El movimiento 15M, los indignados y la izquierda política: ¿es posible una síntesis?

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Albert Escusa

El movimiento conocido como 15M o Indignados, que surgió de forma espontánea como respuesta, principalmente juvenil, a la grave situación de deterioro democrático y de los derechos sociales y laborales que sufrimos, abrió la puerta para que entrara un poco de aire fresco en las aguas estancadas y malolientes que remojan el podrido sistema político que sufrimos en este país.

Una buena parte de la juventud, que tradicionalmente era señalada por los medios de comunicación como apolítica, sin valores, “pasota”, individualista y egoísta, de forma decidida ha dado un paso al frente desmintiendo a todos los críticos, y ha mostrado de forma colectiva el rechazo a la grave situación social y económica. Esta forma de protesta, que se inició simultáneamente en las plazas de las principales ciudades del país a través de acampadas permanentes, descolocó a la inmensa mayoría de dirigentes políticos, que no están acostumbrados a que las personas expresen en la calle, espontáneamente, su rechazo categórico a las agresiones sociales que venimos sufriendo y a que nos hagan pagar la crisis del capitalismo que ha generado el mundo de las grandes finanzas y los grandes capitalistas y especuladores. El hecho de que el rechazo a la situación actual muchas veces se exprese con las consignas «no nos representáis» o «ni de izquierdas ni de derechas», de claro contenido apolítico, ha contribuido a dar una imagen de este movimiento como ajeno a todo tipo de política, incluyendo la tradicional de izquierdas.

La extensión del movimiento de los indignados y la capacidad de convocatoria que ha adquirido ha colocado a la izquierda política en una posición incómoda debido a la profunda crisis histórica por la que atraviesa, que le impide en convertirse en alternativa y referente para colectivos que se identifican con el movimiento 15M. Después del éxito de las movilizaciones del 19 de junio y las posibles perspectivas de futuro para el movimiento de los Indignados, algunas cuestiones deberían ser motivo de reflexión, sobretodo la relación entre el movimiento, la política y las izquierdas: ¿debe ser este movimiento apolítico (o antipolítico) o bien debe tener una dimensión política además de social? ¿Es posible una síntesis de la izquierda política y el 15M o bien la distancia entre ambos se hará inevitablemente mayor?

Los Indignados: ¿movimiento apolítico?

Quizás a algunos de los que participan en las acampadas, en las asambleas y en las movilizaciones de Indignados, que creen que son apolíticos o que defienden que el movimiento debe ser apolítico, les sorprenderá negativamente que se defienda la necesidad de tener una dimensión política. A los que puedan sorprenderse o indignarse se les puede responder que, por el sólo hecho de existir, el movimiento de los indignados ya es un movimiento político. Todas las decisiones que afectan a cualquier colectivo de personas, por muy insignificante que parezca el hecho, tienen en mayor o menor medida un aspecto político, aunque se presente de forma inconsciente.

Todas las personas tenemos nuestras propias ideas acerca de las cuestiones que conciernen a los seres humanos, en primer lugar las cuestiones más concretas que afectan a la vida cotidiana: si la enseñanza debe ser debe ser pública o privada, si la medicina debe pagarse o no, si el billete del transporte público debe subir más que la inflación, si es conveniente o perjudicial el sistema bancario actual, si es justo que al entregar una vivienda al banco todavía deba pagarse la hipoteca restante, si es justo que exista una monarquía que esté por encima de las leyes, etc. También implica plantearse cuestiones más generales que afectan a la vida del colectivo humano: cómo se debe organizar la sociedad, qué cosas son justas o injustas, qué valores, ideales o teorías son correctos o incorrectos… Toda esta serie de cuestiones, tanto las más concretas como las más generales, implican, ni más ni menos, una forma de pensar basada en la política, es decir, basada en que obligatoriamente se deben de escoger opciones o tomar decisiones en función de las ideas que tengamos sobre todas las cuestiones que nos afectan, incluso si esas ideas nos influyen de forma inconsciente, sin que tengamos convicción de ello.

Incluso aquellos que pretenden vivir al margen de la sociedad o del sistema o los que día a día viven sin pensar en política, en realidad están actuando en función de una determinada opción política –aunque sea sin tener conciencia de ello– que les lleva a vivir de esa manera y no de otra diferente. Pero el hecho de tomar una dimensión política no significa ni mucho menos organizarse en tal o cual organización o partido político –aunque, evidentemente, cualquiera es libre de hacerlo–, sino de entender que la defensa de cualquier idea implica una iniciativa política tras la cual se encuentra una determinada visión del mundo.

¿Ni de izquierdas ni de derechas?

Se ha especulado mucho, desde la izquierda, si el movimiento 15M constituye una imitación de la “revolución egipcia”, si ha sido creado y manipulado por instituciones o personajes vinculados a oscuros intereses del sistema, si beneficia al PP o al PSOE o, por el contrario, si es una forma de participación genuinamente democrática en contraste con la representada por los tradicionales partidos de izquierdas y sindicatos de clase, a los que desde algunos sectores de este movimiento se les considera inservibles o perjudiciales. En verdad, tras el 19 de junio, poca importancia tiene este debate: la realidad nos ha mostrado que el movimiento iniciado el 15M como una protesta dirigida genéricamente y en esencia desde una perspectiva reformista contra los graves déficits democráticos del sistema y como expresión ante todo de la frustración de una parte de la juventud condenada al desempleo o a salarios de miseria, se ha visto desbordado por un movimiento que exige cambios más profundos. De esta manera, las movilizaciones del 19 de junio han producido un cambio cualitativo importante en el movimiento 15M, tanto por sus reivindicaciones políticas –que han superado ampliamente a las de las acampadas originarias– como en su composición social.

Si las consignas predominantes en las acampadas que dieron lugar al movimiento eran las relativas a cuestiones concretas sobre la democracia y la reforma del sistema político, sin incidir normalmente sobre planteamientos que supusieran una alternativa al mismo, éstas han sido eclipsadas por consignas que ponen en cuestión al propio sistema político (monarquía o República), por la crítica del dominio de los bancos sobre el sistema político, por el rechazo de la dictadura del poder financiero sobre la sociedad, a la crítica de las grandes fortunas y de los salarios de miseria, a la política de la Unión Europea, etc. Es evidente que la mayoría de estas consignas han sido defendidas históricamente por la izquierda real y por el movimiento obrero y sindical tradicional. Además, las grandes manifestaciones del 19 de junio han contado con la participación masiva de amplios sectores adolescentes y juveniles que por primera vez en su vida irrumpen en la escena política, pero junto a ellos hemos visto también, codo a codo, una masiva presencia de personas –trabajadores, jubilados, inmigrantes politizados, etc.– que proceden de la militancia de base de la izquierda real y del sindicalismo de clase.

El movimiento 15M ha dejado de ser un movimiento esencialmente juvenil y se ha convertido en un movimiento heterogéneo, un movimiento popular en el cual la presencia de sectores de base procedentes de la izquierda real y del sindicalismo es muy importante. Ni por las consignas que se defienden –procedentes de la izquierda real– ni por sus bases sociales y políticas –también procedentes en gran parte de la izquierda real y el movimiento sindical– se puede afirmar que el 15M no es «ni de izquierdas ni de derechas»: es un movimiento que, por el momento, se ha inclinado claramente hacia la izquierda, aunque muchos de dentro y de fuera pretendan lo contrario y mantengan que es un movimiento apolítico. Banderas republicanas y rojas, numerosas camisetas del Che, etc., presentes en las manifestaciones, son nuevas muestras del carácter de izquierdas de una gran parte de las bases de este movimiento.

La situación de la izquierda real

El ecosistema de la izquierda real –conocida también como izquierda transformadora– está constituido por los partidos y organizaciones que teóricamente y con mayor o menor énfasis, pretenden superar el injusto y explotador sistema actual por otro que garantice los derechos de los trabajadores y los pueblos, transformando la sociedad de forma más o menos revolucionaria. Evidentemente, aquí quedaría excluido el PSOE puesto que las finalidades de este partido no son esas, sino las contrarias: garantizar la estabilidad del régimen monárquico, de los privilegios del poder financiero de las elites y de la oligarquía a costa de agredir constantemente los derechos de los trabajadores, y de defender los intereses del imperialismo internacional a través del Fondo Monetario Internacional, la OTAN y la Unión Europea, incluyendo la participación en las guerras neocolonialistas contra los pueblos oprimidos como la de Libia. El PSOE, por lo tanto, al igual que el PP, CiU, PNV y otros, forma parte del problema, no de su solución.

La izquierda real está sufriendo una crisis de representatividad muy importante. Una parte creciente de la población y de trabajadores, estudiantes, etc., identificados tradicionalmente con esta izquierda, no se sienten ya representados por ella y optan por el apoliticismo y la abstención, debido a que la perciben como una parte más del sistema. Otra parte, se inclina hacia opciones conservadoras y reaccionarias como CiU, el PP o incluso la fascista Plataforma per Catalunya. Muchos de los votos recibidos por formaciones fascistas como Plataforma –procedentes de medios obreros–, son el producto de que esta fuerza es percibida en cierta medida como antisistema frente a las demás, a las que se les considera que forman parte del consenso político actual y de la situación de crisis. Que esta mentalidad reine entre una gran parte de trabajadores, debería ser un motivo de vergüenza y de profunda autocrítica entre la izquierda real. Lamentablemente, no parece ser el caso.

El movimiento 15M constituye para la izquierda real la posibilidad de reflexionar acerca de su trayectoria histórica, su grave situación interna y su crisis de representatividad externa, y además abre la puerta para iniciar una profunda regeneración política que le permita recuperar la credibilidad entre los sectores que la han abandonado. Pero para ello, la izquierda real debe ser vista como una alternativa al sistema, defendiendo unos valores alternativos, recogiendo las aspiraciones y las demandas de la gente de la calle, defendiendo claramente la superación del sistema actual y –sin excluir acuerdos puntuales, por supuesto– desmarcándose radicalmente de los diferentes partidos de la burguesía, incluyendo el PSOE: es poco creíble por ejemplo, ver cómo fuerzas que se reclaman de la izquierda transformadora participan en gobiernos burgueses autonómicos (como el “tripartit” catalán), donde aprueban leyes que perjudican a los trabajadores y graves recortes sociales, mantienen intacto el aparato clientelar, caciquil y corrupto que con sus largos y viscosos tentáculos permite al nacionalismo convergente-pujoliano dominar tranquilamente en Cataluña, y cuando se encuentran en la oposición, estas mismas fuerzas de izquierda –sin realizar ninguna autocrítica, por supuesto– corren las primeras a protestar contra los recortes del nuevo gobierno al que sus propias políticas han dejado el campo libre… Todavía habrá dirigentes de esta izquierda que se extrañen de un nuevo retroceso electoral, achacando la culpa a sus votantes del nuevo retroceso electoral.

Los sectores mayoritarios de la izquierda real, vinculados a Izquierda Unida y a sus diferentes federaciones territoriales, vienen debatiéndose desde sus orígenes entre la necesidad de ser una fuerza política con perfil propio y voluntad de alternativa, o convertirse una mera comparsa de la socialdemocracia liberal, del PSOE. Hay que reconocer que Julio Anguita fue el que mejor intuyó que el proyecto de IU como alternativa real implicaba situar al PSOE en su justo lugar y denunciarlo como un partido más del sistema. Las denuncias casi en solitario de la bestial guerra imperialista contra Yugoslavia en las que participó el PSOE, la llamada –aunque tímida, no por ello poco importante– a reivindicar la República, y la justa anteposición del «programa, programa, programa» como principio irrenunciable frente a los que dentro de IU presionaban a Anguita para que se colocara bajo la bota del PSOE, catapultaron a esta formación política a los 21 diputados en 1996, su máximo histórico, y además le proporcionó un gran prestigio social entre los trabajadores.

Por el contrario, quienes mantienen que el PSOE es un partido de izquierdas, -cualitativamente diferente al PP- y defienden la necesidad de subordinarse a él, han llevado a IU a su mayor descenso histórico y a la práctica desaparición en muchos territorios, especialmente allí donde han formado parte de gobiernos burgueses de coalición. Eso no implica asumir que todas las políticas defendidas por Anguita deben ser compartidas, ni de reconocer algunos errores políticos graves, como la reunión con Aznar en contra del PSOE. Pero justo es reconocer su visión estratégica del papel que podía jugar IU como alternativa real para los trabajadores.

Hoy la actitud frente al PSOE sigue desangrando gravemente a IU: en el caso reciente de Extremadura y las elecciones autonómicas, sus bases consultadas democráticamente han considerado que el PSOE es un partido tan del sistema como el PP y sus políticas tan de derechas y reaccionarias como las del partido que dirige Rajoy. Esta misma opinión la comparte la federación extremeña del PCE[1]. No obstante, desde la dirección estatal de IU, con una actitud que refleja el arraigado complejo de inferioridad hacia el PSOE, se presiona para que los diputados extremeños de IU voten al candidato socialista porque consideran que este partido es de izquierdas y cualitativamente diferente del PP, sin tener en cuenta las políticas implantadas por el PSOE: la reforma laboral y de las pensiones, las privatizaciones, la sumisión al imperialismo germano-europeo, a los poderes financieros y a la OTAN, la participación en las criminales guerras de Afganistán y Libia, etc.: ¿todavía se puede considerar al PSOE de izquierdas? Pero muchos prefieren mirar hacia otro lado y siguen insistiendo en «frentes de izquierdas» y en todo tipo de alianzas y pactos que supeditan a la izquierda transformadora a los intereses del PSOE y la alejan cada vez más de los trabajadores.

Conclusión

El movimiento 15M ha conseguido un éxito histórico al movilizar a una gran parte de la población y de concienciarla de que la situación actual es insostenible. Pero las reivindicaciones de los Indignados, incluso aquellas que desde una óptica reformista pretenden modificar ciertos aspectos “erróneos” o el déficit de democracia, no pueden ser asumidas por un régimen que necesita de la corrupción, el transfuguismo, el caciquismo y la financiación irregular de los partidos del sistema para seguir perpetuándose. Además, el sistema y los partidos que lo defienden, cada vez están más directamente sometidos a las decisiones de los poderes económicos y financieros (los bancos y los llamados “mercados”) que imponen a su voluntad las políticas que los gobiernos han de aplicar: como muestra, la reciente revelación de que el principal banco privado alemán, el Deutsche Bank, elaboró la política a seguir por la Comunidad Europea para el nuevo “rescate” financiero de Grecia, que implica que los gobiernos europeos deberán adquirir deuda pública de Grecia, en manos de bancos europeos privados, con lo cual el coste de la deuda griega recaerá nuevamente sobre la espalda de los trabajadores mientras que los bancos volverán a quedar impunes[2]. ¿Es posible reformar un sistema “democrático” alejado del pueblo, que se ha convertido en una simple gestoría de los grandes intereses financieros y económicos? ¿Es posible confiar en gobiernos que perjudican gravemente a las condiciones de vida de los trabajadores en Europa y provocan brutales guerras neocoloniales en el exterior, contra los pueblos que no quieren someterse a la opresión imperialista?

El descrédito general del sistema político, que cada vez está más alejado de las necesidades de los trabajadores, no deja de aumentar. Pero es irreal pensar que con unas simples reformas del sistema se puedan solucionar los graves problemas que afectan a los trabajadores y a todos los indignados, derivados de la crisis capitalista mundial. También es irreal pensar que los partidos políticos del sistema van a defender propuestas que pongan en riesgo el sistema actual y los intereses de las elites y la oligarquía. Al mismo tiempo, es evidente que el movimiento 15M por sí solo, y sin contar con el apoyo de la izquierda real y del movimiento sindical, podrá obligar a los partidos del sistema a cambiar sus políticas por otras favorables a los sectores perjudicados por la crisis. Para la izquierda real y el movimiento sindical no parece un escenario muy prometedor el permanecer al margen de estas expresiones de descontento social y de otras que puedan surgir en el futuro, si es que no quieren perder más credibilidad. Lo deseable sería que se tendieran puentes que permitan una convergencia en base a objetivos y programas comunes, un escenario en el que todas las partes deberán mover ficha: la izquierda real deberá escoger entre seguir supeditada al PSOE o bien luchar por ser una alternativa real al capitalismo, ayudando al movimiento pero sin pretender colonizarlo, como muchas veces ha sucedido; y el movimiento de los Indignados deberá entender que la política es necesaria para cambiar la realidad y deberá esforzarse por erradicar el sectarismo que surja y desterrar para siempre la consigna de que «todos los políticos son iguales». Además, eternizar las protestas sin una clara vocación de alternativa, puede acabar erosionando al movimiento y debilitarlo irreversiblemente.

El ejemplo positivo de Grecia, donde la confluencia de la izquierda revolucionaria, el movimiento sindical y los Indignados está poniendo en jaque al gobierno, debería incitar a la reflexión.

Quizás uno de los puntos más importantes que permita la conexión entre los diferentes sectores que luchan por la transformación social sea el referente al modelo de Estado: en este sentido, la reivindicación republicana, la lucha por la República como síntesis de todas las reivindicaciones –tanto sociales como nacionales–, puede ser uno de los lazos de unidad que permitan construir un movimiento social y político de envergadura, profundamente democrático y con voluntad transformadora, que esté en condiciones de afrontar las duras agresiones sociales que se avecina y que pueda constituirse como alternativa real para los trabajadores y todos los sectores sociales afectados por la crisis.

Notas
[1] http://www.europapress.es/extremadura/noticia-partido-comunista-extremadura-reclama-iu-haga-hayan-votado-bases-porque-otra-cosa-no-imaginable-20110618111149.html
[2] http://www.lavanguardia.com/internacional/20110618/54172765459/la-quiebra-suave-de-grecia-fue-idea-del-deutsche-bank.html

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