma Revista, escrito por K. A. Santiago, “intenta servir de trasfondo histórico teórico para poner en tela de juicio el parentesco marxista de la totalidad de nuestro actual movimiento independentista-socialista. …Se trata de… una primera aproximación/reformulación autocrítica al problema de la contradicción entre la cuestión nacional y la cuestión social obrera. …forma parte del material que nuestra agrupación viene examinando en un seminario sobre la cuestión nacional. …Una discusión que se encuentra aún inconclusa…)

La Cuestión Nacional: Algunas Tesis Ignoradas / Primera parte

¿Cuál debe ser la posición del proletariado, y de elementos afines al mismo, ante el problema nacional-colonial? Esta pregunta, que para muchos puede parecer una perogrullada, no ha sido asumida de manera marxista en nuestro país. Para una generación, militantes de “la nueva lucha por la independencia” y amamantada con aquello de que “hoy día, no se puede ser independentista sin ser socialista y viceversa”, este tipo de cuestionamiento resulta del todo absurdo; resulta ridículo por ser evidente. Más aún: en plena “conspiración anexionista”, este tipo de cuestionamiento es peligroso, cuando no sencillamente reaccionario.

Nuestro camino, sin embargo, es otro. Nos parece ver un sello clasista antiproletario detrás de eso que es “evidente”. Y para que dicho sello pueda aflorar tal cual es, nos proponemos en este escrito retomar el punto de vista de Lenin sobre la cuestión nacional. Por medio de este “retorno a Lenin” es que pretendemos ofrecer algunos elementos que puedan servir de base para poner al descubierto el falso —o al menos dudoso— marxismo de toda nuestra tradición y de todo nuestro movimiento independentista-socialista. Por cuestiones de espacio, nos vamos a limitar a los señalamientos de Lenin, dejando para el futuro la crítica directa —que parta de ellos—, hacia nuestros contemporáneos.

No recurrimos a Lenin en ánimos de abonar a la ya pesada iconografía que lo cubre, ni en ánimo de ponerlo “…al servicio de una línea coyuntural, como un depósito de citas y de ilustraciones que podrían proporcionar, a falta de pruebas, garantías de autenticidad ideológicas…”[1]. Aquí en buena medida, nos limitaremos a presentar, con amplias referencias bibliográficas, sus concepciones en torno al problema nacional; únicamente pretendemos introducir unos puntos de vista (de Lenin) que han sido ignorados —por las razones que sean— por la casi totalidad de los que intentamos ser sus émulos en nuestro país. Pero, claro está, no se trata de una introducción inocente: creemos que Lenin, en este caso, ha sintetizado y superado el pensamiento correspondiente de Marx y que dicha síntesis/superación contradice abiertamente las concepciones y, sobre todo, las ejecutorias de los que hemos venido acercándonos al marxismo al interior del movimiento patriótico.

Pero no nos proponemos retomar a Lenin por pensar que éste sea la última palabra al respecto. Como en tras tantas cosas (por ejemplo, el Estado, las clases sociales, las ideologías, etc.), ni Lenin, ni Marx, ni nadie hasta la fecha ha podido construir una teoría de la nación, en el sentido estricto. Como acertadamente señalaba Georges Haupt: “…no puede hablarse de una teoría definida, de una doctrina ya fijada del marxismo en el terreno nacional, pese a las múltiples tesis y a las numerosas tomas de posición que se reclaman de él”.[2] El terreno está prácticamente virgen, sobre todo en términos de los análisis que competen a la realidad nacional y colonial desde su interior, i.e., con respecto a la naturaleza de países como el nuestro y las tareas concretas de la clase obrera —y elementos afines a ella— cuando efectivamente existe tal clase obrera colonial. Este justamente ha sido el problema —político, pero también desconcertantemente teórico— de la inmensa mayoría de los procesos descolonizadores de este siglo (por ejemplo, China, Viet Nam, Corea, India, Guinea-Bissau, Angola, Guyana, etc.) independientemente de las mejores intenciones de sus caudillos —formalmente marxistas o no.

Queda mucho por hacer y, sobre todo, por entender. Aquí sólo queremos introducir unos elementos no sólo para poder, algún día, criticar a nuestros adversarios “de izquierda”, sino para poder ajustar cuentas con nosotros mismos, de manera autocrítica.[3]

El contexto de la discusión en Europa (1890-1916)

De primera intención, el problema con que nos topamos al tratar de establecer una analogía entre la situación europea —más concretamente, europea-oriental— de principios de siglo y la situación actual de nuestro país, es que “la cuestión nacional” que anidaba las luchas y las discusiones de aquel entonces era mayormente producto de la crisis de los últimos bastiones de la reacción feudal europea (la Rusia zarista, Austro-Hungría y el Imperio Otomano); nuestra situación, en cambio, es producto de la “fase superior del capitalismo”.

En el primer caso, inmensos y extensos Estados absolutistas (feudales) bien le hacían concesiones a las distintas burguesías emergentes, utilizándolas como contrapeso ante las presiones de los terratenientes, y/o bien exhumaban intermitentemente los mecanismos de absorción de excedentes propios del feudalismo (usura, rentas serviles, monopolios mercantiles, rentas estatales, comprar barato vender caro, etc.). Esto generaba amplias contradicciones entre las numerosas poblaciones tributarias de esos Estados absolutistas, donde las diferencias culturales en buena medida no eran otra cosa que la envoltura de los mecanismos de explotación correspondientes: los campesinos polacos tenían que rendir rentas más elevadas precisamente porque eran polacos, los obreros letones tenían que conformarse con salarios más bajos precisamente porque eran letones, los industriales checos tenían que pagar impuestos más altos precisamente porque eran checos, etc., etc.

En el segundo caso, en el caso de Puerto Rico junto con buena parte de las regiones del mundo donde todavía no había surgido un capitalismo autóctono y pujante, es el capital monopolista en expansión —y no el feudalismo agonizante en el poder— el que viene en busca de una manos de obra y materia prima que ya son baratas y en busca de bastiones militares para asegurar la explotación regional de estos recursos naturales y humanos. En la mayor parte de esas áreas atrasadas del mundo donde penetra el capital monopolista, las relaciones de producción capitalistas tardan mucho en alumbrar debido, fundamentalmente, a una tradición previa de siglos —y a veces milenios— de sólidas estructuras feudales, esclavistas y/o comunales.

De ahí que, en rigor, la pregunta “¿Cuál debe ser la posición del proletariado colonial o semi-colonial ante el problema nacional?”, sea irrelevante: en vastas regiones de África, Asia y América Latina el proletariado, en el sentido estricto, sencillamente no existe, ni existirá por largas décadas. Sólo abundan amplias masas de campesinos serviles y de artesanos, atravesando de manera sumamente accidentada y marginal por un proceso de lenta proletarización. Claro está, también existen terratenientes (feudales y proto-burgueses), pequeños industriales y núcleos urbanos de intelectuales y demás profesionales.

Buena parte de los movimientos de liberación nacional en estas áreas, colonizadas en diversos grados, serán acaudillados precisamente por elementos desafectos provenientes de estos últimos; sirviendo en un primer momento, como los portavoces de los campesinos y los artesanos (en proceso de proletarización o no) que se han rebelado contra el capital monopolista extranjero y los terratenientes/comerciantes nativos que les sirven de socios menores. Puerto Rico en buena medida, también corresponde a este patrón general si bien el proceso de proletarización aquí es mucho más acelerado, aunque no menos desfasado.

Hoy día la relación colonial formal existe en pocos países, siendo el nuestro uno de esos pocos. Pero aquí hace más de medio siglo que existe un proletariado, en el sentido estricto. De ahí que nos parezca que —en nuestro caso— la pregunta antes formulada tenga plena vigencia hace mucho tiempo, al igual que (por analogía) la tenía en la Europa Oriental de 1890-1916. En este sentido, nos parecen aplicables las indicaciones que hicieron Lenin, Rosa Luxemburgo, Strasser, Pannekoek, et al. sobre el deber de la clase obrera en las “naciones oprimidas”, si bien en nuestro caso se trate también de un país colonial.[5]

Los detalles de esta discusión ya han sido desglosados por otros estudiosos del tema.[6] Aquí sólo queremos señalar que, quizás con la excepción de Rosa Luxemburgo, el grueso de los que intervinieron en ella intentaban analizar el problema nacional en lo que le competía al proletariado de la “nación opresora”. Lenin, a cuyos puntos de vista nos vamos a circunscribir en este escrito, le dedica casi toda su exposición alusiva a esta óptica, si bien ofrece importantes señalamientos sobre la otra perspectiva (i.e., la de la “nación oprimida”).  Más adelante los retomaremos en detalle.

La mira de Lenin en esos momentos (1914-1916) está puesta en la revolución socialista europea cuya chispa él creía podía ser encendida por la revolución rusa.[7] De lo que se trataba entonces, según él, era de ganar aliados para el proletariado revolucionario europeo: ese apoyo vendría no sólo del campesinado, sino de todas las masas en las naciones oprimidas y las colonias. Consustancial a ello era lograr la unidad más sólida posible entre todos los distintos sectores nacionales del proletariado europeo. Por eso había que evitar a toda costa que éste se atomizara en torno a recelos y ventajerías nacionales. De ahí la consigna de apoyar “el derecho de las naciones a su autodeterminación”.[8]

Sin embargo, hay que tener presente que toda esta visión parte de una importante premisa: la clase obrera, al igual que el capital, tiene una fisonomía internacional; pero, distinto al capital, únicamente a la clase obrera le conviene promover la disolución no sólo del capitalismo, sino también del proceso desigual y contradictorio mediante el cual se ha constituido la economía mundial (capitalista). Parte de esto último, es fomentar la disolución de los particularismos y desfases correspondientes, incluyendo el fomentar la disolución de las naciones como tales. Veamos:

Primera Tesis

La clase obrera tiene que subordinar cualquier causa democrática, incluyendo la constitución de un Estado independiente, a sus intereses de clase (proletarios): ésta es la única manera en que el proletariado puede mantener su independencia como clase. En otras palabras, entre la independencia nacional (policlasista)[9] y la independencia del proletariado (clasista), la clase obrera siempre debe poner en primer lugar a sus propios intereses, siendo los intereses nacionales una cuestión puramente secundaria y condicionada a la conveniencia y al carácter de una coyuntura específica. “(…) en el problema de la autodeterminación de las naciones, como en cualquier otro, a nosotros nos interesa, ante todo y sobre todo, la autodeterminación del proletariado en el seno de las naciones.(…)”[10] De lo contrario, la clase obrera caerá presa bajo las influencias de otras clases (la burguesía y la pequeña burguesía) opuestas a los intereses del proletariado.[11] “(…) la burguesía coloca siempre en primer plano sus reivindicaciones nacionales. Y las plantea de un modo incondicional. El proletariado las subordina a los intereses de la lucha de clases.(…)”.[12]

Segunda Tesis

Hay que establecer una distinción entre el énfasis de la política obrera en las “naciones opresoras” y el énfasis de la política obrera en las “naciones oprimidas”. En las “naciones opresoras”(y/o en las regiones avanzadas) el proletariado tiene que subrayar la necesidad de eliminar todas las condiciones de existencia de la opresión nacional (y/o colonial). Esto incluye eliminar los impedimentos para que la “nación oprimida”(y/o colonial) —y sólo ella— pueda optar libremente por su separación de la metrópoli.[13] De esta manera la clase obrera de la “nación opresora” (y/o región avanzada) le estará dejando ver al proletariado de la “nación oprimida” (y/o colonial) que a ella no la animan —como clase— ningunos prejuicios gran-chovinistas y burgueses. Esta política allanará el camino para sepultar cuanto antes posible, los resquemores y resentimientos que el proletariado de la “nación oprimida (y/o colonial) pueda todavía comprensiblemente abrigar contra el conjunto de la población en la “nación opresora” (y/o avanzada), incluyendo a la clase obrera de esta última. Al sepultar estos resentimientos se reforzarán las bases para una mayor unidad entre la clase obrera de ambas naciones/regiones.

Los señalamientos recogidos en el párrafo anterior son relativamente conocidos, siendo el énfasis de una parte de los escritos de la izquierda revolucionaria dentro de la Segunda Internacional, como ya dijimos. Los que se suelen ignorar, por desconocimiento y/o por conveniencia, son los señalamientos de Lenin —en lo que guardaba acuerdo con la corriente denominada “internacionalista intransigente” (Rosa Luxemburgo, Pannekoek, Straser, et al.) sobre lo que debería ser el énfasis de la política obrera en las “naciones oprimidas” (y/o coloniales).

Según él, el proletariado de estas regiones “…debe defender particularmente y poner en práctica la unidad completa e incondicional, incluyendo la unidad organizativa, de los obreros de la nación oprimida y los de la nación opresora.  Sin esto es imposible defender la política independiente del proletariado y su solidaridad de clase con el proletariado de otros países, en vista de todas las intrigas, traiciones y fraudes de la burguesía. Pues la burguesía de las naciones oprimidas siempre utiliza las consignas de liberación nacional para engañar a los obreros…”[14] De esta manera la clase obrera de la “nación oprimida” (y/o colonial) le estará dejando ver al proletariado en la “nación opresora” (y/o avanzada) que a ella tampoco la animan —como clase— ningunos prejuicios pequeño-chovinistas y burgueses. Esta política también allanará el camino para establecer y fortalecer las bases unitarias más sólidas posibles entre la clase obrera de ambas naciones/regiones.

Lenin sintetiza ambos aspectos simultáneos e inseparables, de la política internacionalista del proletariado de la siguiente manera: “Las personas que no reflexionan sobre este problema encuentran contradictorio que los socialdemócratas de las naciones opresoras insistan, en la “libertad de separación”, y los socialdemócratas de las naciones oprimidas en la “libertad de unión”. Pero un poco de reflexión demuestra que no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las naciones, otro camino hacia esa meta desde la situación presente”.[15]

Tercera Tesis

La clase obrera de ambas naciones/regiones y los elementos afines a ella tienen que combatir y rechazar al nacionalismo como tal. “El marxismo no puede reconciliarse con el nacionalismo, así sea del tipo más justo, ‘puro’, más refinado y civilizado. En el lugar de todas las formas de nacionalismo, el marxismo promueve el internacionalismo, la amalgama de todas las naciones en una unidad superior, una unidad que crece ante nuestros ojos con cada milla de vías férreas que se construye, con cada monopolio internacional y con cada asociación obrera que se forme (una asociación que sea internacional en sus actividades económicas al igual que en sus ideas y objetivos”.[16] “ ¿Combatir toda opresión nacional? ¡Sí, por supuesto! ¿Luchar por cualquier tipo de desarrollo nacional, por la “cultura nacional” en general?  Por supuesto que no.  (…) El desarrollo de la nacionalidad en general es un principio del nacionalismo burgués; de ahí el exclusivismo del nacionalismo burgués, de ahí los conflictos nacionales interminables. El proletariado, sin embargo, lejos de proponerse el apoyo al desarrollo nacional de cada nación, por el contrario, advierte a las masas contra tales ilusiones, promoviendo la libertad más completa de los intercambios capitalistas y aceptando todo tipo de asimilación entre las naciones, excepto aquella que está fundada sobre el uso de la fuerza o sobre el privilegio. (…) El proletariado no puede apoyar ningún tipo de consagración del nacionalismo; al contrario, apoya cualquier cosa que ayude a borrar las distinciones nacionales y remueva las barreras nacionales; apoya cualquier cosa que estreche cada vez más los lazos entre las nacionalidades o tienda hacia la fusión de las naciones. Actuar de otra manera sería abanderizarse con el filisteísmo nacionalista reaccionario”.[17]

El apoyo que le den la clase obrera y los elementos afines a ella a un movimiento nacionalista tiene que ser un apoyo crítico y estrictamente condicionado a la eliminación de las condiciones de existencia de la “opresión nacional” (y/o colonial).[18] En ningún momento puede o debe la clase obrera ir más allá de este apoyo crítico y condicionado —Lenin lo llama “apoyo negativo”— o de lo contrario estará endosando la consagración del nacionalismo como tal y estará abandonando la tarea antes mencionada de eliminar todas las barreras y distinciones nacionales.

No se trata, ni por un momento de una postura moralista (“lo que se debe hacer, en tanto es lo que está bien…”); lo que está en juego, como ya hemos señalado más arriba, es la independencia clasista del proletariado y el logro de sus objetivos estratégicos. Apoyar incondicionalmente cualquier reclamo nacionalista es pasarse al terreno clasista de aquellos para quienes tales reclamos, como dijimos, siempre son incondicionales y sagrados: los burgueses.

Y aún dentro de este apoyo crítico y condicionado es preciso matizar, dice Lenin. La clase obrera tiene que apoyar más “el contenido democrático” del movimiento nacionalista, i.e. el que corresponde a la base popular de dicho movimiento, que el apoyo —igualmente crítico y condicionado— que se le brinde a la dirección gran-propietaria y/o burocrática de dicho movimiento.[19] Los peligros en el sentido contrario son los siguientes: Para el proletariado en la “nación oprimida” (y/o colonial) olvidar estos señalamientos significa descender a la cloaca del social patriotismo y caer en el particularismo pequeño-chovinista; para el proletariado en la “nación opresora” (y/o avanzada) el peligro es todavía más grande: caer en la degeneración del social colonialismo y en el particularismo gran-chovinista.

La discusión de este último peligro ha sido relativamente difundida entre nuestras filas aquí en Puerto Rico. No así la discusión del primer peligro que es, a nuestro juicio, el que más de cerca nos toca. De ahí que aquí sólo nos limitemos a recordar a continuación, el ejemplo histórico más destacado de este primer problema.

Continuará…

Notas

[1] Balibar, Cinco ensayos de materialismo histórico, Editorial Laia, Barcelona, 1976, P. 10

[2] “Los marxistas frente a la cuestión nacional”, en Los marxistas y la cuestión nacional, Editorial Fontamara, Barcelona, p. 11

[3] Nos referimos aquí a “Independentismo y socialismo”, en Claridad-En Rojo, 14 al 16 de enero de 1977; “Puerto Rico: La cuestión nacional”, en Historia y sociedad, num. 16, México, 1977; “Las limitaciones existentes en el debate sobre la anexión y el Partido Proletario, en Pensamiento Crítico, año 1, num. 9, octubre de 1978.

[4] Para esta época (1890-1916) había numerosas nacionalidades en Europa Oriental que estaban sometidas bajo el yugo de estos tres Estados Absolutistas. Dentro del Imperio Austro-Húngaro, padecían checos, magyares, italianos, eslovenios, et al.; dentro del Imperio Zarista se encontraban letones, georgianos, turcos, tártaros, et al.; y dentro del Imperio Otomano se encontraban cretenses, armenios, rumanos, et al. Polonia, como tal, no existía, estando dividida en tres pedazos bajo Rusia, Austro-Hungría y Prusia respectivamente. (Ver Perry Anderson, El Estado Absolutista, Siglo XXI Editores, México, 1980, capítulos 3 al 7.)

[5] El término “nación oprimida” no nos parece del todo adecuado por lo que revela y oculta a la misma vez. Revela el hecho de que en tal situación todas las clases que la componen sufren las desventajas que les impone la subordinación a un Estado que no corresponde a sus intereses nacionales. No obstante, oculta el hecho de que en la susodicha nación, no todas las clases sociales sufren de la misma manera, estando los obreros y los campesinos en mucho mayor desventaja. Además da la impresión de que, a primera vista, las clases populares de la “nación opresora” se benefician materialmente de tal opresión nacional, cosa que es falsa. Sin embargo, conservamos aquí el término para los efectos de guardar coherencia con la forma del discurso de Lenin.

[6] Ver: G. Haupt, “Los marxistas frente a la cuestión nacional: la historia del Problema”, cit.; Horace B. Davis, Nacionalismo y Socialismo, Editorial Península, Barcelona, 1974; L. Marmora, “Introducción” en La Segunda Internacional y el problema nacional y colonial-primera parte, varios autores, Cuadernos de Pasado y Presente, num. 73, México, 1978.

[7] Nos hemos limitado a este período, porque durante el período posterior (1920-1923), en el cual Lenin también retoma la cuestión nacional, sobre todo en su especificidad colonial, está mediando —aunque de manera reducida— el conseguir aliados y condiciones favorables para el proletariado en el poder. Las consideraciones envueltas son demasiado complejas como para tomarlas en cuenta satisfactoriamente en tan corto espacio.

[8] Ver “El proletariado revolucionario y el derecho de las naciones a la autodeterminación”, en Obras Completas, tomo XXIII, Akal Editor, Madrid, 1977, p. 40-43, 45.

[9] Aunque aparece insertado el marcador para la Nota 9 en el texto del ensayo, el contenido de la nota no aparece. Se mantiene el marcador, y esta nota explicatoria, para que también se mantenga el orden de las notas subsiguientes.

[10] Ibid., p.646. (Esta nota hace referencia a la Nota 9, que no aparece en el texto.)

[11] Ver “Critical Remarks…”, cit., pp. 25-26).

[12] “Sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, cit., p. 630.

[13] Ver: “The National Programo f the RSDLP”, en National Liberation…, cit,. Pp. 8-9; “Sobre el derecho de las naciones a su autodeterminación, cit., p. 665, “La revolución socialista y el derecho de las naciones…”, cit.,246; “Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación”, en Obras Completas – Tomo XXIII, cit., pp. 466-467, 471-472).

[14] “La revolución socialista y el derecho de las naciones…”, cit., p. 246; Ver también: “Balance de una discusión sobre el derecho…”, cit., p. 467 “Critical Remarks…”, cit., p. 26)

[15] “Balance de una discusión sobre el derecho…”, cit., pp.467-468, énfasis de Lenin.

[16] “Critical Remarks…”, cit. P. 27.

[17] Ibid., p. 28; Ver también “Sobre el derecho de las naciones a la autoeterminación”, cit., p. 630).

[18] Ver “Critical Remarks…” cit., p. 27; “Sobre el derecho de las naciones a su autodeterminación”, cit., pp. 629).

[19] Ver: Ibid., p. 632; “Critical Remarks…, cit. p. 17).

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