Conocí a Tito Matos hace unos años a través de mi hermano y compadre Sammy Tanco, que insistió en llevarme a su residencia en la calle Loíza. Tito y Mariana reciben en la sala de su casa visitantes de todo el país para elevar su conocimiento callejero de la bomba y plena a niveles que yo no hubiera podido imaginarme.
Esa noche se apiñaron allí, como pudieron, unos veinte jóvenes de todas las edades. Mientras Mariana y Sammy preparaban el asopao, Tito les tradujo los golpes a los cueros a las épocas remotas de los primeros cruces culturales entre yorubas y congos en las haciendas cañeras, de los movimientos de poblaciones laborales entre las Antillas y la llegada al Sur de la Isla de martinicos y guadalupeños, hasta llegar a las épocas más recientes de los barrios proletarios en Villa Palmeras o en San Antón. Resaltaban aquí y allá personajes de la historia no escrita de quienes de día manejaban con maestría la llana y el palaustre, y de noche tornaban la maestría en canción y baile, en algún solar, o algún callejón del barrio. La bomba y la plena, les conversaba Tito de la manera más sencilla, entre golpe y golpe, con raíces en el trabajo forzado de la esclavitud, se transformaba en fortaleza proletaria. Allá, en los salones elegantes de los patronos, el brandy y la danza burguesa. Acá, en el solar, el ron caña y la bomba y la plena.
Además de maestro de la música y la cultura, Tito es un trabajador de fuertes instintos proletarios. También es músico, y de los buenos, desmintiendo aquel refrán gringo que define al maestro con la frase de que “si puedes, produce; y si no puedes, enseña”. Tito produce, y como líder colectivo, produce en su grupo y con su grupo, la agrupación Viento de Agua (http://www.vientodeagua.com). El más reciente producto de su trabajo musical, titulado Fruta madura, contiene varias joyitas sonoras. Pero como éste es el periódico comunista, no les voy a escribir sobre el inevitable, y sabroso, bamboleo callejero de la buena música popular —sigo insistiendo, proletaria— sino de tres números que los considero expresiones magistrales de unos músicos proletas, nutridos por inquebrantables raíces en el suelo de su pueblo trabajador.
El primero de esos números se titula Las Batatas, en el que se nos informa que por ahí “dicen que ya el Capitolio, dicen…”, en el país del bochinche político, por ahí “dicen que ya el Capitolio se ha convertido en la plaza, en vez de legislación, en vez de legislación, ‘tan cosechando, ‘tan cosechando, ‘tan cosechando batatas”.
Para Viento de Agua, las batatas del Capitolio no son para uno morirse de la risa. En el número titulado No me apagues la candela, nos dan la nota del afinque. “Candela tiene este pueblo en sudor, candela los que trabajan debajo del sol, candela tienen los pobres, candela tiene el que lucha, candela tienen los que aman a Puerto Rico de corazón”. Hablan de la patria trabajadora, la patria de los barrios, no de la patria de los patronos, las batatas, los guaynabitos y los privilegiados. “Candela tiene el boricua del callejón, que vive en la miseria y represión… No me apagues la candela… Candela pa’ los que luchan y los que nunca se entregan… No me apagues la candela”.
Y les dejé lo mejor para el final. Aquí no hay confusión: no se trata de candela nacionalista. Se trata de un amor proletario por la patria, la del barrio, la de los panas, la de los que sufrimos y trabajamos bajo el sol. Más allá de los límites de las fronteras jurídicas que nos han impuesto los colonizadores y los explotadores, está el amor por la patria antillana de los caribeños, una patria universal de todos los trabajadores. Ese instinto que surge desde los orígenes del proletariado, esa diferenciación radical entre el patriotismo burgués y la patria de los trabajadores, se expresa, a son de plena, en un número verdaderamente extraordinario, lleno de humanidad internacionalista, titulado Ciudadano del Mundo. “No soy de aquí, ni soy de allá, yo soy del mundo, yo soy de la humanidad”, es el estribillo del coro. Nos recuerda, justamente, las razones por las que luchamos los comunistas, por las que se han sacrificado tantos revolucionarios desde que se escuchó el grito de guerra, “¡Proletarios del mundo, uníos!” Nos canta Viento de Agua, y nos resuenan los panderos, que: “Una brisa en la mañana, una caricia del sol, el murmullo de las olas, el recuerdo de un amor, el abrazo de un amigo, el perfume de una flor, el cariño de una madre, eso no tiene país”.
Los pleneros de Tito Matos nos cantan de una fruta madura, una humanidad con patrias sin discrímenes raciales y sin chovinismos nacionales, sin opresores ni oprimidos.
Los comunistas añadimos: ¡Revolución! ¡No tenemos más que perder que no sean nuestras propias cadenas!