Las mentiras del gobernador Pinocho son más repugnantes de lo que nos imaginábamos
Poco a poco se va descorriendo el velo de la mentira, y se descubre el verdadero y mezquino interés de los guaynabitos en el proyecto del Gasoducto de la Muerte.

Detrás de la indecorosa ensarta de mentiras publicitarias de la Vía Verde, se descubre el interés de la camarilla fortuñista de tornarse en socios menores del embeleco financiero de Wall Street, con el que persiguen instalar otro instrumento permanente de deuda sobre los hombros de la clase trabajadora del País. Les están diciendo a los bancos de Wall Street que en Puerto Rico existen unos cuantos millonarios que quieren insertarse en el proceso de emitir, comprar y revender los bonos del Gasoducto de la Muerte. En esas transacciones especulativas, los jugadores se apropian de millones y millones de dólares por adelantado, que luego se amortizan en los pagos de las tarifas de los consumidores, o, si fuera necesario, como en el caso del Tren Urbano, con mayores contribuciones.
El acceso a la Rama Ejecutiva por parte de los guaynabitos les ha servido de plataforma a los Fonalledas, con su perrito amaestrado —o gata persa, como él prefiere llamarse— Marcos Rodríguez Ema, y otros integrantes de la oligarquía criolla, a emplear las palancas del gobierno para insertarse en el casino financiero al que Wall Street ha sometido a una gran parte del aparato colonial.
En su última edición, Claridad resalta la noticia de que la Autoridad de Energía Eléctrica no le menciona a los bonistas su plan de construir el Gasoducto de la Muerte. La compañera Perla Franco se cuestiona si es que «el proyecto ya fue descartado por la AEE y el Gobierno».
Sin duda, la sólida resistencia del pueblo, como se manifestó una vez más en las vistas públicas celebradas por la Junta de Planificación en el municipio de Toa Baja, [Vea artículo]va a obligar a los guaynabitos a reconsiderar sus opciones. No obstante por ahora, la omisión no es otra cosa que el producto de las negociaciones para insertarse ellos mismos en todo el proceso de emisión y ventas de los bonos.
Fernando Acuña, del In-Trust Global Investment, en conjunto con Carlos Rosso, del Capital Fidelity Corporation, y en complicidad con David Álvarez, director de la Autoridad para las Alianzas Público Privadas (AAPP), están sentando las bases para insertar en el proceso a los inversionistas criollos que quieran colocarse en fila detrás del sector guaynabito de la oligarquía colonial.
Otro ángulo, impulsado por los sirvientes que Wall Street tiene instalados en la jerarquía de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE), es de que los guaynabitos puedan palanquearse con los Build America Bonds (BAB), que están exentos del 35% de la tributación federal y que —póngale el sello— estarán exentos 100% de la tributación local. Fernando Batlle, del Banco Gubernamental de Fomento (BGF), ha insinuado que el objetivo es lanzar la oferta de estos BAB del Gasoducto de la Muerte antes de que concluya 2010.
La corrupción Rossellista (a cuyos integrantes Fortuño les ha cerrado la puerta del banquete) consistía en asaltos directos al tesoro, el pillaje de los recursos coloniales. Cuando se embolsicaron descaradamente dineros federales, los metieron presos (excepto al jefe, que salió corriendo a refugiarse con Cifuentes en Estados Unidos). La corrupción de los guaynabitos es mucho más fina, pero miles de veces más perniciosa. Aquéllos eran unos pillos descarados. Éstos son unos patricios perfumados que aprendieron a jugar en el casino de Wall Street, y pretenden destruir la ecología del País, arruinar nuestra sociedad, y arriesgar las vidas de miles de familias trabajadoras puertorriqueñas, a cambio de amasar inmensas fortunas personales.
Ése es el juego especulativo que ha sumergido a la AEE, la otrora poderosa corporación pública, en una quebrada y destartalada maquinaria cuyo fin principal la ha convertido en una centrífuga de recirculación de su deuda con los bonistas, para el inmenso beneficio de los bancos de Wall Street. Ésta sostiene una deuda impagable de $9,000,000,000, que tiene que servir con la extracción anual de entre $400 y $500 millones de los bolsillos de sus abonados.
Con esa camisa de fuerza financiera, Wall Street doblega y sofoca cualquier intento de los puertorriqueños con conciencia que trabajan dentro de la Autoridad de impulsar proyectos de interés social, como el uso de la fibra óptica instalada para ofrecer servicios de comunicaciones de banda ancha. Ni siquiera es posible plantearse, dentro de la Autoridad, una campaña de reducción del derroche en el consumo de la energía eléctrica que existe entre nosotros mismos. Una reducción en el consumo de electricidad significaría una reducción en el dinero disponible para servir la deuda.
Descartados están también proyectos de producción eléctrica más individualizados, como los que promueve Casa Pueblo, y los que ha adoptado el alcalde de Adjuntas, que alumbra la plaza pública del municipio con energía renovable, y que estará brindando la energía eléctrica necesaria a las oficinas de la alcaldía, a partir de 2011, con esos mismos sistemas.
El Gasoducto de la Muerte no se trata de un merecido alivio al bolsillo a un pueblo trabajador, azotado por este sistema que exprime al trabajador. Ya se ha demostrado a la saciedad que las cacareadas rebajas en la facturación de energía eléctrica constituyen otra mentira más del paquete publicitario de René de la Cruz y de Ballori & Farré, amiguitos de Fortuño y contribuyentes corruptos de sus campañas publicitarias.
No se trata de ningún afán conservacionista. El gas natural es un combustible fósil y, que más que menos, su combustión contribuye al desbalance general de la atmósfera y los desajustes climatológicos que éste acarrea. Lo único que restaura algún balance es el uso de la energía renovable. Al comprometerse a largo plazo, y en la magnitud proyectada, con el consumo de otro combustible fósil, el Gasoducto de la Muerte no hace otra cosa que retrasar la adopción, por varias décadas, de tecnologías de producción renovable de energía.
La tercera —y más infame— de las mentiras es que el Gasoducto de la Muerte no conlleva ningún peligro para los puertorriqueños. Está demostrado a la saciedad que los gasoductos explotan frecuentemente, y que cuando lo hacen cerca de una comunidad humana, sus efectos sobre la vida y propiedad son trágicamente catastróficos.
A fin de cuentas, nada vale para estos guaynabitos engreídos y soberbios, que no sean sus fortunas personales. Ni la integridad ecológica de nuestra geografía, ni la salud social, ni las vidas de las familias trabajadoras.
La misión de todo puertorriqueño de conciencia tiene que ser unirse a las filas de la lucha frontal y decisiva en contra de los guaynabitos, y su nefasto Gasoducto de la Muerte.