Pompeo y Haspel: belicismo y criminalidad impune

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La elevación de estas figuras representa otro presagio de guerra.

Por Lidia López

 

Con el despido de Rex Tillerson como secretario de Estado esta semana, Donald Trump ha elevado a dos notorias figuras implicadas en la tortura a altos puestos dentro del aparato estatal.  Esta decisión representa otro presagio de guerra la cual está preparando la clase dominante en EEUU.

Mike Pompeo, el ex representante en la Cámara por el estado de Kansas y director de la CIA nombrado por Trump, ha sido elevado al puesto de secretario de Estado.  Pompeo es una figura de la extrema derecha con fuertes tendencias etno-chauvinistas, particularmente contra los musulmanes, y una proclividad hacia el belicismo.  (En una entrevista que le ofreció a la ultra derechista Foundation for the Defense of Democracy, prometió una vez que bajo su dirección la CIA se convertiría en “una agencia mucho más vicioso”.)  Ha sido un acérrimo defensor de los programas de vigilancia masiva y la colección de data personal por la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés).  Un opositor vocal del cierre del centro de detención y tortura en Guantánamo operado por las fuerzas militares estadounidenses, desde su tiempo en la Cámara, Pompeo ha favorecido una expansión de estas prácticas dentro de los llamados “sitios negros”, centros de encarcelamiento, interrogación y tortura clandestinos que opera la CIA a través de varios países del mundo.

Imagen de tortura llevada a cabo en la base de Guantánamo

En cuanto a la tortura de los detenidos en estos sitios, cínicamente llamada “técnicas de interrogación mejoradas”, Pompeo ha demostrado una lujuria psicópata que recuerda a todo lo que es moralmente decrépito dentro de los círculos de poder en EEUU.  Se recuerda que tales técnicas mejoradas utilizadas contra los detenidos – muchos que fueron secuestrados y encarcelados ilegalmente –  incluyen el ahogamiento simulado o submarino (waterboarding), el confinamiento prolongado en espacios pequeños e incómodos como cajas y ataúdes, la privación prolongada de alimentos, luz y/o sueño, la aplicación de golpes repetidos contra un muro (walling) además de bofetadas, la desnudez forzada, la rehidratación rectal forzada, las amenazas de todo tipo de agresión contra parientes y seres queridos, y la aplicación de cargas eléctricas entre otros métodos.

El «submarino» o waterboarding

Respecto a sus posiciones sobre la política externa de EEUU, Pompeo ha sido un vehemente opositor al acuerdo nuclear con Irán, indicio de una inminente escalada en la agresión estadounidense contra el régimen en Teherán.  También ha propuesto repetidamente acciones militares para fomentar un cambio de régimen en Corea del Norte, un país que Pompeo describió como una amenaza existencial de EEUU.  De hecho, la elevación de Pompeo al puesto de máximo diplomático es en todos los sentidos una movida orwelliana que pone de relieve los preparativos cada vez más acelerados que se están dando dentro de los círculos de poder en EEUU para la guerra.

Si Pompeo representa toda la bancarrota moral que caracteriza al gobierno estadounidense, Gina Haspel, veterana de más de 30 años y recién nominada para dirigir la CIA, encarna toda su criminalidad.

Haspel supervisó directamente un sitio negro en Tailandia infame por la tortura conocido como Cat’s Eye (Ojo de Gato) bajo el presidente Bush en 2002 ganándose el apodo bloody Gina, Gina la sangrienta, de sus colegas.  Según uno de sus ex colegas de la CIA, John Kiriakou, en una entrevista reciente, “Gina y la gente como ella lo hicieron, yo creo, porque les gustaba hacerlo.  Ellos torturaban por torturar, no para recopilar información.”  Pocos años después Haspel participó directamente en la destrucción de videos tomados de las sesiones de tortura.

No obstante, la criminalidad impune de elementos como Haspel no es un rasgo único de republicanos como Trump.  El hecho concreto de que una figura como Haspel haya podido no solamente permanecer sino ascender hasta las altas esferas del aparato estatal se debe gracias a la complicidad de los demócratas.  De los responsables del sinnúmero de abusos y violaciones de derechos humanos fundamentales, desde los secuestros y detenciones ilegales a la negación de representación legal y cuidado médico, de los múltiples ejemplos de la tortura a los asesinatos, todos cometidos por los varios aparatos represivos del imperialismo estadounidense bajo el fraudulento pretexto de la guerra contra el terrorismo, ninguno ha sido traído a la justicia.  De hecho, una de las movidas más cínicas que ocurrió bajo la administración del presidente Obama, el mismo “liberal” que aumentó la criminal campaña de asesinatos de niños y mujeres en Siria mediante ataques con drones y le negó la entrada a EEUU a miles de niños centroamericanos desesperados huyendo de la miseria y el pandillerismo, quien se llenaba la boca con declaraciones hipócritas sobre los derechos humanos, fue precisamente la decisión de prohibir toda investigación de estos abusos bajo la administración de Bush.  No debe sorprender que el liderato demócrata representado por gente como Schumer y Pelosi no digan nada en oposición a estos nominados de Trump.

En Puerto Rico, se debe recordar que ni Jenniffer González, apologista de Trump y los republicanos, ni Ricky o Yulín, los dos partidarios de la complicidad demócrata, han alzado la voz para denunciar esta criminalidad impune.  Lo que le importa a ese chorro de lambeojos del imperialismo, quienes se dedican a posar frente a las cámaras para darse guille de gente decente y de servidores públicos comprometidos, es mantener el guiso.

Los trabajadores políticamente conscientes entienden las implicaciones de lo que se está fraguando.  Una vez más, la clase capitalista ha demostrado que el belicismo y la criminalidad son sinónimos de su sistema.  Más que nunca, la cuestión de revolución socialista se impone como tarea indispensable.

 

 

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